CINE › GUILLERMO FRANCELLA Y SU NOTABLE PERSONAJE EN EL SECRETO DE SUS OJOS
En el film de Juan José Campanella, se mete en la piel de Pablo Sandoval, leal amigo del personaje de Ricardo Darín que tiene especial incidencia en la historia. Aquí cuenta las particularidades de un rodaje donde brilla y sorprende... aunque ya no tanto.
› Por Oscar Ranzani
Hacía mucho tiempo que Guillermo Francella tenía ganas de ser dirigido por Juan José Campanella. El actor que siente admiración por el director de El hijo de la novia cumplió un sueño ya que el cineasta lo convocó para su último largometraje, El secreto de sus ojos, basado en la novela La pregunta de sus ojos, escrita por Eduardo Sacheri, guionista del film junto a Campanella. Lo llamativo es que Francella no compone uno de los clásicos personajes cómicos que supo explotar mayoritariamente en la televisión. Se mete en la piel de Pablo Sandoval, un compañero de trabajo de Benjamín Espósito (Ricardo Darín), empleado de un juzgado penal que en 1974 va tras las pistas del autor del asesinato de una joven mujer. El film, narrado en dos tiempos (los ’70 y la actualidad), los muestra a Espósito y Sandoval en los ’70 construyendo una férrea relación de amistad en un ámbito frío para las relaciones como Tribunales. Francella desarrolla un importante papel dramático, con algunos tics propios, pero construyendo una personalidad que oscila entre la lucidez y la desesperación en las noches de borrachera de Sandoval, que tendrá una incidencia importante en la historia. Además, está irreconocible desde el aspecto físico: sin bigotes, con peluquín y anteojos. El actor no se anima a decir algo como que es la revelación de la película, pero asegura estar “con el ego en el cielo”, según comenta en la entrevista con Página/12.
–Si bien El secreto de sus ojos no es un policial a secas, tiene ingredientes del género. ¿Cómo se sintió trabajando en un film que no es una comedia?
–Muy a gusto, porque ante todo soy actor. Transitar contenidos diferentes me hace sentir pleno, y me da mucho placer hacerlo. Lo de la comedia fue una circunstancia, porque cuando empecé en esta profesión surgieron cosas de trabajo y tomaba lo que podía y lo que venía; eso al comienzo. Luego, las elecciones no eran tan sencillas. Como actor tengo ganas de tener contenidos diferentes, como me ocurrió en Rudo y Cursi, de Carlos Cuarón, o como me ocurrió ahora en El secreto de sus ojos. Me gusta todo lo anterior, pero también me gusta tocar una cuerda que no suelo tocar por circunstancias que se han dado. Y que me convoquen directores prestigiosos como Alejandro González Iñárritu, Guillermo Del Toro y Carlos Cuarón (N. de la R.: los dueños de Cha Cha Cha Films, que produjo Rudo y Cursi), y ahora Campanella, me gusta mucho.
–Interpreta un personaje que tiene algunos ingredientes que el público conoce, pero otros son realmente una novedad. ¿Para usted es también una novedad componer este tipo de personaje?
–No sé si novedad. Poder representar algo diferente es auspicioso. Para mí fue muy gratificante hacer algo distinto. Fui dirigido, fui conducido: Juan me proponía y yo trataba a rajatabla de cumplir lo que él me proponía. El quería algo puntual de Pablo Sandoval. Y estoy feliz con toda la repercusión que tengo.
–¿Cómo compuso el personaje y cómo definiría su personalidad?
–Por sobre todas las cosas, Sandoval exacerba la lealtad. Trabajamos mucho eso con Juan. El quería a este personaje alcohólico, pero no como aquel que va a los tumbos por la calle. Es un alcohólico contenido. Juan me hacía marcaciones puntuales del alcohólico que pretendía: tenía que tener mucha austeridad y economía en sus movimientos, en sus gestos, en sus pausas, en su timing. Tenía que ser muy observador, con mucha delicadeza en sus movimientos. Yo estuve con un enorme grado de concentración, no quería salirme nada de lo que me proponía. Y me metí mucho en Sandoval. Ya tenía una transformación estética que me fue muy útil para la composición: un tipo tal que ni yo me conocía. A veces, en las pausas de Tribunales, salía a tomar café enfrente y confieso que no me conocían. Tomaba café normalmente con el aplique, los anteojos y sin el bigote, y era un anónimo absoluto entre la gente.
–Siendo compañeros de trabajo, Sandoval y Espósito traban una relación de amistad. Sandoval será muy leal a su amigo, y además ejerce valores como la lealtad en términos absolutos. No hay medias tintas. ¿Por qué lo vive así?
