CINE › NO APARECIó UNA CLARA FAVORITA A LLEVARSE EL PREMIO MAYOR
Las últimas dos películas presentadas en la competencia oficial, Mammuth y The Killer Inside Me, están lejos del cine que habitualmente resulta galardonado. Hasta ahora, los pronósticos apuntan a Cómo terminé este verano, de Alexei Popogrebsky.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Llegó la hora de los premios. En la noche de hoy, el jurado presidido por Werner Herzog dará a conocer su veredicto sobre los veinte títulos que compiten en el concurso oficial de la Berlinale del 60º aniversario. Y al cierre de la última jornada, no llegó a aparecer una de esas películas capaces de generar el suficiente consenso como para suponer que se está en presencia del Oso de Oro. Por la potencia y la audacia con que expresa su feroz antimilitarismo, se podría pensar por ejemplo en la estupenda Caterpillar, del japonés Koji Wakamatsu, pero su salvajismo formal y su crueldad es tal que divide públicos, y seguramente también jurados.
Entre las publicaciones que registran las preferencias de los críticos –-ScreenDaily, con votos de la prensa internacional; Der Tagespiegel, con los puntajes de los especialistas alemanes– se fue colocando a la cabeza de las listas la película rusa Cómo terminé este verano, tercer largometraje de Alexei Popogrebsky. El cineasta es conocido por los espectadores del Bafici a partir de su ópera prima Koktebel, premiada por la crítica internacional (Fipresci) como revelación de la temporada 2004.
La nueva película de Popogrebsky tiene apenas dos personajes y un escenario magnificente: la inmensidad del Polo Artico. Durante la temporada de verano, que apenas si atenúa el frío y las ráfagas de viento, estos dos hombres habitan una pequeña estación meteorológica, desde la cual deben transmitir distintas mediciones, entre ellas algunas peligrosamente radioactivas. Uno de ellos es veterano y conoce la zona como la palma de su mano; el otro es joven, inexperto, y está intimidado por el carácter hosco y violento de su compañero. El único contacto exterior es a través de una débil señal de radio, con la que se comunican con su base. Y nada sale de la rutina, hasta que el más joven recibe un mensaje que no se atreve a transmitir: la mujer y el hijo de su compañero han muerto en un accidente y no podrán enviar un barco de rescate hasta dentro de cinco días, cuando se abran los hielos. Lo que sigue es un infierno blanco, donde la locura se irá instalando entre ambos personajes.
“Figuras en un paisaje” también se podría titular el film de Popogrevsky, que sabe cómo sacarle rédito a su inusual locación, convirtiendo ese espacio casi inabarcable por la cámara en una paradójica prisión, de la que ninguno de los dos personajes sabrá escapar. Sin embargo, se extraña en el film un mayor crescendo dramático, una vez que parece haber llegado a su clímax y lo deja escapar. Por otra parte, no es ocioso recordar que el primer largometraje de Herzog, Señales de vida, que en 1969 se llevó el Oso de Plata, también se ocupaba de un par de personajes, uno de los cuales iba paulatinamente enloqueciendo. La locación era muy distinta (la soleada Grecia), pero hay un aire de familia –la lucha contra los elementos, el enfrentamiento de voluntades– que quizás el director de Aguirre, la ira de Dios quiera reconocer.
En todo caso, mucho más ajenas a su manera de concebir el cine son las dos últimas películas que pasaron ayer por la competencia. Mammuth es la nueva comedia de Benoît Delépine y Gustave Kervern, los autores de la elogiada Aaltra, una farsa de humor negro que llegó a estrenarse en Buenos Aires un par de temporadas atrás. Aquí también hay un viaje, la estructura también es episódica (responde a los personajes que van apareciendo en el camino) y la estética elegida es una vez más la del cine amateur, con un grano tan grueso que parece a punto de reventar en la pantalla. La diferencia la hace el protagonista, nada menos que Gérard Depardieu, más gordo que nunca, con el pelo grasiento pasando los hombros, enfundado en una campera de cuero raído y montado en una vieja moto, como si se hubiera escapado de una película del crédito de Quilmes, José Campusano.
El asunto es que el hombre acaba de jubilarse, después de toda una vida de trabajo puro y duro –desde patovica a matarife–, pero para cobrar lo que le corresponde deberá rastrear los aportes previsionales que sus precarios empleadores no siempre hicieron. Es así como se topa con distintas situaciones, mientras sueña con el fantasma de su primera novia (una aparición especial de Isabelle Adjani), que murió en un accidente en una moto que él conducía. Pero hay mucha dejadez y condescendencia en el film de Delépine y Kervern, que cometen el pecado de no aprovechar a fondo el tamaño de actor que tienen para sí durante toda la película.
La última entrega de la competencia berlinesa provino directamente del Festival de Sundance, donde se dice que no fue bien recibida. Pero The Killer Inside Me es quizá lo mejor que ha hecho últimamente el prolífico e irregular director británico Michael Winterbottom. Adaptación de la novela homónima del gran Jim Thompson, quizás el autor más negro de la literatura negra, The Killer Inside Me –a diferencia de la versión de 1280 almas que Bertrand Tavernier había desplazado a Africa– está fielmente ambientada en un pequeño pueblo sureño de los Estados Unidos, circa 1950. Acá también, como en 1280 almas, el encargado de mantener el orden, el sheriff del condado, es el killer, el siniestro asesino serial. Y sucede que sus primeras víctimas son aquellas a quienes más quiere: su novia y su amante, a las que mata con sus propias manos, a puñetazos. Así de enfermo es el mundo de Thompson, al que quizá Winterbottom, sin ahorrarle nada de violencia, le resta sin embargo espíritu pulp, la rugosidad del papel de pulpa sobre el cual se publicaban sus novelas y hacían a su estética.
Eso se nota sobre todo en su lustroso casting femenino (Jessica Alba, Kate Hudson), mientras que no se podría pensar en nadie mejor que en Cassey Affleck como el protagonista, que a pesar de su aspecto de angel face –o tal vez gracias a él– no deja de esconder al monstruo que lleva adentro. Hay también secundarios impecables (Ned Beatty, Elias Koteas, Bill Pullman), pero claramente The Killer Inside Me no es la clase de películas que se lleva premios en un festival. Lo sabe muy bien Winterbottom, ganador del Oso de Oro 2003 por In This World y del Oso de Plata 2006 por Camino a Guantánamo, dos títulos que no podrían ser mejor ejemplo de esa inane categoría denominada “cine políticamente correcto”, del cual éste no es precisamente el caso.
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