Lun 28.02.2011
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CINE › MIGUEL RODRíGUEZ ARIAS HABLA DE SU DOCUMENTAL ROTAS CADENAS

“No está claro quién está sano y quién está enfermo”

En su película, que se verá hoy por única vez, el director investiga el trabajo del doctor Jorge Pellegrini, artífice de una transformadora obra de salud mental en la Argentina. Rotas cadenas tiene el mismo objetivo que el psiquiatra: liberar a la locura de su estigma.

› Por Oscar Ranzani

Cuando el realizador Miguel Rodríguez Arias estudiaba psicología escuchó hablar por primera vez de Franco Basaglia, un destacado psiquiatra italiano que promovió en su país la audaz idea en aquel momento de cerrar los manicomios y que los pacientes externados pudieran vivir en hogares sustitutos, con la atención necesaria. Basaglia no llegó a ver concretado su sueño de liberar a la locura del estigma porque murió joven pero, sin embargo, logró que se sancionara la ley que ordenaba el cierre de los hospitales psiquátricos en Italia. Muchos años después, Rodríguez Arias, ya recibido de psicólogo y con una trayectoria importante como documentalista, escuchó hablar del doctor Jorge Pellegrini quien, con el prestigio obtenido por su labor en Río Negro, viajó a San Luis y logró convertir un manicomio en el Hospital Escuela de Salud Mental, siguiendo las ideas de Basaglia. Pellegrini fue el artífice de una transformadora obra de salud mental que es ejemplar en el mundo, no sólo en la Argentina. Y concretó la idea renovadora de que los pacientes que padecen sufrimiento mental no queden internados más de cinco días. Lógicamente, hay todo un equipo de terapeutas y médicos que trabajan con los pacientes, pero de este modo Pellegrini logró que muchos de ellos, algunos irrecuperables, puedan tener una mejor calidad de vida. Y Rodríguez Arias investigó la labor del psiquiatra argentino, visitó el hospital y filmó el documental Rotas cadenas, que tiene el mismo objetivo que el autor de la transformación institucional: defender el derecho humano a no perder la libertad por estar enfermo. Rotas cadenas se exhibirá hoy a las 20.30 en el Cine Atlas Recoleta (Guido 1952).

Para realizar el documental, Rodríguez Arias no sólo recorrió el Hospital Escuela, sino que también estuvo junto con el doctor Pellegrini en algunas casas de pacientes. “Los resultados son óptimos. Están muchísimo mejor en términos de calidad de vida. Y como esto es un abanico muy grande, algunos de ellos incluso han mejorado. Pero los pacientes graves lo que mejoran es su calidad de vida, que no es poco”, asegura Rodríguez Arias.

–¿El documental busca poner en imágenes y palabras la concepción que tiene este médico sobre el valor de la libertad de los pacientes?

–Sí, totalmente. Apunta a eso y realmente se ve en la práctica que eso ha funcionado, lo cual no significa que no haya habido problemas. Hubo problemas y de los graves. Y también hubo oposiciones. Había gente que se oponía, gente de los medios, políticos. ¿Qué pasó? Un auto atropelló a un paciente. Entonces decían: “Ah, claro, externaron a los pacientes y ahora se mueren porque los atropellan los autos”. Efectivamente, un auto había atropellado a un paciente pero los autos también atropellan a gente que nunca pasó por un hospital psiquiátrico. Después, otro paciente quemó la casa de la familia y también hay tipos que nunca pasaron por un hospital psiquiátrico que hacen cosas peores.

–Lo que pasa es que tienen que luchar contra el estigma...

–El estigma es terrible. Es decir, si alguien se entera de que una persona con la que tiene relación pasó por un hospital psiquiátrico, la mira distinto.

–¿Los manicomios anulan la subjetividad del paciente?

–Totalmente. No es que los otros problemas no sean graves, pero ése es el más grave. Con los otros problemas me refiero al trato. Lo que pasa es que una cosa está relacionada con la otra. El destrato a los pacientes, de alguna manera, promueve la pérdida de la subjetividad.

–¿Usted adhiere a la teoría de la desmanicomialización que promueve Alberto Sava, el fundador del Frente de Artistas del Borda? ¿Nota coincidencias entre su mirada y el planteamiento del doctor Pellegrini?

