Domingo, 17 de enero de 2010 | Hoy
CINE › LA HISTORIA DE UNA PELICULA FALLIDA DEL GENIAL DIRECTOR
Realizado por su productor Jan Harlan, Stanley Kubrick’s Napoleon: The Greatest Movie Never Made es un bloque de diez kilos con el guión completo de su biopic sobre Bonaparte, fotos de locaciones y correspondencia entre Kubrick y los actores.
Por Rob Sharp *
Está anocheciendo en Hertfordshire; las sombras del fin del día rodean una roca adornada con flores que marca el lugar del último descanso de Stanley Kubrick. Algunos perros se acercan para saludar a Jan Harlan, cuñado de Kubrick y productor de sus películas, que observa estático la tumba antes de volver a la casa detrás suyo. Harlan debe prepararse para la fiesta de lanzamiento de Stanley Kubrick’s Napoleon: The Greatest Movie Never Made (“El Napoleón de Stanley Kubrick: la mejor película nunca filmada”), un lujoso libro publicado el mes pasado por la editorial Taschen que contiene buena parte del material de preparación para uno de los mayores proyectos del cineasta, una biopic del emperador francés que nunca nació, ni hablar de dominar el mundo. A fines de los ’60, el estudio MGM desactivó lo que podría haber sido la mejor película de Kubrick, en parte asustado por las alzas de presupuesto: iba a costar unos 5,2 millones, lo que traducido a tiempos modernos sería unos 100 millones. Deprimido por el rechazo, Kubrick se dedicó a su adaptación de la novela de 1926 Traumnovelle or Dream Story, del autor austríaco Arthur Schnitzler, que recién llegaría al cine en 1999 como Ojos bien cerrados, la última película de Kubrick. El corte final de ese film fue exhibido aquí, en Childwickbury House, en las afueras de St. Albans, un viejo refugio del director, apenas cuatro días antes de que muriera. El autor fue enterrado cerca de su árbol favorito, en los amplios campos de la propiedad.
Sobre Napoleón, Harlan dirá un rato más tarde que “fue muy duro descubrir que el proyecto no seguiría adelante”. En su casa, apenas a diez minutos de la residencia de Kubrick, el productor señala que “Stanley se sentía extremadamente infeliz. Pensé en volver a Zurich, de donde venía, pero entonces conocí a mi esposa en Inglaterra. Ella quería que me quedara aquí, le caía bien a Stanley y él me cayó bien a mí, con lo que todos nos instalamos acá y nos dedicamos al trabajo”. Harlan y Kubrick trabajaron juntos en Barry Lyndon (1975), El resplandor (1980), Nacido para matar (1987) y Ojos bien cerrados. Harlan fue también asistente de producción en La naranja mecánica (1971) y productor ejecutivo en Inteligencia Artificial, que Steven Spielberg completó sobre el trabajo que ya había adelantado Kubrick.
Harlan es un tipo cálido, algo bastante sorprendente considerando su pedigrí en el negocio del cine. Es feliz al recordar los almuerzos con Spielberg y las charlas que aún da en escuelas europeas. Le da un golpecito al libro que descansa en su mesa, un impactante tomo de diez kilos y un precio de 450 libras (unos 732 dólares), con un agujero en su interior: la clase de cosa en la que los caballeros victorianos ocultaban sus pistolas. Aquí se ocultan diez volúmenes más pequeños: hay un guión completo de la película; un libro de correspondencia entre Kubrick y varios de los actores que pensaba que podían funcionar en el film (David Hemmings era uno de los candidatos a Napoléon); un catálogo de fotos de extras en vestuario de época, y un libro con memos de producción que incluye una discusión sobre el uso de “un papel Dupont especial a prueba de fuego” para los uniformes de los extras (aparentemente, podía hacerse cada uno por un dólar). Para dar una pista de las obsesiones de Kubrick, se apunta que tomó 15 mil fotografías de potenciales locaciones. Su sistema de índice de fichas, que utilizaba para coordinar todos los movimientos de los personajes de modo que supieran dónde estaba cada uno en cada momento, llega a las 25 mil entradas.
