CINE › LOS LABIOS LOGRA RECONVERTIR “CASOS” EN PERSONAJES
Si las primeras imágenes de las protagonistas y su viaje posterior tienen un aire documentalista, a partir del momento en que ponen pie en suelo santafesino estos tres personajes de ficción pisan decididamente terreno documental.
› Por Horacio Bernades
Meterse al río a jugar con los chicos de la zona. Resbalar en el barro, enchastrarse el vestido y que no importe: tal vez sea ésa –en sentido metafórico, al menos– la verdadera meta del viaje que, al comienzo de la película, emprende el trío protagónico de Los labios. Fundirse en el paisaje y en el otro, sin dejar de ser uno. No por nada Coca, Noe y Luchi trabajan de asistentas sociales, una profesión que, en países que todavía no han logrado poner la economía por completo al servicio de su gente, sirve, si no para reemplazar los deberes del Estado, sí al menos para que el desentendimiento no sea total. Para eso viajan Coca, Noe y Luchi hasta un pobre paraje de la provincia de Santa Fe: para tomar contacto con la gente, atender sus necesidades más impostergables, preparar informes que tal vez –con suerte y viento a favor– alguien lea algún día. El gesto de las tres, que suele andar entre la severidad y la melancolía, hace pensar que son las primeras en temer que tal vez la visita sirva de poco. Pero ese poco hay que hacerlo, y para eso están ellas.
La película argentina más singular de las presentadas en el Bafici 2010, ganadora de un premio a Mejor Actuación (compartido por las tres protagonistas) en la sección Un Certain Regard del pasado Cannes, en Los labios pueden entreverse rasgos de la obra previa y posterior de sus dos realizadores, Santiago Loza e Iván Fund. Pero el resultado es distinto a cualquier película de ambos. Tiene su propia personalidad, va hacia otra parte. La más veterana Coca (Adela Sánchez), la intensa Noe (Eva Bianco) y la algo más inexperta Luchi (Victoria Raposo) son, sí, tres mujeres lozianas. Solitarias y no libres de angustia, como la gestante soltera que encarnaba Valeria Bertuccelli en Extraño, como la prostituta de La invención de la carne. Tres mujeres “descalzas” que solidarizan sus soledades, como hacían, en un departamento semivacío, las cuatro del título homónimo.
Si las protagonistas son de Loza, la cámara es, inconfundiblemente, de Fund. Aunque algo más moderados en cantidad y cercanía, la abundancia de primeros planos revela la mirada de ese fanático del fragmento que es el director de La risa y Hoy no tuve miedo. La discontinua, aireada construcción de las escenas también parece propia de Fund. Lo mismo que el indiscernible título: se ve tan poca risa en La risa como labios en Los labios. Pero Los labios no es un poco de Loza + un poco de Fund, sino una película en la que –el juego de palabras es demasiado tentador para no probarlo– Fund tiende a fundirse con Loza, en la misma medida en que ambos se funden con lo real. Si las primeras imágenes de las protagonistas al encontrarse en la terminal de ómnibus y el viaje posterior tienen un aire documentalista, a partir del momento en que ponen pie en suelo santafesino estos tres personajes de ficción pisan decididamente terreno documental.
Sus encuentros con los pobladores, sus interrogatorios médicos y sociales, las respuestas de la gente del lugar, los informes que elaboran y se oyen en el off: todo eso pudo haber sido parte de un documental y de hecho lo es. Con una salvedad: tal como se ocupan de aclarar los realizadores (ver entrevista), la gente del lugar sabía que las entrevistas eran “falsas”, que las asistentas eran de ficción. Se prestaron a ese juego, haciendo de sí mismos para una película que no es del todo un documental, pero nunca deja de serlo. Una segunda salvedad: al contrario de lo que suele suceder en los documentales “temáticos”, por obra de la puesta en escena –el modo en que la cámara se relaciona con ellos, la atención que les dedica, la libertad que les da en el encuadre–, Loza y Fund logran reconvertir “casos” en personajes. Ni uno solo de los entrevistados –las dos nenas tímidas, el changarín sin empleo y su hija, el anciano subalimentado al que deben cargar, la chica embarazada y su madre, que parecen una única y doble entidad– deja de serlo.
Pero Loza y Fund no son ingenuos. Saben que por mucho que ansíe fusionarse con la gente a la que asiste, todo aquel que cumpla una tarea social siempre tendrá un grado de desfase respecto del entorno. Es por ello que, en paralelo con la película sobre la pobreza, la marginalidad y la falta de atención circula una segunda película, la de Coca, Noe y Luchi. Por más que sufran privaciones semejantes a las de sus asistidos (notable, la idea de alojarlas en un hospital derruido, metáfora viva de la falta que no pueden reemplazar), ellas cargan con una mochila ficcional hecha de soledades, angustias, deseos reprimidos (todo ello muy propio de las mujeres de Loza), que afloran en la larga escena culminante. Seguramente la más vívida, inquieta e imprevisible que el cine argentino haya dado en mucho tiempo, en un boliche que recuerda a las viejas pulperías se toma cerveza, se charla, se baila, se chichonea. Un galán de pueblo canta completo, con enorme gracia, un tema de Manolo Galván, mientras en un rincón una chica se descompone, de tanto deseo atravesado.
8-LOS LABIOS
Argentina, 2010.
Dirección y guión: Santiago Loza e Iván Fund.
Fotografía: María Laura Collasso.
Intérpretes: Eva Bianco, Victoria Raposo, Adela Sánchez, Raúl Lagge.
Estreno en la Sala Lugones y malba.cine.
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