CINE › ALBERTO AMMANN, EL ARGENTINO GANADOR DEL GOYA DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA
Nacido en Córdoba pero radicado en España, Ammann tuvo la fortuna de debutar en la película Celda 211, que ganó ocho premios Goya, entre ellos el de Mejor Actor Revelación. “Y a los dos meses estaba haciendo nada menos que de Lope de Vega”, se sorprende.
› Por Oscar Ranzani
Nació en 1978 en Córdoba, pero sus padres decidieron partir rumbo a España cuando él tenía tan sólo dos meses: la familia no estaba amenazada por la dictadura militar, pero tenían amigos que habían desaparecido.
Cuatro años más tarde, regresaron al país y Alberto Ammann se quedó en su provincia natal hasta los veinticinco, para volver a España recién en 2004. Después de estudiar dos años de Psicología, uno de Literatura y Letras Modernas y tres de guitarra clásica, Ammann sintió que era hora de ponerse las dos máscaras: su pasión era la actuación. Había estudiado teatro toda su vida, pero nunca había hecho nada para el cine. Y la fama le llegó de golpe: fue uno de los protagonistas de Celda 211, film del mallorquín Daniel Monzón, ganador de ocho premios Goya de la Academia del Cine de España, entre ellos el de Actor Revelación, que quedó en manos de... Alberto Ammann. El argentino no podía creerlo: “Me costó bastante que me cayera la ficha”, se sincera en la entrevista con Página/12, ya que vino a Buenos Aires a presentar Celda 211 –aún no estrenada comercialmente–, que se exhibirá hoy a las 22 y el domingo a las 17 en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635), como parte de la programación del ciclo Madrid-Cine 2010, organizado por el Incaa y el gobierno de la Comunidad de Madrid. “Fue todo tan repentino que no tuve tiempo de digerir el significado del Goya, ya que terminé de rodar Celda 211 y a los dos meses estaba trabajando en Lope, haciendo nada menos que de Lope de Vega en su etapa más joven”, agrega.
Con respecto a su debut cinematográfico, Ammann recuerda que tenía “mucho susto y me presionaba”. “Entendía cosas del personaje, sabía que era capaz de darle cosas propias, pero nunca antes había hecho nada en cine, ni siquiera una figuración. Estaba muy obsesionado por hacerlo bien, pero fueron un cable a tierra el director y el equipo que me hicieron sentir un actor a la altura de ellos y no uno recién llegado”, explica Ammann. En Celda 211, compone a uno de los protagonistas: Juan, un treintañero casado con una mujer a la que ama profundamente y que está embarazada de seis meses. Buscando trabajo, encuentra una oportunidad como guardiacárcel en un penal de máxima seguridad. Para entrar en contacto con ese mundo desconocido, decide ir un día antes de comenzar sus tareas para que los demás funcionarios penitenciarios le muestren los recintos y le cuenten sobre el sistema de funcionamiento de la institución. Pero mientras el equipo recorre las instalaciones, a Juan se le cae un trozo de mampostería en la cabeza, queda herido y los demás deciden, repentinamente, alojarlo en la celda 211 que está vacía, e ir a buscar rápidamente al médico del presidio. En ese momento, los presos peligrosos inician un motín pidiendo mejores condiciones de vida, todo se da vuelta, y Juan queda atrapado allí. Desde entonces, deberá convivir con el resto haciéndose pasar como un preso más, en medio de un clima de máxima tensión que derivará en una situación límite.
–¿Visitó presidios para componer a Juan?
–Me relacioné con funcionarios de prisiones porque ya conocía gente que había estado presa o que podría estarlo. Me llamó la atención ver funcionarios muy jovencitos, de 22 o 23 años. Hablé con ellos, leí el reglamento penitenciario hasta donde pude, porque es muy extenso, pero como para tener en el imaginario artículos o cosas que me sirvieran. Y luego hice un trabajo con profesores míos: eso fue vital.
–Luis Tosar compone brillantemente a Malamadre, un criminal que entabla una amistad con su personaje. ¿Cómo fue trabajar con un actor consagrado en España?
–Yo conocía su trabajo y lo adoraba. Tenía incertidumbre en cuanto a cómo sería. No tenía ninguna imagen clara de él. Y me he sentido trabajando con él como si lo hubiera hecho con un compañero de toda la vida. Es un tipo noble, simple, cercano y con un humor muy bueno. Entonces, todo fue muy fácil.
–Si bien su desarrollo está planteado como un thriller de acción, en su esencia Celda 211 es un drama humano, en el que un hombre que se considera normal descubre aspectos desconocidos de sí mismo en una situación límite y, al mismo tiempo, un hombre brutal y despiadado termina demostrando una nobleza escondida. ¿Coincide con esto?
–Sí, absolutamente. Esto que usted dice está claro en los dos. Pero lo primero que se muestra es que Juan es un pibe que llega ahí, que quiere salir adelante, que está en un momento muy mágico de su vida, que está nervioso, pero que tiene la idea de hacer las cosas bien. Y este otro es un bestia, ha pasado lo peor, ha matado, y ha hecho cosas que no tienen vuelta atrás. ¿En qué punto se unen? Se unen en un punto que los transforma. Hay algo en Malamadre de respetar a Juan, de valorarlo. Hay algo ahí que él no pudo tener nunca.
–A veces, las situaciones extremas sacan a flote las mayores miserias del ser humano. Sin embargo, en el caso de la historia de Celda 211 hay espacio para la compasión y la solidaridad. ¿De qué manera cree que la película reflexiona sobre estos temas?
–Aparecen los dos polos: cómo se pierde la dignidad y cómo se retoma en cada uno de los personajes. Hay una persona aparentemente muy digna pero a la que, de repente, por la bestialidad de las circunstancias, le hacen perder absolutamente todo. Y otro que probablemente ya había perdido su dignidad, su nobleza y su ternura, y las recupera. Pero lo interesante de esto es que tiene que ver con una empatía de la situación del otro. Malamadre es un asesino, una persona despiadada, no ha tenido dignidad. Sí tiene valores. Pero logra sintonizar con la situación de Juan. Y esto vuelve a despertar lo que siempre estuvo ahí. O sea, es como que estuvo tapado por la basura. Eso se puede ver y es lo que hace que uno se enamore del personaje de Luis Tosar.
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