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Jueves, 30 de julio de 2009

CINE › ALIENTO, DEL REALIZADOR COREANO KIM KI-DUK

Un director en su laberinto

Como ocurría en su film más popular hasta la fecha, Primavera, verano, otoño, invierno..., en Aliento son también las estaciones del año las que van pautando la relación que se establece entre dos personajes, ahora un condenado a muerte y una mujer casada.

 Por Diego Brodersen

De un tiempo a esta parte, el realizador coreano Kim Ki-duk –de quien en la Argentina se han estrenado comercialmente varias de sus películas pero ninguna de sus obras maestras: The Isle (2000) y Bad Guy (2001)– parece encerrado en su propio laberinto. Su fuerte siempre han sido las piezas de cámara en las cuales un grupo reducido de personajes –en la mayoría de los casos una pareja–, marginales en más de un sentido, se ven atrapados en una red de pasiones, celos, odios y demás emociones demasiado humanas. En sus mejores creaciones la potencia dramática de las imágenes es, al mismo tiempo, literal y simbólica, como si la metáfora encendiera el fuego de lo real y viceversa, en una sinergia que le debe mucho a su pasado como artista plástico, que ha comprendido que lo pictórico no quita lo visceral. Eso ocurría, precisamente, en los dos films citados, como así también en Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera (2003), su obra más popular hasta la fecha, plagada de simbologías budistas pero al mismo tiempo corpórea, tangible. Sin embargo, a partir de El arco (2005) la alegoría como eje central comienza a ganarles el partido a otras cualidades: autor al fin, su cine parece embarcado en una carrera por materializar todas las variantes posibles sobre una misma obsesión.

Esta extensa introducción viene al caso. No es posible comprender todos los alcances y limitaciones de la operación realizada en Aliento sin conocer parte de la obra anterior de Kim Ki-duk. Nuevamente, como ocurría en Primavera..., en esta película son también las estaciones del año las que van pautando la relación que se establece entre dos personajes, un condenado a muerte (la razón del castigo se conocerá bien avanzado el relato) y una mujer casada, de clase acomodada, que ve su matrimonio amenazado por el tedio, la incomprensión y la infidelidad de su marido. Cerca del comienzo conoceremos a la mujer, Yeon, en plena faena artística: en sus tiempos libres se dedica a la escultura. No es casual que se encuentre trabajando en la representación de un ángel cuyas alas están incompletas, rotas, tal vez la primera metáfora rotunda del film. El ángel caído que espera impaciente su muerte, tan ansioso que intenta acelerar su llegada con un fallido intento de suicidio, se llama Jang Jin y está interpretado por la megaestrella del cine asiático Chang Chen (2046, El tigre y el dragón), quien no pronuncia una sola palabra a lo largo de todo el film (su origen taiwanés lo hubiera obligado a vocalizar el coreano por fonética, pero el problema es resuelto inteligentemente por el guión).

Luego del descubrimiento de Yeon de este hombre condenado a la extinción, Aliento se desarrolla a partir de cuatro encuentros consecutivos en la sala de reuniones de la cárcel, lugar que la joven decorará primorosamente antes de transformarlo en una suerte de karaoke tan cándido como emocionalmente eficaz. Que la historia de esta extraña pareja se encamine inevitablemente al sexo y, tal vez, a algo parecido al amor, es absolutamente posible dentro de la lógica del universo del realizador, quien desde un primer momento pone al espectador en la situación de un voyeur. Posición similar a la de ese guardiacárcel de quien sólo veremos su reflejo en el televisor que controla los encuentros (el mismo Kim Ki-duk en otra metáfora evidente).

El resto de los personajes –el marido y la hija de Yeon, los otros reclusos que comparten celda con el reo– son apenas peones en una partida que sólo puede clausurarse entre sus dos piezas más importantes. Este punto de partida fuera de lo común, y por ello atractivo, comienza a tornarse rutinario más temprano que tarde, al tiempo que las imágenes comienzan a hacer sentir el peso de su lastre simbólico-poético: la camisa blanca del marido que cae desde el primer piso, los dibujos en la pared como sucedáneos de los cuerpos, las estaciones climáticas y su cualidad de representación de los diferentes estadios en una relación de pareja.

Afortunadamente este penúltimo largometraje de Kim Ki-duk (prolífico, el realizador ya tiene otro film terminado y uno más en el tintero) nunca cae en la cursilería y su estructura, más cercana al cuento que a la novela de largo aliento, redunda en un film de breve metraje que sabe cuando tirar del enchufe para no cargar demasiado las tintas en lo ya visto, oído y presentido. Aliento es un ejercicio de estilo que no aporta nada demasiado significativo a la obra de Kim, un regalo de poco espesor en envoltorio vistoso. A pesar de ello –o quizá precisamente por esa razón– se deja disfrutar como esas canciones de melodía poco agraciada que no nos terminan de gustar, pero que por alguna extraña disposición nos sorprendemos tarareando.

6-ALIENTO

(Soom, Corea del Sur, 2007)

Dirección y guión: Kim Ki-duk.

Fotografía: Sung Jong-moo.

Montaje: Wang Su-an.

Intérpretes: Chang Chen, Park Ji-a, Ha Jung-woo, Gang In-hyeong.

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La potencia dramática de las imágenes de Kim le debe mucho a su pasado como artista plástico.
 
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