Vie 21.01.2011
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CINE › CICLO NAGISA OSHIMA: LOS COMIENZOS DE UN MAESTRO

El arte de la negación y la ruptura

A partir de mañana y hasta el domingo 30 se exhibirán en la sala Lugones nueve largometrajes y un corto correspondientes a la etapa inicial del cineasta, un nombre clave de lo que se conoce como “nueva ola” del cine japonés.

› Por Horacio Bernades

Desde hace tiempo que la historia del cine japonés pasa por la sala Lugones. Sucesivos ciclos dedicados a Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi, Yasujiro Ozu, Mikio Naruse, Shohei Imamura y unos cuantos más así lo atestiguan. Quedaba una carta brava que desde hace tiempo los programadores de esa sala sabían que debían jugar, pero cuestiones de copias, tránsito y derechos se obstinaban en impedirlo. Hasta ahora, en que finalmente se hizo posible programar buena parte de la obra inicial de Nagisa Oshima, nombre clave de lo que se conoce como “nueva ola” del cine japonés. Conocido en Occidente gracias a sus films de mayor difusión internacional, que cubren desde mediados de los ’70 hasta diez años más tarde (El imperio de los sentidos, Furyo, Max mon amour eventualmente), en Argentina la obra esencial de Oshima –que atraviesa como una katana los años ‘60– era uno de los grandes agujeros negros del cine japonés e internacional. A partir de mañana y hasta el domingo 30, nueve largometrajes y un corto, fechados entre 1959 y 1971, saldrán finalmente a la luz, integrando el ciclo Nagisa Oshima: los comienzos de un maestro.

Nacido en 1932 en la localidad de Okayama, el de Oshima es un arte de la negación, la confrontación, la ruptura. Cineasta absolutamente autoconsciente (en sus comienzos y durante años, la crítica, el ensayo y la realización corren en paralelo), Oshima se asumió desde siempre como un moderno, oponiéndose radicalmente no sólo al cine que lo antecedía, sino a los valores y creencias que sustentaban al Japón tradicional. Su fría furia no iba dirigida sólo contra el Japón posfeudal, sino contra el cine que en su criterio lo representaba y reproducía. Cine que, para el extremista Oshima, era todo lo que se había filmado en la tierra del sol naciente, desde los orígenes hasta el momento de surgimiento de la “nueva ola”. “Odio el cine japonés”, declaró Oshima alguna vez. Aclarando, por si hacía falta: “Absolutamente todo el cine japonés”.

De allí que cuando mucho más tarde el British Film Institute le encargó un documental sobre el cine nipón, a propósito de la celebración del primer centenario del cine, era obvio que le estaban pidiendo al zorro que cuidara el gallinero. El resultado fue Cien años de cine japonés, donde Oshima no deja con cabeza ni a Ozu, ni a Mizoguchi, ni a Kurosawa, ni a nadie que no hubiera integrado la “nueva ola”. Pero claro que lo de Oshima no eran simplemente declaraciones. Hijo de un funcionario gubernamental de linaje samurai, si para algo le sirvió estudiar abogacía fue sobre todo para sumarse al activismo estudiantil de izquierda que brotó en Japón en los años ’50.

Con el título en la mano, hacia fines de la década alguien le consiguió un contacto para ingresar en la Shochiku, una de las grandes productoras cinematográficas de su país. Aunque nunca había demostrado un interés particular por el cine, por alguna razón el joven Oshima decidió aprovechar la oportunidad, cumpliendo tareas de asistencia durante unos años y llegando a la dirección en 1959, año fundacional para las nuevas olas del mundo entero. Recuérdese que es el año de Los cuatrocientos golpes, Sin aliento, Hiroshima mon amour y Shadows. Es también el año de La calle del amor y la esperanza, ópera prima de Oshima y film que inaugura, mañana, el ciclo de la Lugones, programado por el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina, en colaboración con el Centro Cultural e Informativo de la Embajada de Japón. Integrado por copias nuevas en 35 mm, enviadas especialmente por The Japan Foundation, si algo hace Oshima en su primera película es desdecir puntualmente el título que la muy tradicional Shochiku le había forzado a poner.

