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Domingo, 1 de noviembre de 2009

CINE › CAMPANELLA Y EL RECORD DE PUBLICO DE EL SECRETO DE SUS OJOS

“Esto estuvo fuera de todos los parámetros”

Con más de dos millones de espectadores, ya es la película argentina más vista desde el regreso de la democracia. “No tengo una explicación”, reconoce el director de El hijo de la novia.

 Por Oscar Ranzani

Desde su estreno, el 13 de agosto, El secreto de sus ojos logró mantenerse en la primera posición del ranking de las películas más vistas durante once semanas consecutivas y sólo fue destronada del primer puesto el jueves pasado con el lanzamiento de This Is It, el documental sobre Michael Jackson. Pero no se trata de quitarle mérito a la película que acaba de ser elegida para representar a la Argentina en los premios Goya de España, además de ser precandidata para competir por el Oscar a la Mejor Película Extranjera. Su extensa permanencia en la primera posición no es un dato menor: un film argentino compitió y sigue compitiendo con otros extranjeros que no pudieron en todo ese lapso sacarlo del podio en un mercado donde los tanques hollywoodenses suelen acaparar las pantallas y dejar relegados a los largometrajes nacionales. Por otro lado, si se tienen en cuenta las estadísticas oficiales del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), Camila (1984), de María Luisa Bemberg, era la película argentina más vista desde el regreso de la democracia con 2.117.706 espectadores. Al concluir su undécima semana, El secreto... ya la superó: fue vista por más de 2.150.000 personas. Vale resaltar que hace veinticinco años, cuando se estrenó Camila, el VHS era incipiente, no existían el DVD ni Internet y tampoco la piratería provocaba los estragos que produce en la actualidad. De modo que la gente concurría más al cine. El film protagonizado por Ricardo Darín, Soledad Villamil y Guillermo Francella tiene, entonces, aún más méritos en esta conquista masiva de público.

Si se tienen en cuenta las estadísticas de consultoras privadas, Manuelita (1999) ocupa el primer lugar desde el regreso de la democracia con 2.318.000 espectadores, una cifra que El secreto... no tardará en alcanzar probablemente en los próximos días. Más allá de los números, la película contagia entusiasmo no sólo en la Argentina sino también en España, donde lleva recaudados más de tres millones de euros. Por todo esto, es casi una obviedad mencionar que se trata de un fenómeno de exhibición como hacía mucho no ocurría en nuestro país.

Juan José Campanella reconoce que no imaginaba semejante éxito. “Creo que todo el mundo que trabaja en cine sabe que no lo estoy diciendo de falsa modestia. Esto estuvo fuera de los parámetros. Yo dudaba de que llegara al millón de espectadores. Además, porque es una película por ahí más dura, más difícil. La sabiduría de la industria señala que la comedia anda mejor que el drama. Además, tiene ciertos elementos sorpresa o vueltas de tuerca de guión que hacen que no sea una película que uno pensaba como para ver dos veces. Y sin embargo, ha ocurrido que mucha gente la ve dos o tres veces. No es que la vieron dos millones de personas distintas. Así que realmente me ha sorprendido”, señala Campanella en diálogo con Página/12.

–Por las devoluciones que tuvo, ¿qué cree que es lo que más gusta de El secreto de sus ojos?

–No tengo explicación. Calculo que gustan la historia, la mezcla de géneros, la intensidad, creo que la gente se siente muy identificada. No sé, porque ocurre lo mismo en España. No tiene tanto que ver con la argentinidad de la historia sino más bien con su universalidad.

–¿Funcionó bien el boca en boca?

–Eso sí. El boca en boca fue más que bueno: demasiado efusivo. No es que decían: “Che, andá a ver esta película que es buena”, sino: “No te podés perder esta película”. Es algo de una efusividad que excede el boca en boca normal.

–¿Cuánto piensa en el espectador a la hora de realizar sus películas y cuánto pensó en este caso?

–¿Qué es el espectador? Hay millones de espectadores distintos. Yo trato de pensar en mí como espectador, en lo que me gustaría ver, en lo que me causaría sorpresa, tristeza, emoción, gracia, etcétera. No funciona nada para un espectador que tenga el gusto distinto que el mío. Uno trata de hacer la película para uno como espectador y ruega que mucha gente tenga el mismo gusto. Sí pienso en el espectador –y por eso trato de hacer muestras con gente que no haya visto la película a medida que la voy montando–, cuando mi familiaridad con la película desvirtúa mi virginidad como espectador: cosas que tienen que ver con el humor, con los tiempos de montaje, con la dosificación de la información. Como yo ya sé todo lo que va a pasar, necesito ver con un público virgen si hay sorpresa, si mostré demasiado, si tengo que ocultar un poco más. En ese sentido, hago muestras con público pero si el público me dijera: “No me gusta el final, quiero cambiarlo”, eso no lo haría nunca.

–¿Y disfruta del afecto del público o por momentos se vuelve una carga?

–Es lo que más disfruto porque la gente es muy afectuosa en la calle. Y esto es comunicación. Tengo claro que el afecto no es por mí sino por la película. Si yo necesito plata, nadie del público va a venir a prestarme (risas). Pero se entiende que es un afecto con la película. Obviamente que eso es un disfrute. A todo el mundo que hace algo le gusta que les guste a los demás.

