CINE › CARLOS SORíN HABLA DE EL GATO DESAPARECE, SU NUEVA PELíCULA, QUE SE ESTRENA MAñANA
El realizador de Historias mínimas y El perro decidió esta vez hacer un ejercicio de género: el personaje de Beatriz Spelzini vive acosado por las dudas que le produce su propio marido (Luis Luque), en un permanente e inquietante vaivén psicológico.
› Por Oscar Ranzani
Nada menos que cuarenta y tres ideas de futuras películas atesoraba Carlos Sorín desde el estreno de Historias mínimas, en 2002. Luego completaría la trilogía de largometrajes interpretados por actores no profesionales con El perro y El camino de San Diego, hasta que en 2009 estrenó La ventana, con Arturo Goetz, Luis Luque y Carla Peterson en el elenco. Ahora llegó el momento de un viraje en su modo de hacer cine: mañana estrena El gato desaparece, un thriller inquietante que lo coloca en la lista de los realizadores de cine de género. Y en este caso, debido a la necesidad narrativa que implica un relato ficcional de suspenso, volvió a convocar a actores profesionales: Luis Luque y Beatriz Spelzini, quienes componen la pareja protagónica. Es el propio Sorín el que señala que, ante la posibilidad de una nueva película, entra en una especie de “montaña rusa”, en la que las ideas preexistentes van subiendo o bajando del interés propio, de acuerdo con sus motivaciones personales. “Y muchas se quedan en el camino”, confiesa el director en diálogo con Página/12. No fue este el caso.
La idea de El gato desaparece surgió antes, como otra película que se iba a titular El regreso, a través de la cual el director de La película del Rey pretendía realizar “una reflexión seria sobre el tema de la locura”. Trabajó varios meses tratando de cimentarla, hasta que releyó el libro de las entrevistas que le realizó François Truffaut a Alfred Hitchcock y, entonces sí, vislumbró el camino que pretendía recorrer. “Hitchcock dijo una cosa que le caía perfecto a El regreso: ‘Los que piensan que Psicosis es sobre la locura se equivocan, Psicosis es sobre el cine’, señaló.” A partir de ese redescubrimiento, Sorín encendió los motores de la máquina de suspenso que es El gato desaparece. “No importaba si estaba bien desarrollado el tema de la locura. El tema de la locura era totalmente instrumental, porque lo que importa en una película de género, de suspenso, es el suspenso mismo. No es un discurso sobre otra cosa que no sea el suspenso”, sostiene Sorín, como quien formula un manifiesto.
¿Y cómo está reflejada la locura en El gato desaparece? A través del personaje de Luque: Luis es un profesor universitario, casado con Beatriz (Spelzini) desde hace veinticinco años, al que un día, sin mediar ningún tipo de conflicto exterior, se le desata un brote psicótico, se pone violento con un colega y lo agrede. El hecho motiva una internación psiquiátrica y su salida –que es el comienzo del film– despierta más que una duda en su compañera: ¿estará recuperado Luis? ¿No volverá a cometer un incidente violento? Esos interrogantes parecen flotar en la conciencia profunda de Beatriz, quien se inquieta ante el regreso de su marido a la casa. Con el correr del tiempo, los temores se van acentuando en la mujer y hasta el gato le teme a Luis. La idea de compartir un viaje a Brasil en pareja para olvidar lo sucedido, no logra refrescar a Beatriz del fuego del infierno psicológico en el que se sumerge su psiquis.
–¿Cómo se sintió haciendo cine de género?
–Bien. Siempre me encantó la vanguardia, como espectador, pero con las variantes del cine de vanguardia estaba muy desconcertado. Después de realizar La ventana, fui como jurado a varios festivales de cine latinoamericano y a varios concursos de guiones. Y estaba en un estado de bastante confusión. En cierto momento, uno no sabe qué está bien, qué está mal. Los límites se vuelven más difusos con todo el cine más independiente, experimental o de autor. Y llega un momento en que si uno está bombardeado por mucho material, termina sin saber qué está bien ni qué está mal. Y entonces, hacer una película de género era como volver a las fuentes o a un piso seguro. Ya hay mucho cine hecho antes.
–Conoce el andarivel...
–Sí, pero no es un corsé. Me parece que todavía se puede recrear el género.
–¿Buscó reflexionar sobre lo frágil que puede resultar la mente humana?
