CINE › ANG LEE HABLA DE DESTINO: WOODSTOCK, SU NUEVA PELíCULA, UNA MIRADA DE LOS ’60
Después de las polémicas disparadas por títulos como Crimen y lujuria y Secreto en la montaña, después del dolor de cabeza que significó Hulk, el realizador acompaña a un joven personaje en un frustrado viaje al corazón del festival de festivales.
› Por James Mottram *
Casi como Bruce Banner, el personaje de Hulk, una bestia sin domar acecha dentro de Ang Lee. Pero ésta no es una criatura verde con problemas para manejar su ira, sino un autor antiestablishment que tiene escarceos con el lado oscuro. Pueden verse flashes de él en algunas de sus películas: la escena de cambio de pareja en el drama de la era Watergate Tormenta de hielo, o la escena de sexo “tan explícita que seguramente es real” en Crimen y lujuria. Y ahora la secuencia de LSD en Destino: Woodstock, la comedia flower-power de Lee acerca del festival que definió a una generación. La escena llega cerca del final, cuando un joven de Catskills llamado Elliot Teichberg (Demetri Martin), quien ha sido fundamental en ayudar a los organizadores a armar el festival en su ciudad, finalmente llega a experimentar el verdadero significado de Woodstock. En su camino a través de la multitud de medio millón de personas, encuentra a una pareja sin nombre (Paul Dano y Kelli Garner) en una van. Antes de que uno se dé cuenta, está “viajando”, en lo que debe ser reconocido como una de las más finas secuencias de ácido autónomas desde que Stanley Kubrick metió a los espectadores en la Stargate en 2001, Odisea del espacio.
Como se trata del conservador Lee, en realidad él nunca tomó ácido. Lejanos están los días en que los directores –como Roger Corman para El viaje– deslizaban un cartón en la lengua en nombre de la investigación. “Estuve tentado de hacerlo”, dice Lee, débilmente. “Pero no pude. Una calada de marihuana y me duermo. No le saco provecho. Pero eso no viene al caso. Mis hijos me decían: ‘Papá, ¡tenés que probarlo!’. Ahí es cuando me cierro. Eran hongos... Dije: ‘Escuchen, no tuve que someterme a una operación de cambio de sexo para dirigir películas sobre mujeres, así que no me provoquen’.” En lugar de eso, se zambulló en montones de libros acerca de “la psicodinámica de la experiencia del LSD”, según dice James Schamus, productor y guionista de Lee en cada película, excepto en el romance de cowboys gays Secreto en la montaña y Sensatez y sentimientos, que tuvo guión de Emma Thompson. Schamus nota que “el guión es lo suficientemente fresco como para dar algún consejo sobre el viaje de LSD”, lo que lo llevó hacia Head, la influyente película de ácido de los ’60 dirigida por Bob Rafelson y con la actuación de The Monkees, “que Ang ni siquiera había oído nombrar”.
Al ser un obsesivo de los detalles, no escapó a la atención de Lee que la mayoría de las escenas de drogas en películas terminan siendo tediosas de ver. “Es una sensación”, explica él. “No es un efecto que pueda verse. Cuando lo filmás, podés hacer que la gente se enoje. Conseguís el efecto opuesto, podés irritar al público. Es un gran riesgo. Como director, me parece fascinante poder hacerlo bien, o lo mejor posible. Aporta mucho, creo que la película culmina en ese momento. Para mí, así es como la gente ve Woodstock: en oleadas”. Hijo de un director de escuela, Lee tenía 14 años y vivía en su Taiwan natal en el verano del ’69. “Vi cómo sucedía Woodstock en los noticieros de TV en blanco y negro, brevemente.” Pasarían nueve años antes de que se fuera de casa hacia EE. UU. –a estudiar en una escuela de artes dramáticas en Illinois y después en la escuela de cine de la Universidad de Nueva York– y la vida era “bastante conservadora” en ese entonces. “Incluso si los tipos tenían el pelo por acá (señala su cuello), había policías que te llevaban a la peluquería y te cortaban el pelo. Y te cortaban los flecos de tus jeans”.
Irónicamente, la cultura de la que él salió atrajo a muchos occidentales de la era Woodstock. “Buena parte de Woodstock tiene que ver con modos de vida alternativos para trabajar contra lo establecido, a lo que encontraban hipócrita, violento e imperialista. Lo que hicieron fue mirar hacia Oriente. Lo que para ellos era copado, para mí era un símbolo de represión. Como el daoísmo o el confucianismo, el maoísmo o el filósofo hindú que fuera... Eso representa algo muy represivo para mí. Pero era liberador para Occidente. De cualquier modo, me sentí bastante en casa cuando hice Destino: Woodstock, de un modo gracioso.”
