CINE › A LOS 89 AñOS, FALLECIó LUIS GARCíA BERLANGA, UNO DE LOS GRANDES NOMBRES DEL CINE HISPANOPARLANTE
Autor de una obra cáustica y popular, enraizada en los esperpentos de Valle Inclán y en las pinturas negras de Goya, García Berlanga creó varias de las mejores películas de toda la historia del cine español.
› Por Luciano Monteagudo
“Los yanquis han venido/ olé salero, con mil regalos/ y a las niñas bonitas van a obsequiarlas con aeroplanos/ con aeroplanos de chorro libre/ que corta el aire/ y también rascacielos, bien conservaos/ en frigidaire.” Corren tiempos duros de posguerra y con esta canción, improvisada a las apuradas, las fuerzas vivas de un minúsculo pueblito castellano –alcalde, cura, boticario, comerciantes, maestra, todos disfrazados a la manera andaluza– piensan congraciarse con una delegación estadounidense que promete pasar por el lugar. Es la fiebre del Plan Marshall y sueñan con un puñado de dólares y una modernidad made in Hollywood. Lo que no saben es que después de tanto ajetreo y preparativo, la comitiva extranjera pasará a toda velocidad, dejando a su paso apenas una estela de polvo.
La película se titula Bienvenido Mr.Marshall, se rodó en 1953, en plena dictadura franquista, y en su humor familiar pero corrosivo –capaz de cargarse tanto a la falsa caridad imperialista como al folklore for export español– ya se manifiesta la cáustica personalidad de su director, Luis García Berlanga (1921-2010), quien no tardaría en convertirse en uno de los grandes directores del cine español. “No ha habido nadie igual, creo que solamente Buñuel puede mirarle a los ojos”, señaló ayer el presidente de la Academia Española de Cine, Alex de la Iglesia, en el sepelio de Berlanga, fallecido a los 89 en su casa de Pozuelo, Castilla-La Mancha. Autor de un cine tan cáustico como popular, enraizado en los esperpentos de Valle Inclán y en las pinturas negras de Goya, fue el creador de varias de las mejores películas de la historia del cine español, entre ellas Plácido (1961), El verdugo (1963) y la serie iniciada por La escopeta nacional (1978), todas en tándem con su guionista y amigo Rafael Azcona, otro maestro de la comedia satírica.
“Con Berlanga desaparece un testimonio fundamental de la España del siglo XX”, expresó el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero. Y agregó: “Su genio inconfundible, su estilo provocador, irónico y lúcido forman ya parte de nuestro vocabulario cotidiano, de nuestra mirada al mundo. Berlanga elevó la comedia al más alto rango de la creación y, como en la sabia tradición clásica, supo hacernos reír señalando el espíritu de una época con una profundidad extraordinaria”.
Nacido en Valencia el 12 de junio de 1921, en una familia acomodada (su padre fue gobernador de Valencia durante la República), García Berlanga cursó estudios de Derecho y Filosofía y Letras, aunque los abandonó para ingresar, en 1947, en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas de Madrid, donde más tarde sería profesor. Allí hizo amistad con Juan Antonio Bardem, con quien realizaría en conjunto su primer largo, Esa extraña pareja, en 1951. Dos años después, con Bienvenido Mr.Marshall no sólo compitió en Cannes (donde provocó la queja de Edward G. Robinson por un plano en el que la bandera estadounidense se arrastraba por el fango), sino también se impuso como renovador del cine español, en un momento en el cual la sombra de la censura franquista parecía ahogar toda experiencia por afuera del academicismo y la zarzuela filmada.
Con el aval de ese éxito, Berlanga se lanzó a realizar una serie de comedias tan divertidas como mordaces, que a través del humor lograron escapar de las tijeras del régimen: Novio a la vista (1954), Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957). La moral recalcitrante e hipócrita de la sociedad española bajo el falangismo, tutelada por la Iglesia, el otro gran enemigo histórico de Berlanga, empezaba a ser expuesta en todas sus debilidades. “Lo que hay en mis películas es pesimismo, aunque he tenido la suerte de recubrirlo con un sainete cómico, de modo que diga lo que diga la gente se ríe, o se sonríe”, señaló alguna vez el director.
En 1961, con Plácido, Berlanga se asoció con Azcona y ambos se potenciaron mutuamente. La comedia –que llegó a competir por el Oscar– surgió a partir de una campaña ideada por el régimen franquista que, bajo el lema “siente un pobre a su mesa”, pretendía hacer crecer en el pueblo un sentimiento de caridad cristiana hacia los desheredados, pero que en realidad escondía una manera mojigata de limpiar conciencias burguesas. Dos años después, la dupla subiría la apuesta con El verdugo, una tragicomedia como ninguna, cumbre del humor negro y la crítica social. Un empleado de pompas fúnebres (Nino Manfredi), que no encuentra novia, pues todas las chicas huyen de él cuando se enteran de su trabajo, se casa con la hija (Emma Penella) del verdugo oficial (impagable José Isbert), que tiene el mismo problema, ya que todos sus pretendientes escapan al saber quién es su padre. Y aunque el joven abjure de la profesión de su suegro terminará reemplazándolo; y en la memorable escena final será llevado a rastras al garrote vil como si fuese el condenado y no el verdugo. Para escándalo de Franco, ese final estaba inspirado en el caso real de un verdugo del régimen quien, tras saber que se iba a ejecutar a una mujer, se negó a hacerlo y hubo que emborracharlo para llevarlo al patíbulo.
Escapando de la censura, que se la hizo difícil, en 1967 Berlanga llegó a Buenos Aires, donde junto a Rodolfo Bebán, Marilina Ross y Ana María Campoy rodó Las pirañas, un film que nunca tuvo buena prensa pero que debería ser revisado para una justa valoración. Y en 1974 filmó en París Tamaño natural, donde Michel Piccoli se enamoraba de un maniquí, que cumplía los requisitos que el hombre esperaba de una buena mujer: atractiva, muda y sumisa. Erotómano célebre (fue creador de la colección de literatura erótica La sonrisa vertical, que editaba Tusquets), Berlanga sin embargo declaró: “No creo que el cine sea un vehículo del erotismo. Ni siquiera el porno. El único vehículo del erotismo es el libro. El libro te excita la imaginación”.
Tras la muerte de Franco y con la democracia, Berlanga volvió a rodar en España y se abocó a la delirante serie iniciada por La escopeta nacional (1977) y que continuó Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982), sarcásticos frescos sociales dominados por la aristocrática figura en decadencia del marqués de Leguineche. El estilo coral –y el virtuosismo de sus planos secuencia– alcanzaría su culminación en La vaquilla (1985), última colaboración con Azcona, en la que retrató la Guerra Civil como un oscuro retablo de agridulces miserias. “Al tercer día de nacer –confesó en 2005 a El País– ya me estaba cagando en la sociedad española. Es lo que he hecho toda mi vida. Siempre he tenido la sensación de que no iba a tener nada positivo. Y he intentado crearme válvulas de escape. La principal es el erotismo. Es lo más importante de mi vida, una de las pocas cosas que me ascienden desde el nivel del barro y la mierda de esta sociedad que me ha tocado...”
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