Jueves, 9 de marzo de 2006 | Hoy
CINE › “MATCH POINT”, LA NUEVA PELICULA DEL DIRECTOR ESTADOUNIDENSE
Un poco al modo de las novelas británicas de los siglos XVIII y XIX, Allen retrata la feria de vanidades de una capital inglesa a la que sabe sacarle el jugo. Scarlett Johansson, brillante.
Unas veces es en la Mostra de Venecia, otras en el Festival de San Sebastián, muy ocasionalmente en Toronto, pero cuando el año pasado Woody Allen decidió presentar su opus número 36 en Cannes –donde siempre es recibido con todos los honores, entre otras razones porque Francia sigue siendo el mejor mercado para sus films– llevó una novedad absoluta: su primera película filmada y producida íntegramente en Europa, en Londres para ser precisos, con un elenco casi por completo británico. Se trata de Match Point, un cuento moral en el que Allen da un paso al costado como actor y en el que el humor –si lo hay– es más bien oscuro, tirando a negro. Si hubiera que buscar algún equivalente en su obra habría que retroceder directamente hasta Crímenes y pecados (1990), como si se tratara de una variación sobre el mismo tema, pero visto desde otro ángulo, bien distinto. A pesar de los lazos de sangre –literalmente– entre una y otra, hay sin embargo una diferencia importante: mientras que Crímenes y pecados estaba marcada por nociones de orden moral y religioso, Match Point en cambio es, esencialmente, una película atea, un film sobre el azar, la ambición y la pasión.
El cambio de geografía también parece haber determinado las fuentes de inspiración de Match Point. Si en Crímenes y pecados el disparador podía pensarse que era Dostoievski, aquí Allen –que escribió originalmente el guión en Nueva York– se sumergió en la zona de las novelas británicas de los siglos XVIII y XIX, en las que Jane Austen o William M. Thackeray daban cuenta de hasta qué punto las relaciones personales estaban signadas por intenciones de ascenso social. El punto triunfal de la película –su match point– es haber traspolado ese tema al Londres de hoy, con un grado de pertinencia y una dosis de vitriolo realmente notables.
La trama tiene sus complejidades y más de una vuelta de tuerca que no conviene revelar, pero se la podría sintetizar así: Chris Wilton (Jonathan Rhys-Meyers), un joven irlandés, profesor de tenis, llega al Londres de hoy y comienza, casi sin proponérselo, a trepar en la feria de vanidades de la ciudad. Haciendo uso de su modestia –a la que utiliza sabiamente como parte de su encanto– seduce a una chica de la alta sociedad (Emily Mortimer) y con ella a toda su familia. Pero al mismo tiempo, Chris mantiene un affaire cada vez más apasionado con una aspirante a actriz estadounidense, interpretada con auténtica bravura por Scarlett Johansson (la turista accidental de Perdidos en Tokio). Esa ambición de Chris –social, económica, sexual– más que desmedida, parece acorde a los tiempos que corren. Y tendrá consecuencias trágicas, por las que nadie sin embargo, al final, tendrá nada que pagar.
Como si siempre hubiera vivido allí, Allen filma la capital británica con el mismo puntillismo con que hasta ahora había registrado Nueva York y aprovecha la novedad que le aportan a su cine la Tate Modern Gallery o la Royal Opera House, por donde se pasea esa alta burguesía cuyo deporte predilecto no parece tanto el tenis como la hipocresía. Con el cambio de continente, Woody también cambió la música: ahora los comentarios sonoros ya no están a cargo del jazz de la década del treinta sino de famosas arias de ópera –de Verdi, Rossini y Donizetti– en las viejas y crepitantes versiones con ruido a púa del legendario Enrico Caruso, que funcionan a la manera de acotaciones irónicas sobre las acciones de los personajes.
Todo el elenco está en un mismo tono de excelencia, pero como siempre en Allen, las mejores partes se las llevan las actrices, en este caso Scarlett Johansson, que en Match Point despliega una sensualidad trágica, proletaria, como la que solía ostentar en su época de oro Shelley Winters.
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