CINE › EL REALIZADOR SAMUEL MAOZ HABLA DE LIBANO, SU PRIMER FILM DE FICCION
El cineasta, que a los 19 años fue artillero de un tanque israelí que se abrió paso en Beirut, cuenta cómo fue que decidió convertir su experiencia bélica en película y qué lo llevó a concebirla como un trance más olfativo que cerebral.
› Por Chris Dickens
El 6 de junio de 1982 a las 3 de la mañana, tres tanques del ejército israelí se abrieron paso por el centro de Beirut, dando inicio a una conflagración de quince días que pasaría a la historia con el nombre de Primera Guerra del Líbano. Lo que nadie hubiera sabido jamás es el nombre del artillero de uno de esos tanques, si no fuera porque un cuarto de siglo más tarde su experiencia en esa guerra daría lugar a una película. Samuel Maoz se llamaba ese soldado de 19 años y Líbano es el título de su primer film de ficción. Nadie esperaba tampoco que la película de Maoz, perfectamente desconocido hasta entonces, terminara llevándose el León de Oro. Eso es lo que sucedió en la edición 2009 del Festival de Venecia, inicio de la seguidilla de premios y halagos que Líbano obtendría de allí en más en el mundo entero.
De modo semejante a lo hecho un año antes por su colega Ari Folman en Vals con Bashir, en Líbano Samuel Maoz reprodujo, detalle a detalle, todo lo vivido durante sus primeras 24 horas en Beirut. Lo hizo con la mayor fidelidad posible a su recuerdo. Hasta el punto de que salvo el primero y el último plano, en toda la película la cámara no sale jamás del interior del tanque. Que es exactamente lo que le sucedió a Maoz a los 19 años. En la siguiente entrevista el realizador cuenta cómo fue que decidió convertir su experiencia bélica en película, por qué ésta no podía tener otra forma que la que tiene, cuál es la razón de que transcurra durante el primer día y no otro, y qué lo llevó a concebirla como una situación más olfativa que cerebral.
–¿Cómo surgió el proyecto?
–Es muy simple: la situación que narro la viví siendo soldado. En la película, al artillero del tanque le dicen Shmulik, apelativo que se les da, en hebreo, a los que se llaman Samuel. Ese Shmulik soy yo. Sentía la necesidad de mostrar la guerra tal cual es, sin el costado heroico ni los clichés típicos del cine bélico.
–En términos narrativos usted tomó una decisión arriesgada, que es la de contar toda la historia desde adentro de un tanque de guerra. ¿Tuvo dudas antes de hacerlo?
–Sí que las tuve. Lo primero que pensé es que quería una trama muy básica, que pudiera contarse en diez o doce líneas. Y que permitiera contarla desde la perspectiva de los soldados, que es siempre acotada: un soldado sabe qué le pasa a él y a quienes lo rodean, no a los miembros de otros escuadrones o al enemigo. Ni qué hablar del que va en un tanque, que en el mejor de los casos durante días y semanas se comunica con el exterior sólo a través de una mirilla. Yo jamás vi la guerra desde fuera del tanque, así que no podía filmar lo que sucedía afuera. Todo eso me decidió a contar la historia entera desde el interior del tanque, de modo que el espectador pudiera vivir la experiencia de la guerra desde el lugar de los soldados. Me parecía que no había otra forma de contarlo.
–¿Cómo hizo para filmar casi toda la película en un espacio tan estrecho?
–El tanque en el que filmamos no era un vehículo cerrado sino una estructura de módulos, que podían correrse para uno y otro lado. Alquilamos una plataforma hidráulica que tenían en Cinecittà, y que es del mismo tipo de las que usan en Hollywood cuando filman en autos u otras superficies muy pequeñas.
–¿Cómo hizo para meter ahí adentro al equipo técnico?
–Usábamos mucho a los propios actores para hacer asistencia técnica. Uno hacía la claqueta, otro tiraba humo, otro volcaba aceite en el interior del tanque. Teníamos todo muy planificado, y eso nos permitió afrontar con bastante seguridad las complicaciones del rodaje.