–Y él lo vive así. Por eso, Espósito sabe que es la única persona en la que puede confiar, aun en su estado. Espósito le despotrica siempre por qué se arruina la vida yendo a tugurios como el que va, teniendo las relaciones que tiene, siempre en un estado de ebriedad. Y Sandoval es un apasionado. A él le apasiona ponerse en pedo, cagarse a trompadas si alguien le rompe las pelotas, porque tiene pasión en todo lo que hace, así como Espósito tiene pasión en mirar a Irene, a quien nunca se la va a sacar de la cabeza. El hombre puede cambiar de vida, de religión, de trabajo, de lo que sea, pero Sandoval lo dice: no puede cambiar de pasión. Y esa pasión es muy movilizante. El tiene pasión por todo y tiene el respeto de la palabra.
–Seguramente con Sandoval el público se va a identificar. ¿Piensa en el espectador a la hora de construir el personaje?
–Para construir el personaje, no. Siempre digo que el mayor respeto que uno tiene para con el espectador es actuar con verosimilitud. A mí me gusta tener mucha verdad en cualquier interpretación que tenga. Sea cual fuere. En este contenido tenía una profundidad. Yo tenía que estar a la altura de las circunstancias en cuanto a mi verdad como actor, lo que yo interpreto, lo que yo soy, lo que yo doy, el recurso que puedo tener, pero inducido. No pienso qué dirán o qué no dirán. Pienso que va a haber una respuesta favorable a raíz de lo transparente y genuino que fui en lo interpretativo.
–¿Cree que con este papel va a llegar a un tipo de espectador que no había llegado en anteriores trabajos en cine?
–Puede ser. Confieso que gozo de un reconocimiento de público de hace muchos años que me ha puesto muy feliz siempre. También de los pares y de la prensa, porque siempre me han brindado un mimo como actor. Pero este otro color, esta otra posibilidad me amplía el espectro para componer otro personaje. Y me gusta que confíen en mí para otro tipo de labores. Creo que puede ser una ventana grande de apertura.
–¿Cómo fue trabajar con Ricardo Darín?
–Con Ricardo había trabajado hace veintiséis años y después no nos cruzamos nunca más. Fue en Mi chanta favorito, un ciclo de Hugo Moser que iba por Canal 13 en el año 1983. Nunca nos habíamos cruzado más laboralmente. Sí en forma personal porque somos amigos, yo lo quiero mucho pero no nos cruzamos más en el trabajo. Y estuvo muy bueno porque pegamos una química como la pegamos siempre en la vida. Los dos tenemos mucho sentido del humor y fue un clima muy distendido durante todo el rodaje.
–Teniendo en cuenta que es un experimentado actor de televisión, ¿apunta a consolidarse en cine o quiere seguir actuando en ambos ámbitos?
–Me gustaría mucho continuar en cine. Esto no significa que tenga que rechazar algo televisivo, pero el cine me apasiona, sobre todo con estos contenidos.
–Usted es conocido por ser un hombre de buen humor. ¿Tiene la misma actitud a la hora de componer los personajes o vive un momento de pequeña crisis?
–No, no lo vivo de esa manera. Tengo buen humor siempre en el laburo. Me gusta vivirlo de ese modo: con gran grado de concentración pero estoy muy arriba, siempre con sentido del humor. No podría vivirlo con crisis. El personaje en El secreto de sus ojos es bastante oscuro y no lo viví de esa manera.
–¿Actuar es mentir, como decía Laurence Olivier?
–No lo veo en esos términos. Sin duda alguna que, cuando componés un personaje, lo hacés de un modo distinto seguramente a como sos en la vida. A veces, tenés recursos que los dominás porque en la vida los manejás y los plasmás en una interpretación, pero yo no lo veo desde la mentira. A mí me gusta desdoblarme, me gusta “ser otro tipo” y cuando es bastante antagónico a mí como Sandoval, más.
–¿Le gustaría hacer un personaje detestable?
–En los comienzos de mi carrera los tuve. En Historia de un trepador hacía un personaje que pasaba de detestable a querible. No sé si sería un deseo, pero lo transitaría.
–¿Disfruta del afecto del público o a veces se vuelve una carga?
–Lo disfruto mucho y el público es muy afectuoso, incluso de distintas edades, de sexo, de posición social y económica. Hay una cosa tan masiva y tan maravillosa que me emociona. Por supuesto que el afecto invasivo e irrespetuoso no lo comparto. Pero hay tanta buena onda para conmigo, hay tanto cariño que me sigue movilizando como el primer día. Me enternece. Y uno no puede estar ausente de eso: algo generó para que pase eso con la gente.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux