Jueves, 26 de marzo de 2009 | Hoy
CINE › EL CINE DOCUMENTAL ISRAELí PONE EL DEDO EN LA LLAGA
Waltz with Bashir, de Ari Folman, y Z32, de Avi Mograbi, son dos de las películas más originales del festival, pero no están solas: Defamation, de Yoav Shamir, y Rachel, de Simone Bitton, también se internan en los problemas de conciencia de Israel.
Por Luciano Monteagudo
Mientras en estos días, en Israel, las revelaciones de las atrocidades cometidas por el ejército israelí durante la invasión a la Franja de Gaza –que dejó un saldo de 1400 palestinos muertos en 23 días– conmocionan a su sociedad, aquí en el Bafici hay un puñado de films (algunos de ellos entre los mejores del festival, por cierto) que ponen el dedo en la llaga sobre la situación de fondo, que no es precisamente reciente.
Uno de los puntos más altos de este Bafici es Waltz with Bashir, “un documental de animación”, en la peculiar definición de su director, el israelí Ari Folman, hasta ahora un desconocido en el circuito de los grandes festivales, pero que a partir de su originalísima aparición en la competencia oficial del último Cannes logró poner la atención de la crítica sobre su película. En junio de 1982, cuando las milicias cristianas del Líbano que vengaban la muerte de su líder Bashir Gemayel perpetraron la tristemente célebre masacre de Sabra y Shatila, en la que murieron fusilados e incluso acuchillados a sangre fría 3000 palestinos (la mayoría ancianos, mujeres y niños), el director Folman era un adolescente de 19 años, que formaba parte del ejército israelí que permitió deliberadamente ese genocidio dentro de su perímetro de seguridad. Como tantos otros israelíes de su generación, Folman descubrió que su memoria, en un extraño mecanismo de autodefensa, había borrado todos los detalles de la horrorosa matanza de la que había sido testigo. Pero como cineasta decidió luchar contra ese olvido colectivo y comenzó a indagar con viejos amigos y camaradas con quienes creía haber compartido aquella experiencia. Y como muchos, aunque aportaron su testimonio, no se animaron a ser filmados, decidió reconstruir el documental inicial con técnicas del cine de animación.
El resultado no puede ser más sorprendente: aquí hay un documental en primera persona, en el que el director se interroga a sí mismo y entrevista a ex soldados y periodistas. Pero las llamadas “cabezas parlantes” son aquí retratos dibujados de esos sujetos, de quienes el film se permite a su vez ilustrar no sólo sus recuerdos, sino también las pesadillas con las que han estado conviviendo todos estos años. En las escenas propiamente bélicas, no es difícil asociar la locura y el absurdo con el que conviven esos soldados adolescentes con las de sus primos lejanos de Apocalypse Now!, donde también se disparaba indiscriminadamente, a cualquiera y a nadie, a las sombras de un enemigo invisible. Cuando finalmente, en el minuto final, los dibujos ceden su lugar a la imagen real, el golpe no podría ser mayor: allí están las imágenes que se registraron en la primera incursión periodística en los campamentos arrasados de Sabra y Shatila y aparecen las primeras figuras humanas con vida, sobre un tapiz de cadáveres: son las mujeres que avanzan hacia cámara –hacia la conciencia culpable del pueblo israelí– y que lloran desconsoladamente el asesinato de sus hijos.
Si Waltz with Bashir es “un documental de animación”, Z32, el nuevo film de Avi Mograbi –conocido en octubre pasado en el DocBsAs/08–, es definido por su autor como “una tragedia documental musical”. Un ex soldado israelí ha participado en una misión de represalias durante la cual murieron dos policías palestinos. Para su compañera, quien le presenta cuestiones que el soldado aún no está dispuesto a enfrentar, perdonarlo no resulta tan fácil. El soldado confiesa voluntariamente delante de la cámara, pero manteniendo la reserva de su identidad. Y el realizador, buscando la mejor manera de respetar ese anonimato, reflexiona autocríticamente sobre sus propias prácticas políticas y artísticas.
Con Z32, Mograbi se permite quebrar una vez más –como ya lo había hecho con su obra previa, como Venganza por uno de mis dos ojos (2005)– la tradición del documental de observación, para arriesgarse ahora a incursionar en la estética del cabaret musical y los procedimientos de distanciamiento brechtiano. Que lo haga con un tema tan delicado como el de la confesión de crímenes de guerra por parte de un ex soldado israelí expresa hasta qué punto Mogravi está dispuesto a ensanchar los límites del documental.
¿Qué es el antisemitismo?, se pregunta, por su parte, el film Defamation, de otro cineasta israelí, Yoav Shamir. Ese interrogante –que en enero pasado también fue motivo de debate en Argentina–, Shamir comenzó a planteárselo un lustro atrás, cuando su documental Checkpoint, que cuestionaba la política del Estado de Israel en relación con el pueblo palestino, fue considerado por un periodista estadounidense de origen judío como “antisemita”.
