Sábado, 7 de mayo de 2011 | Hoy
CINE › LA VERSIóN COMPLETA DE METRóPOLIS SE VERá EN EL MALBA DURANTE MAYO
El clásico de Fritz Lang, restaurado gracias a la copia hallada en Buenos Aires por el coleccionista Fernando Martín Peña, ahora puede ser estudiado como la continuación lógica de las experiencias de su creador en Doctor Mabuse y Los Nibelungos.
Por Ezequiel Boetti
La historia comenzó hace poco más de veinte años, cuando el cineclubista Salvador Sammaritano recordó ante su joven y flamante colaborador, Fernando Martín Peña, aquella proyección de una copia, contraída por el tiempo y el uso, del clásico más clásico de Fritz Lang, Metrópolis. El creador del Cineclub Núcleo aseguraba que él mismo había tensado el fílmico con un dedo para mantener el foco durante “dos horas y media”. El dato retumbó en la mente de aquel férreo devoto del coleccionismo que ya era Peña: sabía que, víctima de infinitos tijeretazos y maltratos de distribuidores y productores, la versión del film alemán que se conocía hasta entonces rondaba los 116 minutos. Esas “dos horas y media” implicaban que, quizá, la copia podía estar en el país. Siguieron años de rastreo, hasta que todo confluyó en el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken.
Pero el conductor de Filmoteca chocó de frente una y otra vez contra un murallón burocrático que le impedía validar visualmente sus sospechas. Recién en abril de 2008, y gracias a la nueva directora del establecimiento, Paula Félix Didier, el historiador comprobó que sí, que el dedo de Sammaritano era menos leyenda que realidad. “La vi por primera vez en copias en formato reducido no muy impresionantes”, recuerda Peña ante Página/12. El resto es (y será) parte de la historia grande del cine mundial: los 146 minutos de esa copia son los mismos que Lang eligió para el estreno del film, allá por marzo de 1927. A poco más de tres años del hallazgo, y luego de un arduo proceso de restauración, la versión completa se exhibirá en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) los jueves y sábados de mayo, a las 21 y 22, respectivamente. La celebración se completa con una retrospectiva del director y la edición de un libro (ver aparte).
“La versión anterior, una cuidadosa restauración de 2001, ya recuperaba la estructura narrativa de la versión original, ausente en todas las copias previas. Las secuencias faltantes estaban reemplazadas por textos. Ahora está prácticamente todo eso que antes había que imaginárselo”, asegura el historiador por correo electrónico. Según las crónicas fechadas durante la Berlinale 2010, donde se estrenó la flamante Metrópolis, las dos horas y media confirman que el enfrentamiento entre el todopoderoso Fredersen y el inventor Rotwang data de una vieja disputa amorosa. Además se incluyen nuevos planos de la inundación que le dan a esa larga secuencia una intensidad aún mayor. “Debe ser el clímax más prolongado de la historia del cine”, arriesga Peña. También se ve cómo vive la gente en Metrópolis. “Antes era una ciudad sin vida privada y ahora te podés meter en el departamento del asistente del dueño de Metrópolis: vemos su casa, un pasillo, el ascensor, cosas cotidianas”, explicó el programador del Malba al suplemento Radar de este diario un año atrás.
–Más allá de esos agregados, ¿cambia la historia que hasta ahora se conocía?
–La historia no cambia tanto en relación con la restauración 2001, pero sí el ritmo. La película recupera su tempo original, lo cual es muy importante, porque Lang concibió el montaje sobre un patrón “musical”, un poco en la línea de las experiencias de otros realizadores de vanguardia –como Walter Ruttmann– que se estaban planteando por entonces las analogías posibles entre la composición musical y el montaje cinematográfico. Desde este punto de vista, es una nueva película. Respira de otra forma.
–Históricamente se ha tomado a la Metrópolis de dos horas como la versión más completa posible. ¿Cómo se resignifican los análisis sobre la filmografía de Lang?
–Lang fue pionero de una concepción “arquitectónica” del relato, una estructura narrativa distinta de la linealidad progresiva que antes había desarrollado Griffith. Desde 1922, primero con su Doctor Mabuse y después con Los Nibelungos, Lang construyó films de enorme complejidad, en los que conviven numerosos personajes y sus pasiones, todos enmarcados y contenidos por contextos muy definidos. Metrópolis fue realizada sobre esas mismas concepciones, pero los cortes la transformaron en una película sencilla y lineal. Ahora puede volver a verse (y estudiarse) como la continuación lógica de esas experiencias anteriores.
–Los productores buscaron eliminarle cualquier atisbo de “tendencia comunista”, además de varias referencias religiosas. ¿Qué papel juegan esos aspectos ahora?
–Nadie sabe muy bien qué les pudo parecer “comunista” a los productores –uno de ellos, Alfred Hugenberg, sería uno de los principales respaldos económicos del nazismo, y la propia guionista, Thea von Harbou, sería también nazi–, pero es cierto que los cortes modificaron un poco las intenciones represivas de Fredersen, el amo de Metrópolis, y aligeraron bastante la crueldad de las escenas de la inundación de la Ciudad de los Obreros. Por su parte, las referencias religiosas que se cortaron (mayormente relacionadas con el Apocalipsis) refuerzan la dimensión alegórica de todo el relato. Metrópolis es una alegoría cristiana antes que un film futurista: ni en la novela ni en la película se dice específicamente que la acción transcurre en el futuro. Ese dato surgió de fuentes posteriores y se dio por bueno, pero no aparece en ningún elemento original del film. Eso explica también la simpleza de su resolución final: es un cuento con moraleja. Ahora eso queda más claro.
–En el documental Metrópolis refundada, usted asegura haber alcanzado un techo profesional. A tres años del descubrimiento, ¿piensa lo mismo? ¿Cómo sigue su trabajo después de semejante logro?
–Bueno, tengo claro que de ahora en más todo será decadencia. Igual me gustaría que funcionara de una vez la Cinemateca Nacional. Hay mucho material argentino para rescatar y una enérgica voluntad de difusión educativa y cultural –que me parece excepcional y muy necesaria– a través de las nuevas señales digitales.
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