Miércoles, 24 de marzo de 2010 | Hoy
CINE › GABRIELA DAVID HABLA SOBRE LA MOSCA EN LA CENIZA, SU SEGUNDO FILM
Un artículo sobre una chica secuestrada que logró escapar de un burdel porteño por los techos sensibilizó a la directora, quien maduró su película durante cinco años. “Es una ficción, no tiene registro documental”, aclara.
Por Oscar Ranzani
La trata de personas es una de las problemáticas sociales más complejas que suceden en la Argentina y las denuncias al respecto hicieron eclosión en los últimos años, a pesar de que el horror de las chicas secuestradas y obligadas a prostituirse viene desde hace mucho tiempo. La realizadora Gabriela David, cuya ópera prima fue Taxi, un encuentro, se sensibilizó con el tema luego de leer un artículo periodístico que mencionaba el caso de una chica que había logrado escaparse de un burdel de la ciudad de Buenos Aires y que logró salir del infierno sexual huyendo por los techos y pidiendo ayuda a una vecina solidaria. El impacto que esa nota provocó en David fue tan potente que la directora decidió elaborar una ficción cinematográfica, con aquel suceso como disparador. Comenzó, entonces, hace cinco años, a escribir el guión de La mosca en la ceniza, que se estrenará mañana. Durante ese período, David fue tejiendo, poco a poco, la historia de Pato (Paloma Contreras) y Nancy (María Laura Cáccamo), dos jóvenes amigas con diferentes personalidades y grados de aspiraciones. Engañadas, ambas llegan a Buenos Aires desde Misiones para trabajar, pero caen en la trampa que las lleva a un calvario difícil de soportar para cualquier mujer. Son regenteadas por una experta en el maltrato (Cecilia Rossetto) y tienen diferentes actitudes frente a lo que les toca vivir: mientras Pato se opone a todo aquello a lo que la obligan, Nancy, tal vez más ingenua, busca adaptarse a la situación. Ambas tienen una amistad inquebrantable y la actitud de una de ellas será el motor para aligerar el sufrimiento de la otra.
David comenta que para la investigación previa accedió a material periodístico y documentación con estadísticas. A su vez, estableció contactos con organismos en contra de la trata de personas como la Red No a la Trata y La Casa del Encuentro. “Estuve informándome sobre cuestiones puntuales: cómo es que llegan a reclutar chicas, cómo les hacen el cuento. Ese fue el tipo de investigación que tuve. No hice una investigación de campo, sino que, a partir de todos esos elementos, inventé una ficción de todo ese universo”, explica David. Es por eso que la cineasta no cataloga a La mosca en la ceniza “como una película con registro periodístico o documentalista”. “Tiene cierta lírica: la de la ficción. Es una película con un estilo muy propio que va más allá del tema de la trata de personas, ya que habla de la condición humana”, le dice a Página/12.
–¿Intentó hablar con alguna chica recuperada del infierno de la trata?
–Sí, pero no por mí, porque con toda la documentación que había leído me parecía suficiente para construir la ficción. Habíamos intentado porque era necesario para algunas de las actrices, pero nos resultó un poco difícil, estaban reacias a hablar del tema. Sí fuimos a algunas marchas que se realizan una vez por mes, pero ellas no van a esos lugares. En general, son militantes o parientes.
–¿Por qué no la planteó como una película de denuncia sino con un abordaje humano y emocional?
–Porque para mí tiene mucho peso la relación que construí de las dos amigas, ese vínculo de amistad y de lealtad entre las dos. Quizá Nancy puede llegar a adaptarse a ese entorno; por ahí, la pasa mejor que de donde viene. Sin embargo, deja todo de lado cuando ve que corre riesgo su amiga. Trata de llevar a cabo la hazaña de encontrar la salida por la otra y no por ella misma. Me interesaba mucho trabajar y contar esto. En ese punto sí se transforma en una película de ficción, de personajes y de vínculos.
–¿Cómo fue el trabajo con María Laura Cáccamo y Paloma Contreras para construir personajes tan complejos?
–Fue muy lindo el trabajo con ellas. A María Laura Cáccamo la conocía del grupo de teatro de Miguel Guerberoff y es las más antigua del proyecto, porque la convoqué a finales de 2005. Me había gustado mucho su figura tan peculiar, tan chiquitita, el timbre de voz que tiene. Y para el personaje de Pato quería una chica morocha, de ojos negros. Comúnmente no hay actrices jóvenes que tengan esas características. Cuando supe de Paloma, fui a verla a una obra de Teatro X la Identidad y realmente me encantó. Cuando las presenté y las tuve frente a frente, se cristalizó ante mis ojos el dibujito que tenía en la cabeza. Fue un trabajo de lectura muy intenso con las dos. Después ensayamos mucho, pero fundamentalmente situaciones previas a la película, que tenían que ver con el vínculo de ellas, la relación cotidiana en esa zona rural donde vivían. Fue muy valioso porque cuando empezamos a filmar todo fluía.
–Pato tiene una actitud de rechazo rotundo frente al horror que le toca vivir, mientras que Nancy busca adaptarse a la situación, a pesar de lo traumático. En ese sentido, ¿Nancy es más ingenua que Pato?
–No, Nancy tiene otro contacto con las cosas y la vida. Ella viene de un lugar donde ha sido sometida. Teníamos muy en claro toda su historia previa. Hay alguna información que se filtra en la película acerca de lo que le ha pasado. Ha tenido muchas experiencias sexuales. Y tiene una inmadurez: hay cosas que se olvida, no registra, hizo hasta cuarto grado, pero prácticamente es como una analfabeta. No tiene ninguna perspectiva propia de vida más que estar bien y acompañar a Pato. Siempre depende de alguien; en este caso, de Pato. Viene a Buenos Aires por su amiga y no por ella misma. Pato, en cambio, sí tiene otras ambiciones: el deseo de terminar el secundario, poder progresar, ganar algo de plata para ayudar a su mamá y sus hermanos. Tiene una meta. Nancy, no, más que estar siempre bajo el ala de alguien.
–¿Por qué cree que sentimientos tan nobles como la lealtad prevalecen en medio del horror?
–Es uno de los valores o de las virtudes que tenemos los seres humanos dentro de nuestra condición, como también tenemos estos horrores que también pertenecen a la condición humana. No son extraterrestres que vienen y que aplican estos sistemas represivos. Pero creo en el hecho de que prevalezca la lealtad más por una necesidad de esperanza propia como autora.
–La televisión se encargó de presentar la problemática de la trata a través de la ficción en Vidas robadas. Ahora, la muestra usted en el cine. ¿Cuánto cree que impacta el abordaje artístico y mediático para concientizar a la sociedad?
–No tengo muy en claro cuánto impacta. En Vidas robadas impactó, como sucedió también con Montecristo, que tenía que ver con los militares y las fuerzas de poder represivo. Si bien no la seguí, Vidas robadas impactó porque fue una miniserie, con toda la publicidad. La TV se mete en la casa de la gente. En el caso del cine, la gente va si le interesa, si le atrae el tema. Y una película existe si logra difundirse. Si no se sabe que existe, pasa inadvertida. Todo eso depende de cuestiones publicitarias y de la prensa. Pero no sé cuánto puede influir el cine. Cuando hicimos una proyección en el Congreso, Sara Torres, de Red No a la Trata, me dijo que es una película pedagógica. No lo había pensado así ni era mi objetivo, pero me pareció muy bueno que también tenga una función pedagógica y social.
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