Jueves, 23 de marzo de 2006 | Hoy
CINE › DANIEL HENDLER HABLA DE “DERECHO DE FAMILIA”, SU NUEVA COLABORACION CON DANIEL BURMAN
Después de tantos judíos neuróticos y porteños típicos, el actor fetiche de Burman se aparta de los adolescentes tardíos que le tocaron hasta ahora y compone a su primer padre.
Por Julián Gorodischer
Su ficha técnica es concisa y conocida por todos: Daniel Hendler/ actor fetiche de Daniel Burman/ típico (pero falso) porteño neurótico/ amado por señoras judías de clase media/ aplaudido fervorosamente en Derecho de familia (premiada por el público en el reciente Festival de Mar del Plata)/ favorito de Fanny (Mandelbaum) y de Cipe (Lincovsky) que esta noche en el Abasto, en la avant première de la película, hacen guardia hasta que Fanny le transmite saludos de una compañerita de “los grupos” (donde los niños de la comunidad se recrean los fines de semana). Hendler es un parco que no sonríe ante el halago y no compra el cliché del perfecto novio/ perfecto hijo; luce algo preocupado por el reclamo que escuchó en su última escapada a Montevideo (ahora que está instalado en Buenos Aires junto a su novia, la directora Ana Katz). “Se nos está aporteñando”, le dijeron justo en el año de la pelea contra las papeleras, poco después de haber opinado que los dos países actúan con desmesura. Hendler es consciente de que fue borrando el tá, el vó, el contigo de su léxico filmado.... Ahora levanta los hombros y se queda pensando.
Su última película, Derecho de familia, lo contacta con una saga de jóvenes madurando (todas filmadas por Burman) que empezó en Esperando al Mesías, con un joven sobre arenas movedizas, siguió con El abrazo partido, donde despuntó lo que en Derecho... sería un tema excluyente: la búsqueda o separación del padre, o –luego– la conversión en padre de familia. Su personaje Ariel Perelman (o simplemente Perelman hijo) lo vincula con su primer padre de la ficción y, como suele ocurrir con los films de su amigo/socio/alter ego Burman, con una preocupación que todavía no tiene pero que se anticipa como “inminente”. Lo dice el propio Hendler: “El cine imprime más allá de lo que nosotros componemos: uno se queda afuera de su vida por un rato para armar otra vida, pero algo se filtra del momento que uno está viviendo. Burman escribe las películas a la edad que yo tengo cuando las interpreto (dos años después). Y me propone temas con los que no estoy familiarizado; me obliga a pensarlo de antemano”.
Hendler, entonces, se obsesiona con esa idea de ser padre, registrando a los pocos amigos que ya tienen hijos, pensándose ya no como el eterno adolescente tardío que le asignaron en Sábado, El fondo del mar, El abrazo..., Whisky, sino como un hombre definitivamente pasado al lado oscuro: la madurez definitiva. Echar raíces se podría reducir a dos acciones que él cumple en la ficción como en la vida: recibir facturas a su nombre/ tener una cobertura médica. ¿Por qué quiere salirse de esa edad de oro? El multipremiado Hendler (que, a los 30, acredita un Oso de Plata al mejor actor en el Festival de Berlín por El abrazo...) hoy siente como propio el premio a la mejor película iberoamericana que ganó Derecho de familia en Mar del Plata, y está definitivamente encantado con quebrar la racha de niños tardíos. ¿Por qué lo anclaron en papeles de inmaduro compulsivo? Tan cercana era la trama de Esperando al Mesías a su propia vida, que llamó a una ex novia uruguaya por teléfono y le dijo: “Estoy desconcentrado y necesito llorar”. A ella le costó entender, pero él aprovechó su dolor.
–A veces –cree Hendler– uno no es muy consciente de la irrupción de lo personal; sucede solo. En las películas de Burman, podría leerse una biografía mía. Esperando al Mesías es el inicio de una reflexión que se consolida en El abrazo partido y crece en Derecho de familia: tratan de planteos que tienen que ver con la identidad, el paso a la adultez, la paternidad. Lo que crece no es un personaje sino un punto de vista.
–¿Cómo es esa biografía que trazan las películas de Burman?
–Los actores no tienen una filmografía; no eligen el personaje. Les llega y van haciendo lo que pueden. Pero veo una película después de un tiempo y descubro ciertas cosas que me pasaban. A pesar de que uno se queda afuera de su vida para armar otra vida, algo se filtra del momento que uno está viviendo. Y creo que debo usarlo, asumirlo; debo asociar o desasociarme de lo que me pasa.
