CINE › DíAS DE MAYO, DIRIGIDA POR GUSTAVO POSTIGLIONE
Con una buena dinámica dramática y una exquisita fotografía en blanco y negro, la película que pone el foco en el Rosariazo de 1969 encuentra sus peores obstáculos en la pintura demasiado lineal de algunos de sus protagonistas.
› Por Horacio Bernades
No fue el Cordobazo el que inició todo, sino el Rosariazo. Suele tomarse el 29 de mayo de 1969, en la capital cordobesa, como hito fundacional de la rebelión popular contra la dictadura de Onganía. Se olvida que, quince días antes, manifestantes rosarinos habían ganado las calles, dando inicio a una protesta que se extendió hasta casi el comienzo mismo del Cordobazo. En ese marco –en el que daba la sensación de que, aguzando un poco el oído, podían oírse ecos del Quartier Latin del ’68– transcurre Días de mayo, la película con la que el realizador rosarino Gustavo Postiglione intenta recuperar la vertical, tras el resbalón que representó la tan ambiciosa como caótica La peli. Tal vez sea esa ambición, esa voluntad maximalista de Postiglione, lo que sostiene Días de mayo, que no carece, por cierto, de ripios, irregularidades y disonancias.
El gran tamaño del Cinemascope, el precioso blanco y negro (gentileza de Héctor Molina, brazo derecho de Postiglione) y el elegante sinfonismo de Iván Tarabelli capturan la atención de entrada. Dinámica dramática y visual no le falta a la secuencia de apertura, en la que manifestantes responden, a pura pedrada, a los gases de la Montada. Todo el mundo corre, un policía da caza a tres manifestantes, hay un disparo, clave para comprender cierta traición posterior. Huyendo de la persecución policial, dos chicos y una chica se “guardan” en un departamento. Que no se conozcan es una buena excusa para que el espectador lo haga junto con ellos. El dueño de casa, Pablo (Santiago Dejesús), es fotógrafo, documentalista y camarógrafo de televisión. Casi un doble de la primera Anna Karenina, Laura (Agustina Guirado) estudia teatro y filosofía. Aunque el physique du rôle no lo haga sospechar, el rubio Miguel (Juan Nemirovsky) trabaja en un frigorífico. Enseguida se suman Irina, compañera de Pablo en el canal (Caren Hulten), y Dante, músico que, según el dueño de casa, “toca una música que todavía no existe” (Antonio Birabent).
Si se les agregan el padre de Laura, ingeniero tirando a facho (Darío Grandinetti), y el jefe de policía, villano casi de cine mudo (Carlos Resta, actor icónico de Postiglione), queda presentado el elenco completo. De allí en más, y siguiendo el vaivén entre la calle y el interior que la secuencia inicial anticipa, Días de mayo se narra como historia de amor (entre Pablo y Laura) y como retrato generacional de época. Afiches de Alphaville y de la exposición colectiva “Tucumán arde”, minifaldas de Laura, look Lennon y jerga “volada” de Dante, reuniones en la puerta de la facu, un grupo de teatro vocacional, enfrentamientos generacionales, opciones juveniles entre la militancia, el rock y el escepticismo, recitales interrumpidos por intervención policial y hasta la voz de Litto Nebbia (practicando variaciones-bossa a partir de “La balsa”) construyen la época, de un modo más cercano al reconstruccionismo epidérmico de Tango feroz que a la sequedad expositiva de Los amantes regulares, cuyo carácter de modelo más de una escena delata.
Una chica de clase media peronizada, un obrero, un rockero y uno que la ve de afuera: más que personajes, Días de mayo parece protagonizada por “tipos” de época. Encanto, expresividad, carisma, fotogenia, o todo eso junto, permiten a las protagonistas femeninas dar a sus representaciones un destello que en otros casos se extraña. Recursos hace rato envejecidos (las fantasías de Laura), el “recitado” y sobreescritura de más de un diálogo, la disparidad de las actuaciones y la estereotipia de personajes como el afectadísimo rocker de Birabent completan el carácter problemático de Días de mayo.
En términos visuales la película compensa en parte esos lastres, avanzando sobre la base de fluidos planos secuencia y encuadrando siempre con sentido y precisión. Aunque en ocasiones esos encuadres luzcan demasiado compuestos.
De pronto, una escena inesperada comunica lo que se quiere decir, con un poder de síntesis, una elocuencia, una instantaneidad que refuta cualquier tópico. Es el caso del primer encuentro sexual de Pablo y Laura.
El lento desvestirse, el aire que agita las cortinas y la voz temprana de Silvio Rodríguez, recordando que hay que acudir corriendo/ pues se cae el porvenir/ en cualquier selva del mundo/ en cualquier calle, “son” el fin de los ’60 en la Argentina, sin necesidad de estereotipias, ilustraciones o subrayados.
6-DIAS DE MAYO
Argentina, 2009.
Dirección y guión: Gustavo Postiglione.
Fotografía: Héctor Molina.
Música: Iván Tarabelli.
Intérpretes: Agustina Guirado, Santiago Dejesús, Caren Hulten, Juan Nemirovsky, Antonio Birabent, Darío Grandinetti y Carlos Resta.
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