Viernes, 17 de marzo de 2006 | Hoy
CINE › “MRS. HENDERSON PRESENTA”, DEL BRITANICO STEPHEN FREARS
Por Horacio Bernades
En su documental Una historia personal del cine británico, producido en 1997 (en ocasión de los festejos por los primeros cien años del cine), Stephen Frears confesaba su amor por una zona algo marginal del cine inglés. El ecléctico director de películas como Ropa limpia, negocios sucios, Relaciones peligrosas y Alta fidelidad se refería a ciertas películas de su infancia que, lejos de todo academicismo, cultivaban un medio tono sin pretensiones, alegre y celebratorio. Pobladas de gente común que le hacía frente a la adversidad con parejas dosis de estoicismo y buen humor, esas películas se produjeron sobre todo durante la Segunda Guerra, cuando era necesario afrontar los bombardeos con virtudes typically british. Que no por nada era ése el subtítulo del documental. Finalmente y tras largas décadas en el cine, Mrs. Henderson presenta le permite a Frears replicar el espíritu de aquellas películas, como quien desempolva los tesoros de la abuela.
“Inspirada en hechos reales”, según aclara un cartel inicial, lo que le da credibilidad a Mrs. Henderson presenta es, paradójicamente, su muy poco factible fidelidad a los hechos. Salvo que pueda concebirse la existencia de una señorona más británica que un roast beef (Judi Dench, lejos de su circunspección habitual) que, al momento de enviudar y para cambiar un poco de vida, se compra... un teatro. “Oh, my dear, yo quise decir que te compraras ropa o algún anillo”, exclama, encantada, su mejor amiga, una viudita aún más desacartonada que ella. Y no vaya a pensarse que Mrs. Henderson responde precisamente al arquetipo del pudor y el recato británicos. No sólo decide la señora levantar las acciones del teatro desnudando a todas las bailarinas. Cuando su amigo, el Lord Chambelán, intenta averiguar si las chicas van a andar con las “partes pudendas” al aire, ella corrige: “¿Qué partes pudendas, la concha?”.
En partes iguales comedia y drama, en su alevosa reescritura de un cine que hoy en día podría considerarse apolillado, Mrs. Henderson... reúne dos viejos géneros cinematográficos: las películas para reír y las “de llorar”. Para reír son algunos personajes (aquella vieja amigota ligera de cascos, sobre todo), buena cantidad de diálogos (“¿Vio que yo dije que era judío?”, observa la Sra. Henderson cuando encuentra en pelotas a su empresario amigo) y situaciones, como la turbación experimentada por el adusto Lord Chambelán (el estadounidense Christopher Guest) al entrar a saludar al camarín y toparse con un paisaje de culos. Para llorar, la parte final, cuando la propietaria teatral, su director (el pequeñín Bob Hoskins) y las chicas del elenco deciden seguir adelante. Aunque Hitler grite y los bombardeos hagan temblar el teatro.
Pero, más que reír y llorar, Mrs. Henderson... es sobre todo una película para sonreír. Es justamente en ese sostenido, sencillísimo tono menor donde reside la clave de su triunfo. Lo que en los papeles podría sonar a pura fórmula (la idea de la segunda oportunidad, el tópico del rejuvenecimiento en plena tercera edad, el coqueteo con la historia de amor entre Henderson y el director de escena), transmite sin embargo una convicción profunda de parte de su realizador, la sensación de que el tipo detrás de cámara la está pasando tan bien como el espectador. Y esa convicción responde a aquella apuesta de Frears por cierto cine inglés en el que la gente es capaz de contestar un bombardeo con un chiste. ¿Escapismo? Obviamente, y con la frente alta. ¿O no es una celebración del escapismo la idea de la señora Henderson, de que cuanto más aprieta la guerra es cuando más hay que cantar y bailar, para poder soportarla?
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