Mar 16.11.2010
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CINE › CHANTRAPAS, DE OTAR IOSSELIANI, EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL

Un georgiano en Mar del Plata

El film del realizador de Jardines de otoño cruza temas como el exilio y la burocracia cinematográfica con la libertad y fluidez que lo caracteriza. A su vez, Tuesday, After Christmas, de Radu Muntean, confirma las cualidades del cine de Rumania.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Todo un clásico de este festival, donde Jardines en otoño obtuvo cuatro años atrás el Premio de Jurado, el veterano georgiano Otar Iosseliani vuelve a participar de la Competencia Internacional de Mar del Plata con su nuevo film, Chantrapas, tras pasar por el Festival de Cannes. Deformación del francés chantera pas, chantrapas es un equivalente georgiano del “no va andar” porteño, en referencia al protagonista, un cineasta que, por distintas razones, no puede hacer cine en su país ni en el extranjero. Junto con la del septuagenario largo Iosseliani, las otras dos películas que por estos días presenta la CI también fueron parte de la programación de Cannes: la rumana Marti, dupa craciun (Tuesday, After Christmas para su distribución internacional) y la española Todos vós sodes capitáns, filmada en Marruecos por un realizador francés, hijo de inmigrantes gallegos.

Llena de autorreferencias, Chantrapas es algo así como el Amarcord amargo de Otar Iosseliani, quien en los años ’80 y tras sufrir una larga serie de encontronazos con la censura oficial terminó por emigrar de su país, exiliándose definitivamente en Francia. Protagonizada por su propio nieto y con el realizador haciendo, como de costumbre, un papel colateral, Chantrapas contrapone al relato de infancia del protagonista –una infancia tan libre y revoltosa como ese período de la vida suele serlo, al menos en la imaginación– el de su inicio en el cine, la temprana persecución en Georgia, el exilio y el descubrimiento, en Francia, de que no hay nada más parecido a un burócrata soviético que un productor cinematográfico de cualquier nacionalidad. Una misma escena, la de alguien cortajeando el celuloide ajeno, se repite, protagonizada primero por un funcionario, preocupado por el contenido, y un productor, alarmado por la forma. Con un estilo menos Tati que de costumbre (los planos secuencia no son tan visibles ni tan distantes, hay menos gags y encuadres menos coreografiados) y contando como siempre con la presencia de amigos de la casa (los míticos Pierre Etaix y Bulle Ogier), Chantrapas es una película tan libre y fluida, tan leve y relajada, tan llena de buen humor y vitalidad como las de Iosseliani suelen serlo. Aunque, debe observarse, esta vez algunas de esas cualidades se presentan atenuadas, en beneficio de cierto recordar con ira por parte del realizador.

Tuesday, After Christmas confirma, a su turno, que si en algo consiste el cine rumano es en un modo de mirar el mundo. Esto, que era notorio en sus mayores exponentes –de La noche del Sr. Lazarescu a Policía, adjetivo, pasando por 4 meses, 3 semanas, 2 días– tal vez lo sea más aún en esta película, por la sencilla razón de que narra una historia gastada por todos los relatos, la de un hombre entre dos mujeres. Lo que no es tan frecuente es que llegado un punto el hombre le confiese a la esposa, sin ninguna anestesia, que tiene una amante. Y que esa amante sea, para más datos, la odontóloga que atiende a la hija de ambos. Como tampoco es muy común que el hombre vaya de visita a casa de la odontóloga –que vive con la mamá–, como si en lugar de amante fuera su novio. Como todo el cine rumano, la película de Radu Muntean no es otra cosa que un cuento moral. Puede ser que el dilema al que se enfrenta Paul, protagonista de Tuesday, After Christmas, sea de dimensiones más domésticas, menos metafísicas que los que afrontan los médicos de Lazarescu, la chica embarazada de 4 meses... o el joven burócrata policial de Policía, adjetivo. Es el modo en que la cámara lo observa, con esos largos planos desde un único emplazamiento (tan característicos del cine rumano, aunque aquí no tan fijos), lo que convierte su interioridad en un campo de batalla.

Vemos lo que sucede, pero el rostro imperturbable del protagonista nos impide saber qué le pasa a él con eso. Hasta que actúa, tomando tan a contrapierna al espectador como a quienes le rodean. Lo otro que la película de Muntean tiene en común con las naves insignia del cine rumano es su devastadora visión de la circunstancia humana. Devastadora, pero no como posición tomada a priori. Si hay alguna fatalidad en el modo en que las criaturas de estas películas se encaminan hacia lo peor, no se trata de una que los preexista, sino de algo que ellos y los demás, ellos y el mundo se ocupan de construir. En Todos vós sodes capitáns, un docente y director de cine europeo, que como parte de un proyecto de asistencia social lleva adelante en Tánger un taller de realización cinematográfica, decide filmar con sus alumnos una película sobre los “bronceados”, nombre que se les da a quienes emigran ilegalmente a España. Esa es la experiencia que el realizador Oliver Laxe vivió unos años atrás en Marruecos y que –a la manera de Abbas Kiarostami– decidió convertir en película, confundiendo deliberadamente los territorios del documental y la ficción, de lo vivido y actuado, de lo real y lo reconstruido.

Filmada en blanco y negro con medios visiblemente escasos, Todos vós sodes capitáns se propone registrar otro desfase esencial: el que se produce entre dos culturas desiguales, por definición y por historia. Por muchas buenas intenciones que tenga, el director (el propio Laxe) no podrá evitar que los viejos fantasmas del colonizador y el colonizado corroan su relación con la gente del lugar. Algo semejante sucede con la película. Más allá de un metalingüismo que a esta altura corre el peligro de volverse cliché, las intenciones de Todos vós sodes capitáns superan a sus logros, como si la película se disolviera sin haberse amalgamado previamente.

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