–Ese era el planteo original de la película. Me apasionaba cómo una cosa tan compleja y tan esencial a lo humano como es la conciencia, la mente o el espíritu (llámelo como quiera) puede depender de pequeños desajustes. A veces, hay locuras que se generan en el mismo sistema que no tienen que ver exactamente con lo fisiológico, no son producto de las drogas ni de un problema cerebral, sino que son de- sajustes del mismo sistema y que, a veces, ocurren en mentes muy evolucionadas. Originalmente, el personaje en la primera versión era un filósofo kantiano, el más abstracto de todos los filósofos, donde la realidad está muy lejos y sus lucubraciones ya son un sistema casi independiente de la realidad. O sea, es una mente de un poder de abstracción enorme. Y ahí se produce un desbarajuste.
–¿Buscó quitarle solemnidad al abordaje de la locura?
–Claro, porque al ser una película de género nunca es totalmente en serio. Uno ve las películas de Hitchcock y hay como una cosa de juego, en el medio. A pesar de que es dramático, permite afrontar las cosas con mayor liviandad. La propuesta de Hitchcock al espectador es totalmente lúdica. Es como si dijera: “Hagamos un juego. Ustedes se asustan y yo asusto”. Entonces, eso te da una cierta liviandad y te permite, a pesar de lo dramático (porque para los personajes la situación es muy dramática), incorporar el humor, que para mí era muy importante.
–El hecho de que la película tenga el punto de vista de Beatriz hace que se traslade al espectador su duda sobre si Luis está “curado”. ¿Ese es el juego que usted propone?
–Sí, claro. Esa decisión era fundamental para hacer una película de suspenso. Si la contaba desde el punto de vista de Luis no había suspenso posible. Y es más, si la contaba desde un punto de vista independiente, también hubiera reducido, porque todo esto es y no es. Vos no sabés bien si es la fantasía de Beatriz, sus temores, sus inquietudes, o es realmente el otro. Ese es el juego que propone la película. Pero para eso era fundamental que el punto de vista del relato fuera el de ella.
–¿Cree en la definición de “normalidad” para la mente humana? ¿Cómo funciona este concepto en la historia?
–Bueno, el concepto de “normalidad” es totalmente cultural e histórico. De repente, lo que es normal para ciertas sociedades o para ciertos entornos culturales no lo es para otros. O sea que la “normalidad” es un concepto muy variable. Evidentemente, si una “normalidad” pone en peligro la vida de terceros ya es otra cosa. Ahí ya estamos en un límite. Pero el concepto de “normalidad” es totalmente histórico y cultural. Dentro de la psiquiatría, fue variando el concepto acerca de quién está loco. Primero, porque hay una gran zona difusa entre un “normal sano” y uno “totalmente loco”. Pasan por distintos grados de neurosis que, a veces, emergen. O alguien es neurótico en ciertos aspectos y en otros no. Ahora, en esta historia, se supone que en el brote psicótico que tuvo, Luis puso en peligro la vida de los demás. Entonces, ahí ya es otra cuestión.
–¿Cómo trabajó el clima de tensión interior que tiene el personaje de Beatriz?
–Contrariamente a mis anteriores películas, donde el guión no era más que una hoja de ruta, y en el rodaje muchas veces lo cambiaba (no en la dirección pero sí en todo el trayecto), éste era un guión más construido, más elaborado, como corresponde a una película de género. Y traté de hacerlo respetar más, incluso en los textos. Yo con los textos soy bastante poco cuidadoso: si emergen cosas interesantes en el rodaje, voy para adelante. Pero en este caso, fui un poquito más exigente en el sentido de respetar el guión. Tanto el personaje de Luis como el de Beatriz ya estaban bastante construidos. De cualquier manera, siempre hay en el rodaje instancias de adaptación de textos o acciones que uno cree que funcionan y después los pone ahí, delante de la cámara, y ve que no. Entonces, en ese momento, uno tiene que dar una vuelta para reemplazarlo. O sea, aunque tengas un guión muy construido, siempre hay instancias de ajuste.
–Y en relación con las conductas de los personajes, ¿Beatriz tiene menos confianza en su marido que él en sí mismo?
–No sé, porque Luis es un misterio. O sea, Luis tiene como retazos de normalidad. Pero yo fui definiendo el personaje en función de lo que iba a pensar el espectador. Por eso digo que el suspenso está por sobre todo. Incluso, sobre la construcción de los personajes. Pensé así: “Tengo que dar a entender tal cosa, pero en la siguiente escena tengo que relajarlo. Luis está medio raro acá, pero en la siguiente está tierno como un niño”. O sea, era continuamente un vaivén. En realidad, yo lo definí por eso. Lo único que me interesaba era provocar el efecto en el espectador. Por eso la película es un juego. Que el espectador piense: “Este está loco”, pero que después le dé pena y que pase a ser querible.
–Es como que el espectador entra y sale.
–Sí, ése es el juego de la película: entra y sale continuamente. Y cada vez peor.
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