CINE › SIDRA, DIRIGIDA, PRODUCIDA, ACTUADA, SONORIZADA Y EDITADA POR DIEGO RECALDE
La película es una rareza por varios motivos: es cine cómico de autor, se permite las mayores libertades narrativas y es el segundo film en la historia narrado casi enteramente con fotos fijas. Y aunque es irregular, le sobran ideas.
› Por Horacio Bernades
En los títulos iniciales de Sidra aparece un ovni. Se diría que no tiene nada que ver (en toda la película no hay un solo ovni), si no fuera porque la propia película es un ovni. Por varias razones: porque es artesanal al punto del “hágalo usted mismo”, porque es cine cómico de autor (rubro prácticamente inexistente en el cine argentino), porque se permite las mayores libertades narrativas (lo cual tampoco es frecuente por aquí) y porque, si la memoria no falla, es –junto con la mítica La jetée, de Chris Marker– una de las dos únicas películas en la historia del cine narrada casi enteramente con fotos fijas. Todo esto cual confirma las libertades técnicas y narrativas que su factotum, Diego Recalde, se tomó a la hora de resolverla.
Músico y humorista con antecedentes en radio y televisión (ex notero de Caiga quien caiga, ex guionista y columnista de Pettinato, actualmente monologuista de RSM), Recalde actúa, dirige, escribe, produce, edita, compuso la banda de sonido e hizo sonido y edición de Sidra. No parece cuestión de ego desmedido, sino de tirar para adelante con lo que hay. Basta ver la película, filmada en formato DV y exhibida en proyección DVD, para advertir que no se trata de un unipersonal sino de una película de grupo. Y lo es hasta el punto de que, como suele suceder en los ejercicios de escuelas de cine, los nombres del elenco y los de quienes tienen a su cargo los rubros técnicos tienden a coincidir. Presentada en festivales tan poco ortodoxos como el de Cine Pobre de Cuba, el Festival Jajá de Zaragoza y Ojo al Sancocho, de Colombia –pero también en el Bafici y Mar del Plata–, Sidra estimula desde la falta de límites. Desde la sensación –propia de programas cómicos como Todo x 2 $ o los de Capusotto– de que cualquier cosa puede suceder.
Lo anterior corre tanto en términos de forma como de contenido. Empezando, claro, por la idea de las fotos fijas, lo cual genera un efecto distanciador que la favorece. Toda la película está teñida de distancia paródica, tanto en las actuaciones como en las citas, alusiones y referencias, tanto al mundo del cine como al de cierta subcultura progre (imperdibles los temas psicobolches que pasan todo el día en un centro cultural de barrio). “Mundo del cine” no debe entenderse aquí tanto como referencia al cine filmado, sino a las escuelas e institutos oficiales. Eso incluye al Incaa y al Enerc, en ambos casos con nombres cambiados pero usando los edificios reales. El personaje que interpreta Recalde presenta un proyecto a un concurso oficial como los que suele auspiciar el Incaa. Tan entusiasta y seguidor como suelen serlo en todo el mundo los cineastas principiantes, el tipo quiere filmar, según dice, “una porno para todo público”. Su principal problema es que deberá competir contra dos émulos de Tarantino, que tienen tanta palanca que andan a los besos y abrazos con el equivalente ficcional de Liliana Mazure.
Pero si la película se llama Sidra es porque su otro eje es el sida, que nueve años atrás generaba más paranoia que ahora. Dos personajes creen haberlo contraído por su contacto con una posible portadora. Irregular como toda película cómica hecha a los ponchazos, a Sidra le sobran ideas. Algunas son de orden estrictamente formal, como el desternillante montaje paralelo entre el tipo que se arrastra por el piso, convencido de ser VIH positivo (“tenés que ser positivo”, lo alienta desde la radio Luisa Delfino, haciendo de sí misma) y su amigo, que salta y baila por la calle, convencido de haber conseguido crédito para su película. O la extenuación del plano/contraplano, en varias idas y vueltas de planos fijos. O cierta corrida callejera que no avanza, por culpa de que las fotos son fijas.
Otros grandes momentos son los promovidos por el absurdo. Los protagonistas aparecen tirados sobre un colchón, riendo como idiotas, y entre ellos flota, como un humo, la imagen de Bob Marley. Gastón Pauls, que hace otro cameo, se la pasa hablando del día domingo (“la fama da tanto relax, que se tiene la sensación de vivir en un eterno domingo”, aclara un cartel). De pronto, los dos amigos se confiesan su amor, se toman de las manos, se ponen de novios: posible versión gay de Sidra, que después retoma su ruta straight, como si nada.
7-SIDRA
Argentina, 2010
Dirección, guión, producción, música y edición: Diego Recalde.
Fotografía: Laura Gismondi.
Intérpretes: Martín Policastro, Diego Recalde, Gabriela Lema, Patricio Franco y Darío Frégoli.
Estreno en proyección DVD en el cine Monumental.
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