CINE › MISS TACUAREMBO, DE MARTIN SASTRE, CON NATALIA OREIRO
› Por Horacio Bernades
Dirección y guión: Martín Sastre, sobre novela de Dani Umpi.
Fotografía: Pedro Luque.
Música: Ignacio Pérez Marín, con canciones de Ale Sergi.
Intérpretes: Natalia Oreiro, Diego Reinhold, Rossi de Palma, Mirella Pascual, Mike Amigorena, Mónica Villa y Graciela Borges.
Que una estrella de la tele, chica de barrio en sus orígenes, protagonice la fábula de una chica de pueblo que sueña con ser estrella de la tele, es, sin duda, una buena forma de rizar el rizo. ¿Pero alcanza con eso? Rociada de homenajes, guiños y cameos, Miss Tacuarembó aborda los sueños de fama y la idolatría pop no desde la relectura camp (a la manera de John Waters, Almodóvar o Baz Luhrman), sino con una mezcla leve de ironía y complicidad, apuntada siempre sobre lo más obvio.
Basada en la novela homónima de Dani Umpi y con guión del propio Sastre, Miss Tacuarembó se narra en dos tiempos. A mediados de los ’80, en el interior uruguayo, una nena de 9 o 10 años llamada Natalia (Sofía Silvera) vive soñando. Sueña con ganar el concurso de belleza local, con ser como la protagonista de Cristal (la telenovela venezolana), con cantar como Madonna y bailar como en Flashdance. Hija de una señora de la limpieza (Mirella Pascual, tan depresiva aquí como en Whisky), Natalia es la única del pueblo capaz de enfrentársele a la siniestra Cándida, beata al borde mismo del grand guignol (la propia Oreiro, transfigurada por capas y capas de maquillaje). Con ese relato se intercala, sin mucha prolijidad, el de Natalia en la actualidad. Sintiéndose vieja a los 30, la chica intentará dar un último manotazo a su sueño pop, concursando en un reality de televisión, cuya parodia no supera las que la propia tele puede hacer de sí misma.
Con canciones compuestas por Ale Sergi, de Miranda!, Miss Tacuarembó cultiva lo que tal vez podría definirse como naïf irónico. El pueblito es como una Trulalá en la que chupacirios, chismosos y metiches toman el lugar de chorros, vigilantes y científicos locos. El Almodóvar con el que la película dialoga –el de Mujeres al borde de un ataque de nervios, representado por una Rossi de Palma como detenida en el tiempo– es el de las comedias blancas. Producida por la muy conservadora Argentina Sono Film, al amigo gay de Natalia (Diego Reinhold, autor también de la coreografía) no le sobra una sola pluma. De modo semejante, ciertas bromas anticlericales quedan más cerca del chiste infantil que del atisbo de transgresión.
Testimonio de contradicciones que la película no llega a resolver, cierta parodia de cromo religioso, en la que Cristo (Mike Amigorena) canta y baila pullas vaticanas, puede llegar a provocar algún escozor a las Cándidas de este mundo. Pobremente coreografiados y filmados, se hace difícil discernir si los números musicales quieren parecerse a los de las comedias con Palito y Lolita (Torres) o se parecen sin querer. Insuficiencias de una película que, en su aspiración de masividad (se lanzan 70 copias), parecería no querer dejar afuera a nadie. Desde el de treinta y pico que añora unos ’80 pop hasta la señora cautiva de la tele de aire, pasando por los chicos que coleccionan posters de Miranda! y parejas de mediana edad, que tal vez sigan viendo a Mujeres al borde de un ataque de nervios como el colmo de lo canchero.
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