Mientras que Destino... muestra –al menos en el fondo, ya que Elliot no llega ni cerca del escenario– canciones de Grateful Dead, Janis Joplin, The Doors y Joan Baez, la música nunca fue vital para Lee. “No fui un chico cool”, admite. “Escuché a Bob Dylan, pero no en profundidad”. Su vida estaba centrada en la familia. “El hogar es algo muy básico”, dice. “Es una relación nuclear. Mi vida personal sucedía principalmente dentro de casa. No fui una persona muy aventurera.” No hay duda de que es por eso que la noción de familia siempre impulsó a Lee, desde el clan inmigrante en El banquete de bodas hasta los hogares destrozados de Tormenta de hielo y Secreto en la montaña. En Destino: Woodstock, la película es impulsada por la relación de Elliot con sus padres judíos (Henry Goodman, Imelda Staunton), quienes manejan el motel venido abajo que se convierte en el centro de la operación Woodstock. “Es muy fascinante”, sonríe Lee. “¡La madre es horrenda! Fue muy real. El autor (Elliot Tiber, en cuyas memorias se basa el film) vio la película la semana pasada y decía: ‘¡Esa es mi madre!’ No podía parar de llorar.”
Aunque Lee no compara su crianza con la de Elliot, es evidente que también estaba peleado con sus padres. Ellos esperaban que siguiera la tradición familiar, como becario o maestro, y él admitió que su padre nunca pensó que su elección de carrera fuera respetable. “Piensa que es un buen hobby pero un terrible trabajo”, dijo alguna vez. Con todo lo conservador que es Lee en algunos aspectos –tiene dos hijos con Jane Lin, con quien está casado desde hace 26 años–, algunos elementos de su obra sugieren que todavía está rebelándose contra su padre. No importa lo que pudiera pensar éste acerca de los temas que eligió Lee, sus películas han demostrado ser exitosas. El banquete de boda, filmada con menos de un millón de dólares, fue una de las más lucrativas de los ’90. Adorado por Hollywood, fue nominado como mejor director en los Oscar por El tigre y el dragón, y lo ganó por Secreto en la montaña. Pero también es el preferido del circuito de festivales: tanto Secreto... como su drama erótico con trama en Shanghai Crimen y lujuria ganaron el León de Oro en Venecia.
En chiste, Schamus dice que antes de Destino: Woodstock, “la intención de Lee era pasar otros diez años haciendo películas increíblemente deprimentes, ocasionalmente alivianadas con sexo hardcore”. Aunque esto pueda ser una exageración, Lee, de 55 años, admite que están acabados los días de su debut Manos que empujan (1992), sobre un viejo instructor de tai chi. “No puedo hacer películas del modo en que empecé mi carrera. Para ser honesto, ser más liviano ¡es realmente un gran esfuerzo! Mi curva de aprendizaje en Destino... fue mostrar más respeto por el lado liviano, conservar la felicidad y la inocencia.” De cualquier modo, después de Crimen y lujuria –que causó controversias incalculables en China–, admite: “Necesitaba algo más liviano para salir de eso”. Quería hacer “una película mucho más suelta”, dice. Y sobre crear algo más amplio: “No llegué allí. Igual la enraicé en la realidad, en los detalles. El estilo está controlado y tiene buena imagen. No fui tan lejos como quería. ¡No me puse desprolijo! Así que o reconozco mi propio yo hoy en día y lo tomo como un hecho, o todavía tengo un largo camino por delante. Pero aquí estoy ahora”.
Pero, con todo lo livianamente divertida que es Talking Woodstock, Lee no puede evitar enfatizar el lado oscuro de la época, desde el veterano de Vietnam de Emile Hirsch hasta aludir irónicamente al intento capitalista acechando detrás del amor libre. El festival de Altamont –que se realizó menos de cuatro meses después de Woodstock y bajó violentamente la cortina a los ’60– apenas es mencionado. “Era un poco riesgoso incluir eso”, dice Lee. “Se supone que es una comedia para sentirse bien. Y meter esa sombra podría terminar la atmósfera optimista. Pero estaría todavía peor ignorar la realidad.” Si esto es lo que define buena parte del trabajo de Lee, no debe llamar la atención que raramente haya trabajado con grandes estudios. Tras encontrar su lugar en Focus Features, dirigida por Schamus, no es una sorpresa que su único blockbuster –Hulk, de 2003– haya sido un fracaso. “En realidad, la experiencia de Hulk fue de libertad total, tenía el dinero para hacer lo que quisiera. Pero el estreno de la película –el modo en que la venden– puede ser doloroso. Hace que te arrepientas de todo lo que hiciste.” Como ahora trabaja en una adaptación de la novela fantástica Life of Pi, de Yann Martel, para 20th Century Fox, Lee no renunció a hacer películas de alto presupuesto. “Quizá todavía me queden algunas por hacer”, se ríe. Lo único que necesitará es mantener la bestia interior bajo control.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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