Fue entonces cuando Shamir –que según confiesa en el film nunca experimentó en carne propia el antisemitismo– empezó a tomar nota de la importancia del tema en la vida cotidiana de su país donde, como señala en su película, casi no pasa un solo día sin que los medios locales no tengan un artículo sobre el nazismo, el Holocausto o directamente sobre el antisemitismo, una materia que según el director también es central en la actividad académica en Israel. “Pero lo mío no es un ensayo académico”, aclara de entrada Shamir, mientras entrevista a su abuela, de 92 años, que empieza afirmando que los judíos que viven fuera de Israel “son todos unos vagos, que hacen dinero a costa de otros para no tener que trabajar ellos mismos”.
De Tel Aviv, Shamir salta entonces a Nueva York, donde busca las oficinas de la Anti-Defamation League (ADL), una ONG encargada de reunir y analizar evidencias de antisemitismo no sólo en los Estados Unidos, sino en el mundo entero, con un presupuesto de 70 millones de dólares al año. Lo que descubre Shamir es que la organización como tal no es tan eficiente como proclama –las evidencias que le ofrecen a cámara son irrisorias–, pero que el director de la ADL, Abraham Foxman, resulta, sin embargo, un habilísimo operador político, vinculado con las más altas esferas del gobierno israelí y por consiguiente con llegada directa a funcionarios y personalidades de otros gobiernos.
Está claro que Defamation funciona siempre mejor como periodismo que como cine, aunque tiene algún momento particularmente brillante, como cuando Shamir acompaña a un grupo de estudiantes secundarios en su viaje de excursión a Auschwitz: mientras los chicos van viendo en el televisor del ómnibus imágenes de archivo con las hambrunas en el campo de concentración, no dejan de llenarse distraídamente la boca con las golosinas y la comida chatarra que cargan en sus mochilas.
Es una pena que con un tema tan amplio y complejo Shamir prefiera no profundizarlo, escudándose en el humor y la ironía para evitar quizás hundir su escalpelo hasta el hueso. Por el contrario, en Rachel, la cineasta marroquí Simone Bitton lleva hasta la últimas consecuencias la investigación del asesinato de Rachel Corrie, una militante pacifista de 23 años que el 16 de marzo de 2003 fue arrollada por un bulldozer del ejército israelí. Allí mismo donde hasta hace apenas un par de meses llovían centenares de bombas, en la frontera de la ciudad de Rafah con Egipto, seis años atrás, Corrie murió aplastada cuando intentó impedir con su cuerpo la demolición de la casa de un médico palestino.
La investigación oficial del ejército israelí concluyó rápidamente que se había tratado de un accidente, “un incidente desafortunado”, según la vocera militar. Pero el film de Bitton –la autora de Mur, el estupendo documental que da cuenta de la construcción de la muralla con la que Israel aisló a la población palestina– va descubriendo poco a poco una verdad diferente. Para ello, Bitton recurre no sólo a los testimonios de los compañeros de Rachel –chicas y muchachos estadounidenses y británicos, que viajaron con ella como parte de un grupo pacifista–, sino también a su diario personal, a las cartas que les enviaba a sus padres, a las reveladoras fotos que anticipan el momento de la tragedia y hasta a un video de seguridad del propio ejército israelí, donde se ve avanzar el bulldozer hacia Rachel, pero del que significativamente falta el momento del impacto.
La película de Bitton concluye con unas palabras de un joven militante pacifista israelí, que al momento del rodaje aún vivía en Rafah, en territorio palestino, y que dice que aprendió del gueto de Varsovia que “resistir es vivir, que hay que resistir aún sin esperanza, pero siempre con firmeza, nunca con desesperación”.
- Waltz with Bashir, hoy jueves a las 17.15 en el Hoyts 8; mañana viernes a las 20.30 en el Hoyts 11; sábado 28 a las 15.30 en el Arteplex Caballito y martes 31 a las 21.15 en al Atlas Santa Fe 1
- Z32, mañana viernes a las 12 en el Hoyts 4 y el domingo 29 a las 21 en la Alianza Francesa.
- Defamation, martes 31 a las 20 en el Hoyts 2; miércoles 1 de abril a las 19 en el Hoyts 8; viernes 3 a las 17.15 en el Arteplex Caballito y sábado 4 a las 18.30 en el Atlas Santa Fe 2.
- Rachel, el domingo 29 a las 20 en el Hoyts 2; martes 31 a las 18 en el Hoyts 10 y jueves 2 a las 22.15 en el Atlas Santa Fe 2.
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