CINE › UNA PELíCULA DE EMOCIONES CONTRAPUESTAS Y URGENTES
La ópera prima de ficción de Zbanic hace eje en la relación entre madre e hija, marcadas por una historia trágica de violación e impunidad. La directora toma distancia del horror, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo.
› Por Horacio Bernades
En una de las primeras escenas de Grbavica, que en Argentina se estrena –sólo en formato DVD– con el título de Sarajevo, mi amor, la protagonista se pone a jugar un juego un poco bruto con su hija. Se corren por el departamento, gritan, forcejean. La chica logra dominarla como un catcher, la espalda contra el piso, agarrándola por los brazos. En ese momento el juego se vuelve para la mujer tortura intolerable y pide a gritos que la suelte. No se entiende bien qué le pasa. Pero algo le pasa, porque no es la única ocasión en que reacciona de manera aparentemente loca. La reconstrucción de eso que le sucede a Esma, que reconoce como origen una conmoción largamente soterrada, es el tema, la mecánica y hasta la forma de Sarajevo, mi amor.
Nacida de la voluntad de exponer una herida que durante demasiado tiempo la sociedad bosnia no se atrevió a aceptar –las decenas de miles de mujeres musulmanas violadas por soldados, durante las guerras de los Balcanes–, la ópera prima de ficción de Jasmila Zbanic, ganadora del Oso de Oro en Berlín 2006, tiene dos o tres virtudes esenciales. Una es el temple que le permitió a la realizadora tomar distancia, convirtiendo el desgarro en objeto de ficción autónomo. Otra, el mantener a raya los demonios que asuelan a obras como ésta, muy marcadas por lo real: la alusión directa, la alegoría, la voluntad de demostración. Finalmente, el que tal vez sea su hallazgo clave, el rechazo absoluto de toda certidumbre previa. Rechazo que lleva a construir la historia así como el ciego golpea el aire: escena a escena, sin certezas.
La película de Zbanic hace eje en la relación entre Esma, cuarentona larga, y Sara, su hija de doce años. Chica de carácter, Sara no sólo juega al fútbol de igual a igual con los varones: si no la respetan, se agarra a trompadas con el más matón. Madre soltera, como a Esma no le alcanza con coser para afuera, se presenta a un puesto de camarera, en un club nocturno. “Mostrá las tetas, te van a dar más propina”, aconseja una compañera más experimentada, que predica con el ejemplo. El club Amerika está lleno de hombres y todos parecen ex mercenarios, mafiosos en curso, criminales de guerra. No es raro que de pronto Esma mire a alguno y salga corriendo, en otra de esas conductas locas que, se va entreviendo, podrían ser las más lógicas del mundo.
Habrá un hombre distinto de los demás, ley de compensaciones demasiado “cantada”, que tal vez hubiera convenido evitar. Mientras tanto, Sara sigue suponiendo que su padre es un shaheed, un muerto en combate. Pero Esma llamativamente calla, disimula, tira la pelota al costado. En algún momento su silencio deberá quebrarse. Habrá quien reproche a Sarajevo, mi amor el carácter, tal vez excesivamente tradicional, de una fábula de desocultamiento, con su fatal encadenamiento conclusivo de revelación, confesión y catarsis. Pero por qué sería reprobable lo que los griegos convirtieron, hace más de dos mil años, en uno de los módulos representativos básicos de la cultura occidental. Es loable que esta suerte de tragedia optimista se narre con la prosaica vitalidad de un drama en tiempo presente, en el que la realizadora y guionista muestra la suficiente lucidez para diferenciar entre dos categorías antagónicas de violencia.
Una es la que Esma sufrió más de doce años atrás y que no es evocada ni por un solo flashback, en un pito catalán a uno de los recursos más obvios y gastados del cine. Esa violencia encierra en sí todos los males de este mundo. Hay otra, liberadora, necesaria y vital, que encarna ese pequeño huracán llamado Sara, capaz de tirarle cosas por la cabeza a cualquier adulto que quiera indicarle qué hacer y qué no. Y de agarrarse a trompadas con su madre, en una escena que funciona como reflejo trágico de la otra, cómica, que se señala en el primer párrafo. Escena que recuerda, en su desesperación, las batallas campales familiares de más de una película de Cassavetes.
“Es una película de actores”, reprocharán otros, como si eso fuera intrínsecamente malo. Hay películas “de actores” muy malas, desde ya. Son aquellas en las que las actuaciones se roban la película. Están las otras, las buenas, en las que actuar y transmitir verdad se vuelven la misma cosa. Es el caso de Sarajevo, mi amor, donde la veterana Mirjana Karanovic, vista en películas de Kusturica (Papá salió en viaje de negocios, Tiempo de gitanos, Underground), es capaz de construir una emoción compleja y secreta, la de sentir culpa por un crimen del que fue víctima, mientras apaga un cigarrillo y prende otro. A su lado, la asombrosa Luna Mijovic logra aunar violencia interior, energía rebelde y la más profunda, inexplicada orfandad. Entre esas emociones contrapuestas y urgentes discurre Sarajevo, mi amor, una película que no es sólo de sus actrices.
8-SARAJEVO, MI AMOR (Grbavica,Alem. /Austria /Hungr. /Bosnia-Herzegovina, 2006)
Dirección y guión: Jasmila Zbanic.
Fotografía: Christine Maier.
Intérpretes: Mirjana Karanovic, Luna Mijovic, Leon Lucev, Kenan Catic, Jasna Ornela Berry y Dejan Acimovic.
Se exhibe en proyección DVD, en los cines Arteplex (Centro, Belgrano, Caballito y Villa del Parque).
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