–Es la misma corriente. De hecho, toda la gente que está en el movimiento de más avanzada en la psiquiatría del Borda, va a San Luis. Conocen la experiencia, son amigos de Pellegrini, hacen permanentes intercambios académicos. Así que hay una coincidencia total.

–¿Por qué se instaló con tanta fuerza la idea de que el loco es peligroso, que es algo que legitima el discurso de la necesidad de la internación?

–Eso viene de muy lejos. ¿Qué es el loco? El loco puede ser también el que no se adapta a determinado modelo social. O que dice cosas que le pueden molestar al que tiene la potestad para encarcelarlo en un hospital psiquiátrico. A lo largo de la historia ha pasado montones de veces que al que dice cosas que pueden poner en riesgo el poder de turno, tiene que ser sancionado y es acusado de loco. Por ahí, tiene mayor costo para el poder meterlo preso que mandarlo a un hospital psiquiátrico. Además, al mandarlo a un manicomio tiene “el aval” de la ciencia médica. El tema es que no está claro quién está sano, quién está enfermo, qué es sano, qué no lo es. Y además, es también una cuestión ideológica. Para las distintas ideologías, el modelo de salud y enfermedad es diferente. Para el sistema imperante, el modelo de salud es el tipo que se adapta, el que puede ganar mucha guita, el que está entregado al trabajo. Y para otra mirada u otra ideología puede ser el tipo que puede armar una familia, crecer en la vida, cultivarse, desarrollar alguna actividad artística, leer.

–¿Es posible la reinserción social de los sufrientes mentales o el estigma está demasiado instalado en la sociedad argentina?

–El estigma está, no es fácil, pero eso también depende de la subjetividad. Es decir, depende de las historias particulares. Por ejemplo, en el documental se muestra a un paciente que era alcohólico y que no solamente está recuperado: dedica algunas horas de su día a ir al hospital y ayudar a los pacientes alcohólicos. Ese señor no solamente está recuperado y logró reinsertarse, sino que seguramente uno puede razonar que la gente lo debe respetar mucho. Se recuperó, lo cual no significa que le haya resultado fácil. Por ahí, hasta que el tipo demostró que no iba a volver a alcoholizarse y que no iba a volver a hacer las cosas que hacía cuando estaba alcoholizado, tuvo que haber pasado un tiempo. Hasta que se volvió a ganar la confianza.

Al hablar con Rodríguez Arias es imposible no tocar el tema de Las patas de la mentira, aquel riguroso trabajo audiovisual que primero fue editado en video y exhibido en circuitos alternativos, y que a fines de 1995 se transformó en un programa televisivo, conducido por Lalo Mir. Las patas de la mentira, en formato video, nació en 1990, en pleno gobierno de Carlos Menem, cuando la farandulización de la política era la comidilla del periodismo televisivo. Pero paralelamente, el país entraba en una espiral de impunidad y muchos políticos decían –y hacían– cualquier barbaridad frente a la televisión. Rodríguez Arias fue el fundador en Argentina de la utilización de los archivos audiovisuales en programas televisivos con un objetivo concreto: analizar y poner en evidencia el discurso político y los actos fallidos de quienes tenían en aquel momento la tarea de gobernar o legislar. Tanta fue la repercusión de su invento que Las patas de la mentira obtuvo el Premio Iberoamericano Rey de España (1997) y fue nominado al Emmy Award.

Es por eso que en la actualidad, cuando los programas de archivo inundan las pantallas de los televisores argentinos, Rodríguez Arias es un referente ineludible para brindar una opinión. Observa a la televisión actual como “muy poco creativa”. Y nota que se está “abusando muchísimo” de la utilización de los fragmentos audiovisuales. También reconoce que “se está degradando la herramienta del discurso que nosotros empezamos a utilizar en Las patas de la mentira, que se hacía con una intencionalidad. Es decir, hay programas y programas. Por ejemplo, está 6,7,8 que es un programa muy comprometido, un programa político con una tendencia muy clara, y es interesante lo que están haciendo”. Pero también observa que la televisión “está condicionada por la utilización de los archivos. Hay como seis o siete programas de archivos. Pero la mayoría de los programas que no son de archivo sino de entretenimiento o de chusmerío también utilizan archivos. Entonces, esto nubla bastante el panorama de la televisión. Por otro lado, está Gran Hermano, que tiene una presencia en Telefe y la verdad es que es un programa que baja el cociente intelectual, estupidiza a la gente”, considera Rodríguez Arias.

