Mar 21.12.2010
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CINE › VERóNICA CHEN Y EDGARDO COZARINSKY HABLAN DE SU MIRADA COMPARTIDA SOBRE EL CINE

Cruce de dos kamikazes con final feliz

Hasta fin de mes, mientras el Malba exhibe la selección programada por el escritor y director, se estrenan los últimos films de ambos realizadores. Un cine que escapa al corsé de los géneros y apuesta a un género contaminado con grandes resultados.

› Por Mariana Mactas

Los diálogos entre obras y cineastas son poco frecuentes por esta parte del mundo. Por eso el cruce entre dos formas de ver el cine, la de Verónica Chen y la de Edgardo Cozarinsky, que sucede hasta fin de mes en el Malba, se antoja como un posible manifiesto para un movimiento. Una ola que, como la de Kanagawa, se eleva delicada, elegantísima, dentro del panorama del cine argentino contemporáneo. En el marco del ciclo programado por Cozarinsky en el museo de Palermo se estrenan los últimos films de ambos realizadores: el estupendo Viaje sentimental, de Chen, y Apuntes para una biografía imaginaria, de Cozarinsky. Son dos ejemplos de lo que ellos definen como cine de ensayo. Nada que ver con lo experimental, porque la intención siempre es emocional y porque, puntualizan, interesa lo que le pasa al otro más allá de lo estético, así que eso de moldear la forma hasta la abstracción está muy lejos de lo que les pasa a ellos. Que también esquiva los géneros, ni documental, ni ficción: “Las dos películas llevan lejos la exploración de lo que puede hacerse con imagen, sonido, texto, música. Lejos, desde luego, de la estética del video-clip como del video-art. Son films de riesgo, de cineastas a quienes les gusta el peligro”, precisa Cozarinsky. “Además, hoy más que nunca las fronteras entre ficción y documental están grises –suma Chen–. Los films de Lisandro Alonso, ¿qué serían entonces? ¿Es La libertad un documental sobre un hachero o una película?”

Viaje sentimental es una película íntima, de un gran refinamiento. Se construye en base a fotografías encontradas de los últimos diez años en la vida de la realizadora, llena de viajes. Y lo hace con una apuesta estética audaz: son fotos fijas, siempre misteriosas, sobre las que se imprime un texto. Luego hay algunas canciones gloriosas que estallan sobre ellas. Y un cuidado trabajo de sonido: ruiditos cotidianos (un encendedor, una ventana que se cierra, un bebé que llora lejos) tomados en tiempo real con la misión de enfrentar el tiempo presente a la mirada hacia atrás que contienen las imágenes. “La película está armada con la lógica de los recuerdos –dice Chen–. Surgió porque me llamó la atención, al encontrar los negativos, que no hubiera personas en las fotos. Es un trabajo sobre el hecho de recordar. Me apasiona cómo funciona uno y por qué preserva ciertas cosas y otras no. Es un trabajo impresionista. Y, en lo personal, es un cierre de diez años de vida.” También hay en su film, de un ritmo tan exacto que jamás desengancha, grandes momentos de tensión narrativa, como los que rondan la figura de su padre chino que un día dejó de hablar. Y de emoción genuina cuando rodea, pues siempre son imágenes de una periferia (de las ciudades, los cuartos de hotel, de ella misma), la idea de que allí pasó algo intenso que el espectador está invitado a imaginar.

En Apuntes..., Cozarinsky vuelve a demostrar su agudeza para el análisis de la imagen, con material de archivo que establece vínculos impensados con primeros planos de actores más y menos conocidos, Gonzalo Heredia entre ellos (ver recuadro). “Me interesa sobre todo la contaminación –dice el realizador–. Por eso ningún género me interesa en sí. Diría que sólo me estimula la ambigüedad, cuando descubro un aspecto documental en la ficción, y una semilla de ficción en los llamados (generalmente por pereza) documentales. Por otra parte, la noción misma de género me resulta poco interesante.”

Chen y Cozarinsky se conocieron hace una década, cuando ella terminaba Vagón fumador (2000), su primer largo, y Cozarinsky publicaba su libro La novia de Ode-ssa. “Ella había hecho ese film intermitentemente, con grandes dificultades, un poco como muchos años antes había sido mi caso con Puntos suspensivos –recuerda Cozarinsky–. Creo que tuvimos una sintonía inmediata. Después ella adaptó un cuento de aquel libro mío para la televisión. Cada vez que nos encontramos, proseguimos un diálogo que no parece haberse interrumpido. Somos, los dos, un poco piratas y tenemos algo de kamikazes con final feliz.”

Otro punto en común es el tránsito por ese borde entre lo íntimo y lo público. “Toda mi literatura avanza por esa cuerda floja”, dice Cozarinsky. A Chen simplemente le sale así: “De hecho, me costó mucho decidirme a mostrar Viaje sentimental. Temía que pudiera pecar de narcisista. En la literatura, si se escribe personal, en primera persona, eso no pasa. En cine es más delicado. Esta película no nació para mostrarse, era algo personal que estaba en mi computadora y fue empujada por amigos programadores que me convencieron para hacer dos funciones en el último Bafici. Es una obra delicada y muy chiquita, financiada por mí.” Es, también, la obra que Chen logró hacer entre Agua (2006) y su próximo proyecto, Mujer conejo. Esa película, que empezará a rodar en marzo próximo, es una historia fantástica con tintes de thriller, con una mujer chino-argentina como protagonista. “Creo en la mezcla a todo nivel, me interesa combinar poesía con acción, los géneros, Asia y Occidente. Me gusta saltar las fronteras”, dice. Y menciona al film The Host, de Joon-ho Bong, para quien quiera más pistas: “Una gran película. Lo que me está interesando va por ese lado”.

Cine de ensayo, entonces. Pero sin teoría. Tanto Chen como Cozarinsky le escapan a la tentación de tejer tesis sesudas sobre su trabajo. Prefieren pensar en ese otro que verá sus películas; un público que, según Chen, es el que termina de completar cada obra. Escuchan la devolución de ese otro, que encuentra en sus obras intereses comunes, pero mueven la cabeza sin decidirse del todo. Que si la mezcla de formatos, soportes y lenguajes, o la relación entre literatura-palabra y la imagen, o un cine en primera persona. Que si los viajes y la fuerte presencia de las ciudades en sus películas. Ahí sí Cozarinsky pone stop y se entusiasma: “Soy un bicho urbano, todo mi imaginario está alimentado por las ciudades que he conocido, mucho o poco. En la naturaleza me ahogo, he tenido ataques de pánico frente a un lago suizo. Buenos Aires es una de las pocas grandes ciudades con materia de mito y leyenda que quedan, ahora que hemos perdido Alejandría y Sarajevo. París es un supermercado de la cultura, Londres de los negocios y la cultura que puede rentabilizarse, en Europa queda Berlín como algo que sobrevive a todo y se renueva. No conozco el Sudeste asiático. Y Nueva York no es mi vaso de vodka”.

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