Mié 04.08.2010
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CINE › JUAN BALDANA Y SU DOCUMENTAL SOY HUAO, SOBRE LA COMUNIDAD HUAORANI

“Eran guerreros muy jodidos”

El realizador argentino se internó en la selva ecuatoriana para indagar en el misterio de una cultura al borde de la desaparición, que casi no tuvo contacto con el hombre blanco, y se encontró con un grupo humano en armonía con la naturaleza.

› Por Oscar Ranzani

Juan Baldana se dio a conocer en el mundo cinematográfico el año pasado con su ópera prima Los Angeles, una ficción que combinaba historias del mundo urbano y rural. Tras compartir unas vacaciones con su mujer en un lugar impensado para la mayoría de los turistas, como la selva ecuatoriana, se puso a pensar en su segundo largometraje. Y en Ecuador, la pareja se hizo amiga del guía turístico Carlos Vargas, que conoce la selva casi como la palma de su mano. Y también sabe acerca de la vida de los Toñampare, una comunidad huaorani en la que, recién en 1958, algunos de sus miembros permitieron ser contactados por personas ajenas a sus tierras y a su cultura. “Se dice que eran guerreros muy jodidos”, relata Baldana, mientras asegura que nunca quisieron tener contactos no sólo con los colonos blancos sino tampoco con otras comunidades que no fueran Huaorani. “Ellos querían la libertad absoluta y defendían sus tierras. Lo que pasa es que los evangelistas fueron a hacer sus misiones. Y ellos, en la última etapa, estaban bastante desintegrados, tenían peleas entre sí y, de alguna manera, estaban como al borde de la desaparición. Entonces, tras muchísimos intentos, entraron los evangelistas”, comenta Baldana sobre esta comunidad que retrató en Soy Huao, documental antropológico de observación que se estrenará este sábado en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) y podrá verse los sábados y domingos de agosto.

En principio, Baldana pensaba ir a la selva a filmar una ficción con Vargas como protagonista, ya que el guía le había comentado que su sueño era actuar. Pero el proyecto viró cuando la experiencia laboral se transformó en una odisea de vida durante veinte días del mes de julio de 2008. “Al segundo día de estar con ellos pensé que un documental iba a ser mucho más grandioso que cualquier ficción que pudiera imaginar”, admite Baldana. “Me pegó muchísimo. Siempre me gustó la naturaleza. Creo que nosotros la necesitamos, pero nunca había tenido una experiencia a esos niveles. Primero que, al estar solo, me engrandeció mi interior. Y no lo tomé nunca como un laburo. Lo tomé como algo que me servía para aprender.”

Baldana entró en la comunidad huaorani por Vargas. “El había ido dos veces y les comentó que yo los quería conocer. Y después es como todo: una vez que hacés el contacto, hay energías, intuiciones, buena onda o no. Y se dio muy fácil. De hecho, mi idea fue ir sin estudiar demasiado el pasado de los huaos. No tenía ganas de ‘intoxicarme’ con nada sino básicamente observar.” El cineasta reconoce que intentó prejuzgar lo menos posible. “Y al no tener información, uno no posee muchas herramientas sino que se tiene que adecuar al día a día.”

Y cada día en la selva, Baldana tenía que estar muy concentrado porque sólo había un generador en una escuela que se ponía en marcha dos veces por semana: “Por lo tanto, yo tenía que cargar mis baterías ahí”. Durante los veinte días que estuvo, Baldana registró las costumbres de la comunidad: “Sus tareas cotidianas consisten en alimentarse, vivir de la caza, la pesca y la agricultura. Todos cooperan”, cuenta el director aventurero. Su día consistía en observar: él no ayudaba en las tareas de los indígenas y ellos comprendieron que Baldana estaba allí para filmar. Y también para aprender. Baldana recuerda que sus alimentos iban a llegar en una avioneta que sólo arribó un día antes de volverse, debido a diversos inconvenientes. Por lo tanto, se adecuó a lo que los huaorani comían, incluso ratones cocidos, como se muestra en el documental, aunque asegura –y no es difícil creerle– que no le gustaron: “Son un tanto amargos”, dice, mientras agrega que el lagarto “es riquísimo”. “También comí mucho pescado, gusanos y arroz.”

Baldana logró un documental en el que el espectador puede sumergirse en ese mundo desconocido para una inmensa mayoría. Es un trabajo observacional y contemplativo, que prescinde de entrevistas, voz en off y música ambiental. Es más: los huaorani dialogan en su lengua nativa y el director optó por no traducir ni subtitular en castellano. “Cuando ellos hablaban en huao, yo no me sentía afuera sino que, en realidad, estaba captando lo que ellos hacían, decían, su manera de pensar y de actuar. Y pensé que esa decisión iba a ayudar a la concentración en cuanto a la película, porque uno sigue las acciones más allá de lo que ellos dicen”, cuenta el director.

–El film parece dividirse en dos partes: la primera muestra sus costumbres cotidianas y su intimidad como comunidad, y la segunda parece hacer más hincapié en la inserción de las instituciones como la escuela y la iglesia. ¿Cuál fue la intención de provocar este contraste?

–Fue lo que me pasó a mí y lo que les pasó a ellos. Están en conexión con la naturaleza, viven en la selva, y la selva les brinda la vida y la supervivencia. Pero por otro lado, a través de los evangelistas que fueron los primeros que los contactaron, ingresa este nuevo sistema de vida, toda la información se les viene en tan poco tiempo y es muy difícil de asimilar. Era importante hacer notar que hasta hoy la vida allí no pasa por el consumo sino por otro lado.

–No se nota en el trabajo terminado una subjetividad manifiesta, explícita. Más bien la cámara parece representar a un ojo humano que se mete en un mundo desconocido para buena parte de las distintas sociedades. ¿Se dejó llevar por lo que iba sucediendo?

–El montaje es donde uno más puede meter mano, pero dentro de la contemplación, como decía usted. Juzgar y analizar una comunidad tan sabia y de tantos años, durante los cuales nadie pudo entrar, mientras uno va veinte días, no es valedero. Antes de ir, yo había escuchado de ellos que eran violentos, que históricamente no habían tenido contacto con nadie, que eran bárbaros y demás. Y la verdad es que yo me encontré con otra situación y me dieron ganas de mostrarlo. Por eso es preferible observar y no caer en la entrevista.

Actualmente, los huaorani están atravesando un proceso de aculturación y de influencia occidental. Baldana comenta que, por ejemplo, cuando él fue, no tenían acceso a Internet, a diferencia de lo que sucede en la actualidad. El mundo urbano también se coló en la comunidad, al menos en cuanto a ciertas prácticas de consumo, ya que algunos miembros tienen celulares. Más allá de los cambios, Baldana expresa un sueño: “Tengo muchas ganas de ir a mostrarles el documental. Es algo que me debo. Eso sí: voy a irme con kilos de repelente”, asegura.

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