–¿Cómo se puede competir con lo vulgar y lo chabacano?

–Haciendo cosas que no sean ni vulgares ni chabacanas. Haciendo cosas que tengan concepto, que tengan una idea, que transmitan algo; que sea algo constructivo, que sirva para formar, para educar, para generar ideas, para desarrollar el pensamiento. Hay algún programa en la televisión que apunta a eso. Por ejemplo, el de Capusotto es creativo, fresco, con un lenguaje totalmente distinto y que te sorprende permanentemente. Te divierte y, además, te hace pensar y te dispara hacia otros lugares.

–¿Volvería a hacer Las patas de la mentira ahora?

–Sí.

–¿Cree que hay material?

–Hay muchísimo material y siempre nos quedaron las ganas con Lalo de volver a trabajar juntos.

–¿Cambiaría algo?

–Sí, pasaron muchos años. Pero no solamente eso sino que, fundamentalmente, pasó mucha agua bajo el puente porque después de PNP, TVR y 6,7,8, si uno vuelve a las lides del análisis del discurso, tiene que hacerlo desde otro lugar. Yo no puedo copiar a los que tomaron nuestro formato como inspiración.

–¿Cree que Las patas de la mentira sirvió como impulso para que la gente preste más atención a lo que dicen los políticos?

–Las patas... fue el inicio de todo. Hay una frase de Las patas... que se cita permanentemente después de veinte años. Yo creo que es la frase emblemática de la Argentina: “Tenemos que tratar de no robar por lo menos por dos años”, dicha por Luis Barrionuevo. Después de veinte años, la gente todavía se acuerda de esa frase. Es decir, fíjese la pregnancia que tiene que tener un trabajo para poder sacar de contexto una frase, mostrarla, porque cuando sacás de contexto es cuando aparece el sentido. No es que cuando sacás de contexto le cambiás el sentido. En el contexto del programa Hora Clave desapareció. Es decir, cuando Barrionuevo dijo esa frase en Hora Clave, Grondona no le repreguntó. Preguntarle era señalarlo. El trabajo del periodista es la repregunta. Entonces, en el contexto eso se perdió. Nosotros lo sacamos de contexto, lo señalamos, lo pusimos con replay en la versión original de Las patas de la mentira del año ’90. Por supuesto que fue repetida hasta el cansancio por todos los programas de televisión que usan archivo y que tienen que ver algo con la política. Pero esa frase emblemática salió en The New York Times, The Washington Post, en diarios de Europa, salió en todos lados. Tomás Eloy Martínez hizo una presentación en la Universidad de Columbia en 1992 y lo definió como un nuevo género periodístico: el de analizar los discursos en la televisión. Hasta ese momento no se había hecho y los diarios y la radio no se hacían eco de lo que pasaba en la televisión. Hoy ves una investigación que salió en un diario y a los tres o cuatro días la toma un programa de televisión. De hecho, la toman los noticieros.

–¿Su manera de hacer televisión necesita de un espectador crítico?

–Sí, pero el espectador se hace crítico cuando también encuentra un material que lo invita a hacerse crítico. Es una falacia decir que el espectador es el que determina cuáles son los contenidos en la televisión. Los productores dicen: “No-sotros hacemos esto porque mide”. Bueno, ese programa mide pero no sabemos qué pasaría si en el otro canal, en lugar de poner el programa de m... que están poniendo pusieran un programa bueno que pudiera competir con ése. Es una falacia no solamente por eso. También es una falacia que la gente participa porque le preguntan en la calle un par de cosas. Es decir, los contenidos de la televisión están regulados por los dueños de los canales cuando son privados. También influyen los productores, los conductores. Hay toda una cadena pero hay una línea editorial que baja el dueño del medio. Muchas veces hemos visto en Argentina que el dueño del medio tiene intereses económicos, que los prioriza sobre los intereses periodísticos.

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