–¿Busca llegar al alma del espectador antes que a la razón?

–Son indivisibles las dos cosas. Creo que la ficción tiene un condimento muy fuerte de embarcar a las emociones en su desarrollo. Una cosa es que sea un libro de texto que solamente apela a la razón. Pero en la ficción tienen que estar las dos cosas presentes.

–¿Qué piensa que gusta de su cine en general?

–Sin estar seguro, arriesgo que gran parte de la gente se siente identificada por lo que ocurre en la pantalla. Me escriben muchos señalando: “Esto me pasó a mí”.

–¿Qué le genera la precandidatura al Oscar?

–Es una alegría pero también es conciencia de que se trata de un primer paso en un camino largo. Por lo menos, salimos de las gateras y es mejor que no haber sido elegido. Pero es un año difícil con varias películas en competencia. Son quince más que en el año de El hijo de la novia. Siempre estoy tan acostumbrado a esperar lo peor en la vida que ya mi entusiasmo no se despierta fácilmente. Tengo cincuenta años y siempre que me agrandé y me subí al auto antes de comprar la rifa, me salió mal. Así que entrené a mi entusiasmo para que no sea prematuro (risas).

–¿Cómo vive el fenómeno que El secreto de sus ojos viene generando también en España?

–De la misma manera con como ocurre acá. Quizá con la diferencia de que como no es el lugar donde vivo, lo recibo por Internet y no veo al afecto que usted mencionaba. No lo puedo recibir directamente y, entonces, es un poco más distante.

–¿Es un estímulo o una presión haber tenido este éxito y tener que encarar otro proyecto?

–Las dos cosas: es un estímulo hacer algo que resuena en la gente y te da mucha alegría y ganas de volver a hacerlo. Te produce un high que uno siempre quiere mantenerlo como todos los estados de éxtasis. Pero es también una presión porque me da mucho miedo que después, cuando ocurra lo que seguramente ocurrirá, que es que mi próxima película no tenga este éxito, se empiece a percibir como un fracaso. Si después hacés una película con un millón de espectadores, pueden llegar a decir: “Umhhh, está en decadencia”. Por eso trato de quitarle importancia a todo esto de los más de dos millones de espectadores, como defensa propia.

–¿Cómo analiza el buen momento del cine argentino y el apoyo del público?

–Con la explicación más simple: dio la casualidad de que se juntaron tres o cuatro películas que a la gente le gustaron y la gente fue. No es un apoyo al cine argentino sino a ciertas películas que gustaron.

–Pero también hay películas que pueden funcionar y no pasa eso porque no tienen la posibilidad de publicitarse de la misma manera.

–Ese es un tema distinto. El problema es que son películas que no funcionan tampoco a su nivel. También por eso creo que no es un gran momento del cine argentino porque hace dos semanas se estrenaron como seis películas argentinas que tuvieron poca repercusión. Creo que el apoyo del público es a películas y no a cinematografías regionales.

–En ese sentido, su opinión contrarresta otras. Por ejemplo, la que cuestiona la penetración de determinados discursos publicitarios.

–La publicidad ayuda a tener un mejor arranque de lo que una película tendría si nadie se enterara de que se estrena. Ya en la segunda semana, una película crece o cae. O cae poco, que es como crecer en el cine. Y ahí ya tiene que ver el público. Creo que la publicidad ayuda, pero ya es un elemento menor. Hay películas (como Historias extraordinarias que se estrenó en el Malba sin publicidad) que llenan todas las funciones porque a la gente les gustan y tienen un buen boca a boca. O sea, que en la proporción, funcionan y tienen éxito. Hay películas que se estrenan igual de chiquitas y a la segunda semana se caen. O sea que, aunque vaya poca gente a verla, esa gente no la recomienda. Entonces, creo que pasa por otro lado. Me parece que el análisis no tendría que hacerse en base a números absolutos sino a números relativos. Obviamente que una película con actores muy conocidos, con setenta copias y con un gran lanzamiento publicitario va a juntar más espectadores en su primera semana que una con cuatro copias que poca gente se enteró de que se estrena. Sería una estupidez negarlo. Ahora, si esas cuatro copias en la segunda semana hacen el diez por ciento del público que hicieron en la primera es porque a esos que la vieron tampoco les gustó.

–¿Cuál será su próximo proyecto cinematográfico?

–Estoy empezando una película de animación que va a demorar dos años y medio. Los personajes están basados en el cuento de Fontanarrosa Memorias de un wing derecho. Son jugadores de metegol.

–Es la primera vez que incursiona en este género.

–Como director y guionista sí. Trabajé en una película de animación que se va a estrenar pronto y que se llama Plumíferos, pero más en un rol de productor.

–¿Lo vive como un desafío trabajar con un género tan diferente de los que abordó?

–Sí, hay muchas cosas de dramaturgia que son las mismas que en una película en vivo, pero todo lo otro es un mundo nuevo con códigos nuevos que me estimulan y me presionan al mismo tiempo.

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“¿Qué es el espectador? Hay millones de espectadores distintos”, afirma Juan José Campanella.
Imagen: Martín Acosta
 
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