Viernes, 22 de mayo de 2009 | Hoy
CINE › MIL AÑOS DE ORACION, DIRIGIDA POR WAYNE WANG
MIL AÑOS DE ORACION
(A Thousand Years of Good Prayers, EE.UU./Japón, 2007)
Dirección: Wayne Wang.
Guión: Yiyun Li.
Intérpretes: Faye Yu, Henry O, Vida Ghahremani y Passa Lychnikoff.
Estreno de hoy, en proyección DVD, en las salas Arteplex.
Que esta película ultraconservadora haya ganado no un premio sino cuatro (incluida la Concha mayor, que se otorga a la mejor película), dos años atrás en el Festival de San Sebastián, no habla bien de los jurados, ni del festival, ni de Paul Auster (que presidía el Jurado Oficial), ni de nada. Conservadora en todos los terrenos, a su formulaico carácter de drama-de-reencuentro-y-reconciliación-entre-padre-e-hija-largamente-distanciados, Mil años de oración le suma todo un subtexto político que permite que los Estados Unidos (los de Bush, ni siquiera los de Obama) confirmen su carácter de land of opportunity para los seres de buena voluntad del mundo entero. Sobre todo, para los que provienen de regímenes diabólicos, como los de China e Irán.
Mil años de oración es uno de dos relatos de la escritora china Yiyun Li que el hongkonés Wayne Wang (el de Smoke, Blue in the Face y El club de la buena estrella) convirtió en sendas películas, que filmó y lanzó casi al mismo tiempo. De ellas, La princesa de Nebraska se vio aquí el año pasado. Ambas están protagonizadas por chicas chinas, emigradas a Estados Unidos. Veinteañera, la protagonista de La princesa... soñaba con un destino de fotonovela, mientras se ganaba la vida prostituyéndose. Yilan (Faye Yu) anda ya por los 30, viene de separarse de su marido y lo suyo no son las ilusiones post adolescentes, sino el trabajo duro. Su padre viudo y septuagenario, Shi (Henry O, ganador de una Concha donostiarra) llega desde China para hacerle compañía, convencido de que el marido la abandonó. Y de que la chica (a la que por lo visto fabula con la mitad de edad de la que tiene) necesita de su guía y consejo.
Desde ya que lo que menos quiere Yilan es aguantar al viejo en casa. No sólo porque su separación no fue como su padre supone, sino, sobre todo, porque guarda justificados resentimientos contra el hombre que, de pequeña, jamás se ocupó de ella. Abroquelada la hija en su silencio, aferrado el padre a viejas mentiras del pasado, cualquiera sabe que a la larga ambos terminarán reconciliados. La razón es muy sencilla: se supone que el público así lo pide. En paralelo a la relación entre ambos circula un segundo relato, encarnado en la relación que el anciano establece con una señora en un parque. “Madam” (así la llama) es también inmigrante, pero iraní, y también tiene enormes dificultades para pasar de su idioma (el farsi) al inglés. Ni qué hablar de coordinar ambas lenguas con el mandarín. Pero como ambos tienen la mejor onda, la barrera del idioma no les impedirá establecer contacto emocional.
O tal vez sea que el encantador anciano chino y la encantadora dama persa tienen algo en común: ambos atravesaron los estragos ocasionados por las revoluciones del siglo XX. Al padre de él, la Revolución Cultural lo degradó y humilló. La hija de ella murió en la guerra entre Irak e Irán, “dos países conducidos por locos”. En América, por lo visto, están a salvo. “Amo a América”, sintetiza ella, sin que le sobren matices. Ni a ella, ni a la película. Filmada con corrección de manual, Mil años de oración lleva a pensar en Smoke y Blue in the Face como espejismos del pasado.
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