“En un nivel profundo, su interminable interés en observar al género humano fue la fuente de todas sus películas –escribe Harlan en el libro–. Napoleón era el sujeto de estudio ideal. Una de las nociones de Stanley que suele repetirse es que, ya que todos somos conducidos por nuestras emociones, la creencia de que deberíamos ser gobernados por el pensamiento racional es una vana ilusión.” La viuda de Kubrick, Christiane, cree que él peleó por entender cómo un hombre tan capaz como Napoleón podía ser manipulado por Josefina, o cómo pudo calcular tan mal la campaña rusa que lo terminó llevando a la derrota. “Cuando Stanley era joven, durante un tiempo jugó al ajedrez por dinero en Nueva York –dijo la viuda en la fiesta de lanzamiento–. El creía que Napoleón podría haber aprendido a controlarse mejor a sí mismo si hubiera jugado al ajedrez. Stanley pensaba que si sos demasiado emocional perdés.”
Harlan señala que el trabajo de Kubrick sobre Napoleón es un epítome de su excesiva ética de trabajo. “Stanley amaba estudiar, siempre estudiaba. Quiero decir, para 2001 habló sobre el espacio con científicos, filósofos y clérigos. Amaba investigar la mente de la gente, era el estudiante soñado. Sabía muchísimo sobre astronomía, filosofía, varios elementos del espacio y la vida, lo que siente la gente sobre la creación y la evolución, y puso todo eso en su película, Con 2001, su conclusión fue que no tenemos idea de lo que sucede. Los expertos no tienen idea. Con Napoléon, Stanley eligió a personas que realmente sabían sobre él. Leyó cada libro en inglés sobre ese período y, obviamente, se convirtió en un tremendo experto. En el comienzo, el profesor Markham fue su tutor.” Harlan se refiere al historiador Felix Markham, cuya biografía de 1966 sobre Napoléon fue una fuente clave para Kubrick. Markham empleó a un equipo de historiadores de Oxford que trabajaron full time para responder las preguntas de Kubrick. Esa correspondencia se cuenta entre los atractivos del libro; incluye cartas para posibles Napoleones como Oskar Werner y Ian Holm. Una nota escrita a mano por Audrey Hepburn rechaza el rol de Josefina debido a un descanso en su carrera, pero señala que espera que Kubrick “vuelva a pensar en mí algún día”.
El guión empieza y termina con una toma del osito de peluche que Napoléon tuvo en su infancia, En el medio, Kubrick atraviesa los grandes momentos de su carrera con su acostumbrada altisonancia, incluyendo el sitio de Toulon de 1793 que le dio renombre y sus tempranas campañas a Italia y Egipto. Otros grandes momentos dramáticos incluyen su entrada en 1812 a una Moscú abandonada y una suntuosa recepción diplomática a orillas del Niemen, río de la Europa oriental. La batalla de Waterloo ocupa siete páginas. El volumen más extenso, de 500 páginas, contiene comentarios sobre el film de la editora del libro, Alison Castle, Harlan y el cineasta francés Jean Tulard, un especialista del tema “Napoleón en el cine” que sugiere que Kubrick dejó afuera a Marie Walewska, amante de Bonaparte, para evitar comparaciones con Greta Garbo, quien la interpretó en la película de 1937 Conquest. “Leyendo el guión es imposible decir si a Kubrick le gusta u odia a Napoleón”, escribe.
De un modo crucial, dice Harlan, Napoleón le podría haber dado a Kubrick la oportunidad de emplear la proyección frontal –una combinación de fondos prefilmados con actores al frente– por primera vez. El director debería esperar hasta la escena del “amanecer del hombre” en 2001 para usarla apropiadamente.
Castle también editó The Stanley Kubrick Archives, una colección de fotos y ensayos de otras películas de Kubrick. “La familia fue muy amigable, agradable –dice–. Me confiaron el material, no estaban paranoicos ni nada por el estilo. Siempre estuve fascinada por el trabajo de Kubrick, me lleva una y otra vez a mi primera experiencia de ver películas; cada vez que vi una película suya por primera vez fue una experiencia de vida. Todas sus películas quedaron dentro mío. Cuando era joven estaba fascinada con él, y aún hoy recuerdo cómo era. Tenía una interesante visión del mundo. La manera audaz en que trata sus temas... es como si me hablara.” Harlan dice que ha intentado encontrar directores para resucitar el proyecto, pero no tuvo mayor éxito. “Ridley Scott sabe que tenemos el material, y lo contactamos a Ang Lee –detalla–. Lo ridículo es que tenía a Spielberg y a Ang Lee en una mesa y trataba de decirles ‘hey, esto es algo real’, en lugar de Hulk. Pero ellos prefirieron hacer Hulk. ¿Qué puedo hacer yo?”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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