CINE › “LA ESPOSA DEL BUEN ABOGADO”, DEL COREANO IM SANG-SOO
Cuando la realidad es un espejo fracturado
› Por Luciano Monteagudo
Para quienes son habitués del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, no es ninguna novedad que el cine coreano es uno de los más dinámicos y vitales del panorama actual, una cantera inagotable de films de todas las especies, que van desde la superproducción dedicada al gran público –que habitualmente desplaza de la cartelera local a los tanques más poderosos de Hollywood– al más radical cine de autor. En el medio hay toda una enorme gama de matices, a veces condensados en un mismo film. Este es un poco el caso de La esposa del buen abogado, el primer film que se estrena en Argentina de Im Sang-soo, de quien en el Bafici 2000 se había conocido su sorprendente ópera prima, Girls’ Night Out.
Líder de taquilla en su país y selección oficial en competencia de la exigente Mostra de Venecia –dos extremos que grafican el arco expresivo que abarca la película de Im Sang-soo–, La esposa del buen abogado tiene una narrativa mucho más compleja que el simple relato lineal de Camino a casa y no apela a los virtuosismos de imagen y al exotismo zen de Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera, por citar los estrenos más recientes del cine coreano en nuestro país. Film eminentemente urbano y contemporáneo, con una mirada muy crítica sobre la institución familiar, tiene en su centro una pareja de la generación de los treintaipico, bien instalada en la clase media y sin problemas económicos, sino en todo caso existenciales.
El abogado del título (Kim In-mun) es Youngiak, un profesional exitoso, tan adicto al trabajo como poco propenso a pasar sus escasas horas de ocio junto a Hojung, su esposa (la excelente Moon So-ri, en un papel diametralmente opuesto a la neo-Gelsomina que compuso en Oasis, la película que le valió un rosario de premios en su país y en el exterior). Mientras Youngiak va del lugar del crimen a la Corte y de la Corte al departamento de su amante, Hojung pasa sus días añorando sus épocas de bailarina y cuidando a su pequeño hijo, a quien le acaba de confesar que es adoptado. “Eso es lo que te hace falta, abogado: sexo salvaje, sin culpa”, le dice la amante de Youngiak, quien no duda en tomar el consejo bien en serio. Pero su esposa, aunque más pudorosa, no quiere quedarse atrás y comienza a flirtear con un adolescente que vive en la casa de al lado y que la sigue a todos lados como un perro faldero.
Hay algo muy físico en La esposa del buen abogado, como si toda la película pasara por el cuerpo de sus personajes. No se trata sólo del sexo, sino también de la danza, de las corridas extenuantes, de la sala de terapia intensiva donde después de un coma hepático por exceso de soju agoniza el padre del abogado, un viejo indómito que al mismo tiempo que vomita sangre escupe insultos contra el mundo en general y su familia en particular, quizás como una manera de exorcizar la culpa que lo corroe por haber abandonado a sus hermanos del otro lado del infame paralelo 38 después de la guerra que dividió en dos a Corea.
Filmada en un expresivo formato Scope, que utiliza el cuadro en todas su dimensión (aunque a veces la luz tienda a una estética publicitaria), el film de Im Sang-soo reniega de un montaje lineal y confía en cambio en que el espectador vaya construyendo de a poco la narración, vinculando situaciones y personajes como si se tratara de armar un puzzle, por momentos amargo, otros violento, pero siempre melancólico, con la certeza de que esas piezas reflejan una fractura profunda, como la de un espejo roto.
7-LA ESPOSA DEL BUEN ABOGADO
(Baramamnan Gajok) Corea, 2005.
Dirección y guión: Im Sang-soo.
Intérpretes: Moon So-ri, Kim In-mun, Hwang Jeong-min, Yoon Yeo-jung, Bong Tae-gyu.