–La película se caracteriza por su sensorialidad.
–Eso era esencial para mí. Yo no quería contar la historia tanto a través de la mente de los protagonistas, como del corazón y el estómago. Creo que no hay otra forma de entender algo que sentirlo. Quería poner al espectador hasta tal punto en los ojos del protagonista, que cuando el tipo apunta se viera cómo las víctimas lo miran. Quería que fuera una película casi más para oler y sentir como un gusto en la boca, que para ver. Por eso también se habla poco en la película: cuando uno lidia con dilemas muy pesados, no habla. Mira, piensa, se expresa, le pasan cosas en el cuerpo. Pero mucho no habla.
–¿Cómo se hace para oler una película?
–De modo indirecto, creando una situación que transmita la idea de olor. Le puedo asegurar que si algo transmite esa idea son cuatro soldados vestidos con pesados uniformes de combate, sucios, transpirados, haciendo pis en un balde y metidos adentro de un tanque herméticamente cerrado, en una zona donde la temperatura no baja de 30 grados. Lo del olor era importante para mí porque cuando me acordaba de la guerra, lo que recordaba era el olor de la guerra. Para mí tenía más peso la memoria olfativa que la visual.
–¿Siempre tuvo claro que la película debía transcurrir el primer día de la guerra?
–Sí, porque mis recuerdos de ese día siempre fueron más vívidos que los de todos los demás. Creo que eso tiene que ver con algo que se comprobó en un estudio que se hizo en Estados Unidos. Según el estudio, las mayores probabilidades de que un soldado caiga en combate son en su primer día en el frente. Al segundo día las chances de morir se reducen a la mitad. El tercer día, a sólo un 10 por ciento. A partir del cuarto día, la posibilidad de caer depende sólo de algo imposible de evitar. Que una bomba te caiga en la cabeza, o algo así.
–¿Qué relación tendría eso con sus recuerdos?
–Creo que lo que hace más vívidos los recuerdos del primer día es lo mismo que incrementa las posibilidades de caer en combate: la inexperiencia, el miedo, el estado de shock que produce estar metido de golpe en una situación en la que es tan posible ser asesinado como matar al prójimo.
–¿Qué recuerda de su participación en la guerra?
–La Primera Guerra del Líbano fue producto de una idea “ingeniosa”, por llamarla de alguna manera. El truco consistía en infiltrar tres tanques en Beirut y hacerlos apuntar contra el palacio de gobierno. Los medios llegarían a la mañana siguiente, tomarían fotos y filmarían, y las imágenes estarían en todas las tapas y televisores ese mismo día. Los falangistas cristianos libaneses debían abrirnos camino, y la fuerza aérea israelí haría apoyo aéreo. Se supone que era un operativo sencillo. Pero sucede que alguien nos guió mal y fuimos a parar a la zona industrial de Beirut. Allí quedamos solos, sin cobertura.
–¿Qué hicieron?
–Pedimos ayuda a los falangistas, que nos llevaron al lugar donde el ejército sirio estacionaba sus tanques. Primero no pasó nada, supongo que porque los tanquistas estarían durmiendo cuando llegamos. Pero en algún momento alguien habrá dado la voz y empezaron a disparar desde todas direcciones. Nuestro comandante dijo: “No sé qué hacer”. El piloto sugirió avanzar y eso fue lo que hicimos, para intentar atravesar la línea del enemigo. Chocando un par de tanques, logramos pasar. Cuando estuvimos fuera del círculo de tanques enemigos, nuestros aviones de combate rociaron la zona de bombas.
–¿El camarógrafo de la película no participó también de la guerra?
–Sí, ocurrió algo increíble. Cuando lo conocí nos pusimos a hablar de la guerra, y me contó que en ese momento él era oficial de inteligencia de la fuerza aérea y que se vio obligado a mandar un avión a bombardear una zona de Beirut, porque a cuatro idiotas de un tanque no se les ocurrió nada mejor que meterse justo en medio de un estacionamiento de tanques sirios.
–Esos idiotas eran...
–¡Nosotros!
Traducción, selección e introducción: Horacio Bernades.
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