CINE › ABEL FERRARA EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE MAR DEL PLATA
Artista de culto, su presencia en el festival provocó revuelo entre los cinéfilos. El cineasta neoyorquino, director de Un maldito policía y Juegos peligrosos, vino a presentar su película Mary y a ofrecer una master class que, como era de esperar, tuvo muy poco contacto con la formalidad.
Abel Ferrara fue uno de los creadores más esperados del Festival Internacional de Cine. Y la expectativa puede aplicarse de dos maneras, porque si por un lado el director neoyorquino es una de las figuras que los cinéfilos aguardaban desde hace años, también es cierto que se tomó todo el tiempo del mundo en llegar a la sala donde el público había asistido para presenciar su clase magistral. Esa doble espera, que se sumó a la energía especial que aportaba el hecho de que Ferrara nunca había visitado Sudamérica, desató una ovación cuando la figura del director apareció en el salón Versalles del Hotel Hermitage para decir: “Ok, no voy a dar una master class. Hagan sus preguntas. Pero no vamos a garantizar respuestas correctas”. Artista de culto, nocturno, ácido atorrante, adepto a la cerveza y a las películas crudas, el norteamericano dio su visión del cine y de la vida, que para él parecen ser más o menos la misma cosa.
“Algunos no querían que viniera a Sudamérica. Pensaban que no iba a volver más o que me iban a secuestrar”, bromeó a poco de llegar el creador de Mary, película que se presenta fuera de competencia en el festival. A pesar de las advertencias de sus amigos, Ferrara declaró que no tenía miedo de estar en el país: “Es que nací en el Bronx”, explicó entre risas. En la charla, que evitó todo contacto con la formalidad, hubo espacio para cervezas, anécdotas y una visita al universo de esas “otras películas” que –créase o no– todavía pueden hacerse en Estados Unidos.
A poco de comenzar, el cineasta definió a quienes llevan adelante su oficio como “blancos móviles, estén o no en movimiento”, y se refirió escuetamente a su actividad reciente: “Estamos haciendo un film que los abogados no nos dejan llamar de cierta manera. Pero yo prefiero siempre mantenerme del otro lado de esas situaciones, del lado de la gente que hace cosas”, puntualizó.
De a poco, el público se fue prendiendo en la propuesta, y trajo a la conversación algunos aspectos recurrentes de la obra del maestro. Uno de los primeros temas que se tocaron fue el de la religión. Ferrara es de origen católico. Sus películas vehiculizan de manera personal algunos valores e imágenes característicos de ese credo, como las nociones del pecado, la presencia del castigo divino y los interiores sombríos de las iglesias. “Una vez que llegás al mundo te enseñan a adorar a tu abuelo, después a Jesús, y así te vas sumergiendo en un mundo de criaturas enigmáticas”, describió el orador. Al referirse a asuntos de fe, el hombre nacido en 1952 destacó que en el fondo “somos todos iguales”. “Aunque en Estados Unidos –bromeó– algunos son más iguales que otros.”
Sus reflexiones tuvieron mucho que ver con la obra que por estos días se presenta en los cines marplatenses. Mary narra la historia de una actriz (Juliette Binoche) que, mientras hace una película sobre la vida de Cristo y sus discípulos, termina fusionando su identidad con el rol de María Magdalena que le corresponde en el rodaje. Paralelamente y en contraste, un director de cine y un conductor televisivo se encuentran con los fantasmas de su propia degradación y entonces Mary va adquiriendo para ellos un carácter diferente. La obra confirma una vez más la progresiva complejización conceptual de quien alguna vez dirigió películas como El asesino del taladro (Driller Killer, 1979), entre otras.
Sucede que Abel Ferrara no siempre fue un realizador de culto. En 1981 dirigió El ángel de la venganza (Ms. 45), la historia de una mujer violada que concreta una sangrienta venganza. Sería una película de gangsters, Príncipe de Nueva York (King of New York, 1990) la creación que lo llevaría al reconocimiento por parte de la crítica. Por entonces ya había dirigido series televisivas como Miami Vice, The Gladiator y Crime Story. Asentado en una posición más cómoda, Ferrara siguió con los largometrajes Un maldito policía (A bad lieutenant, 1992) y Juegos peligrosos (Dangerous Games, 1993), que prepararon el terreno para que en 1995 La adicción (The addiction) obtuviera el Primer Premio en el Festival de Cine Independiente Sundance.
A lo largo de la carrera del neoyorquino se destacan dos cadenas evolutivas en permanente mutación. Por un lado, la que tiene que ver con el pensamiento religioso. Por otro, la que está ligada con una manera personalísima de hacer cine, que con el tiempo ha hecho que muchas estrellas de Hollywood bajaran sus cachets para poder trabajar en sus películas de presupuesto modesto. Quizá por ese doble eslabonamiento, la conversación terminó asociando el tema de la religión con el de la producción: “A lo largo de la vida vas tratando de descubrir qué es verdad y qué no”, definió Ferrara. Y concluyó: “En el caso de las personas vinculadas al cine, a esa búsqueda se suma la necesidad de encontrar una historia que nos haga seguir adelante y que no haga dormir a la gente”. Paradójicamente, para entonces mucha gente se había ido del auditorio. Pero a no preocuparse, que Abel no pareció tener ganas de ponerse a llorar. Siguió, igual que siempre, con la cervecita a su lado.
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