La calle del amor y la esperanza de Oshima es una de barrio marginal, con una mujer viuda y enferma trabajando como lustrabotas y un hijo que decide ganarse la vida practicando una pequeña estafa con palomas mensajeras. Ese mundo tan poco honorable e imperial –el culo mismo del milagro japonés, podría pensarse– no haría más que expandirse, endurecerse y profundizarse en los films posteriores. Unidos por el sexo, pero también por la violencia que en Oshima inevitablemente conduce a él, los amantes de Cruel historia de juventud (se proyecta el domingo) viven gracias a una sucia estafa: la chica se hace levantar por cincuentones y él viene atrás, les pega y les roba. Era 1960, las protestas estudiantiles se extendían y Oshima las filma como fondo de la historia, con sus banderas rojas extendidas. Que el realizador –cuyo nihilismo y marginalismo a toda prueba hacen de él un pre-Fassbinder nipón– no creía demasiado en causas y azares políticos lo demuestra tajantemente Noche y niebla en Japón (también de 1960, se verá el martes 25), donde Oshima practica una doble ruptura: con la ingenuidad de izquierda y con el realismo, mediante una puesta teatral y con tiempos que se funden en un mismo plano. La teatralidad, el distanciamiento, el carácter de obra de ideas hacen pensar en Brecht. Y eso también conduce a Fassbinder.

Retirada de cartel por la propia productora una semana después del estreno, Noche y niebla en Japón representó la ruptura definitiva de Oshima con la Shochiku. De allí en más, el realizador filmaría por su cuenta. Entre Cruel historia de juventud y Noche y niebla... (título que cita a la célebre película homónima de Alain Resnais, sobre los campos de exterminio nazis), en el mismo año (!) Oshima había filmado El entierro del sol (lunes 24), una salvajada en la que distintas pandillas juveniles disputan sin el menor escrúpulo, en una villa miseria, el comercio ilegal de sangre, que extraen a los trabajadores del puerto para vendérsela a las grandes firmas de cosméticos. Que el título alude al Sol Naciente lo confirma un grotesco veterano de guerra, que vive anunciando la llegada de la tercera conflagración, en la que el Imperio finalmente vencerá. “Vivís en una tapera y soñás con un imperio”, le dice la protagonista (que es la líder de la banda, además de prostituta), y la frase suena a cachetazo definitivo, aplicado sobre el rostro del más rancio tradicionalismo japonés.

El progresivo alejamiento del realismo que Noche y niebla... anunciaba no hace más que consolidarse en los films posteriores. Suerte de Madadayo invertida (un cuarto de siglo antes), en Tratado sobre canciones obscenas japonesas (1967, miércoles 26) cuatro estudiantes secundarios se reúnen con su profesor, para cantar, con alto consumo de sake, las canciones del título. Como en Noche y niebla..., las capas del relato se confunden y superponen, aboliéndose el límite entre realidad y fantasía, entre hecho y suposición, entre lo cómico y lo trágico. Tres borrachos resucitados (1968) fusiona pop y política, como las películas que Godard filmaba para la misma época. La historia vuelve a ser provocación pura. Durante un baño en el mar, a tres veraneantes les roban ropa y documentos, siendo confundidos, de allí en más, con coreanos indocumentados y siendo perseguidos por las autoridades. Tres años antes, Oshima había filmado en Corea Diario de Yunbogi, mediometraje documental en el que abordaba la pervivencia de las heridas de guerra, en la nación que décadas atrás fue, durante un tiempo, parte del Imperio japonés. Como corresponde, Diario de Yunbogi y Tres borrachos resucitados se exhibirán juntas en la Lugones, el jueves 27.

El ciclo se cierra con Boy (Shonen, 1969), Diario de un ladrón de Shinjuku (1969) y Ceremonias (1971). Casi medio siglo antes de Carancho, en Boy (viernes 28) una familia se dedica, por imposición del padre, a simular accidentes en la calle, para cobrar el seguro. Paráfrasis de Jean Genet, Diario de un ladrón de Shinjuku (sábado 29) recupera temas y motivos de films anteriores (la pareja atada por el sexo y el crimen, los disturbios estudiantiles al fondo) y anticipa algunos posteriores (los amantes buscan, como en El imperio de los sentidos, el último grado del clímax sexual), en un formato de collage pop y rupturista que, otra vez, hace pensar en el Godard de la misma época (el de Week end, el de La chinoise). Como el título lo indica, Ceremonias (domingo 30) aborda uno de los componentes esenciales de la sociedad japonesa –la ritualización de la vida cotidiana– para narrar el hundimiento de una familia tradicional. Genio y figura...

Todas las películas se exhibirán a las 14.30, 18 y 21 horas. Más información en www.complejotea tral.gob.ar.

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