Tal vez por el deslumbramiento de pensar en “algo nuevo”, su momento favorito de Derecho de familia lo ubica en una pileta junto a otros papis de niños pequeños, tomados de la mano en un ejercicio de clase de natación. “Me gusta el último tramo en que la comedia cede paso a algo más trágico/ me gusta también cómo se dan las relaciones de Perelman (h.) con los personajes: con su padre, hijo, esposa, secretaria del padre: cada vínculo plantea algo diferente”. Se niega a pensar a Derecho... como un tratado sobre los 30, aunque todo esté allí para ayudar a que así sea interpretada; están presentes todos los tópicos de la mediana edad: la convivencia en pareja, el primer hijo, la vacilación ante el trabajo, el fin del grupo de amigos, el declive de los padres. Si las películas de Burman deconstruyen edades y recrean con bastante realismo cada problemática de los primeros veinte (Esperando...), y de los últimos veinte (El abrazo...), de todas parece ser Derecho de familia la que mejor se adapta a la edad que le toca (los 30) con una mirada sobre la familia joven que imagina como un ámbito armonioso, una instancia evolutiva necesaria que no incluye ni mordacidad ni crítica. Hendler, de pocas palabras, reacio a interpretar, sigue contento con que lo cambien de rol. “Alguna vez se dijo que los directores sólo me daban adolescentes tardíos –dice– y le tomé rechazo al concepto. Esta película, en cambio, trata de la concreción de la adultez. Mi temor es que tanto un abogado como un padre puedan señalar algo que no es como ellos lo viven. Además todos tenemos algo paternal adentro, pero casi nadie tiene algo de abogado.”
Actor y personajes se presentan “en tránsito”: es un estado ambulatorio que se traduce en acto (en la circularidad de Sábado) o en los procesos internos de búsqueda (de un padre, de una identidad, de una mujer) en los films de Burman. También Daniel Hendler se construyó como actor viajando de una orilla a la otra, armando una carrera atípica como “actor de cine” full time hasta que el año pasado probó suerte como villano en la comedia Sin código, y le gustó. “A veces –sigue–, quiero hacer algo que no espero de mí mismo: el villano de Sin código me cayó simpático, pero me dio temor seguir y arreglamos por sólo seis capítulos. Fue para agradecer la propuesta y sacarme el fantasma del miedo a la TV. Hay algo de los actores de la tele que es admirable; lo observé en Julieta Díaz: mucho oficio, algo de inmediatez, apertura para lanzarse a la pileta o al vacío”.
–Sus personajes recrean un “típico porteño neurótico”...
–Pero no me puedo sacar el “lo qué” (muy uruguayo): lo digo con total naturalidad y piensan que es broma. No volví a Montevideo desde que las cosas están más candentes; todos deberían asumir que cada uno no tiene razón en la medida del reclamo. Creo que no es el tipo de inversión más saludable, sería mejor que haya otras, con más participación, pero creo que no hay que plantear si las papeleras se hacen o no, sino cómo se hacen de la mejor manera posible.
Mientras tanto, él ofrece un aporte a la integración, haciéndose amar por directores que vuelven a él (Burman/ Villegas/ Rebella-Stoll), que encuentran en su cavilación el estado perfecto para expresar una contemporaneidad. Así fue en Sábado, de Juan Villegas, donde impuso un código de silencios y balbuceo que sirvió como radiografía del hombre palermitano medio. Con el propio Villegas, filmó el año pasado Los suicidas (sobre la novela de Antonio Di Benedetto, que se estrenará en octubre), como si fuera un proyecto propio. “Villegas propone una cosa muy arriesgada: Sábado es una película de constricciones, que contiene algo que sucede por debajo y que nunca emerge, generando asfixia. En Los suicidas, se cuenta en primera persona a la velocidad del pensamiento y con las curvas inesperadas de la mente, con oscuridad y humor en forma simultánea. Juan tiene una energía que hace que todos los personajes parezcan en estado de paz extrema aunque estén convulsionados”. La película que lo involucra ahora se apoya en su propia intimidad: La novia errante, de Ana Katz, lo trasladó a un rodaje en Mar de las Pampas para hacer un “bolo barbudo” (bromea: por lo breve y por su look actual). Aparece fugazmente como el novio que abandona a una mujer allí entre los médanos, fiel a su premisa: ¡Sin cartel ni jerarquía! “Filmo el making off –dice–, porque me permite viajar y poder estar ahí..., acompañando”.
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