Vie 19.02.2010
espectaculos

CINE › TEMAS CONFLICTIVOS EN LA COMPETENCIA DEL FESTIVAL

La historia vuelve a empezar

La directora bosnia Jasmila Zbanic presentó Na Putu, otra inmersión en los traumas que la posguerra instaló en Sarajevo. El alemán Oskar Roehler sólo consiguió abucheos con su Jew Süss, Rise And Fall, un fallido abordaje de los tiempos del nazismo.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Berlín

Cuatro años atrás, la directora bosnia Jasmila Zbanic fue la sorpresa de la Berlinale cuando se alzó con el Oso de Oro por su ópera prima Grabica, estrenada el año pasado en Argentina como Sarajevo, mi amor. Si allí Zbanic se animaba a hurgar en las heridas aún abiertas de la guerra de los Balcanes y tocar un tema particularmente tabú, el de las mujeres violadas, ahora la directora trajo a la competencia de Berlín Na Putu (En transición), otra inmersión en los traumas que la posguerra instaló en Sarajevo.

La película se ocupa de mostrar una ciudad joven, cosmopolita, sin llagas ni ruinas a la vista. Pero por detrás de esa fachada asoman las grietas que aún están internalizadas en los personajes. Luna y Amar forman una pareja armónica y estable, al menos en la superficie. Ella es azafata y él controlador de vuelo en el aeropuerto de la ciudad. Pero como el soldado que alguna vez fue, Amar guarda una zona oscura, que intenta anestesiar con alcohol. Su derrumbe parece inminente, hasta que encuentra refugio y sentido de pertenencia en una secta musulmana radicalizada, que lo aleja de la bebida pero también de Luna.

Lo más interesante de Na Putu está en el enfrentamiento de dos modos de vida, que la película sugiere son cada vez más antagónicos en la nueva Sarajevo, como si todo el infierno pudiera volver a empezar. Tanto Luna como Amar son de origen musulmán, pero mientras ella, sin renegar de sus tradiciones, adhiere a una relación secular con el mundo, Amar en cambio se vuelve cada vez más religioso e intolerante. El problema del film de Zbanic es que luce demasiado estructurado, dependiente en exceso de un guión que va convirtiendo a la película en una suerte de tesis, donde cada escena parece estar allí para ilustrar un concepto antes que para dejar que los personajes vibren con una vida propia.

Si se trata de películas a la vieja usanza, ninguna de la competencia es capaz de representar mejor una etapa ya superada del cine que Jud Süss -Film ohne Gewissen (Judío Süss, film sin conciencia), concebida por el alemán Oskar Roehler en la senda del éxito de La caída, que tuvo el dudoso mérito de volver a poner de moda –y como toda moda, acríticamente– los tiempos del nazismo. No parece una casualidad que para su distribución internacional el título elegido por la producción alemana haya sido Jew Süss, Rise And Fall, que habla de un apogeo pero también de una caída.

Ese derrumbe es ahora el de Ferdinand Marian, un galán alemán de los años de la guerra, que se hizo tristemente célebre cuando protagonizó Judío Süss (1940), un film de propaganda antisemita dirigido por Veit Harlan pero supervisado de manera directa y personal por Joseph Goe-bbels. La película de Roehler, por su parte, cuenta las bambalinas de esa producción nazi, que hasta el día de hoy está prohibida en Alemania. Y lo hace con un despliegue de producción, con una suntuosidad, con una fascinación incluso por ese período –al punto de que Goebbels viene a ser aquí una suerte de divo superstar– que habría que volver a formularse las mismas preguntas que se planteaba Wim Wenders en ocasión del estreno de La caída: ¿se puede hacer una película así, sobre este tema, sin un punto de vista? ¿Se puede ser neutral? ¿Cuál es ese “film sin conciencia” del que habla el subtítulo original en alemán? ¿La película de Harlan acaso o la del propio Roehler? Los abucheos que recibió en la función de prensa hacen pensar que esas preguntas no tienen una respuesta seria.

Alguien podrá invocar, para defender a este nuevo Judío Süss, el recuerdo del Mefisto (1981), de István Szabó. Más cerca en la memoria está Las vidas privadas (2008), de Marco Tullio Giordana, que narraba el apogeo y derrumbe de una pareja de actores del período fascista. Pero mientras el tema de la película de Szabó era la traición y el de la de Giordana la locura, la de Roehler parece ser, lisa y llanamente, la expiación. No hay nada trágico en el personaje de Ferdinand Marian, ni siquiera su suicidio: todo está narrado de una manera tan banal que hasta las esvásticas que flamean a su alrededor lucen como meros objetos decorativos.

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