CINE › JULIO CHAVEZ ANALIZA “EL CUSTODIO”, DE RODRIGO MORENO
La realización de Moreno premiada en Berlín, que se estrena el próximo jueves, le exige al protagonista de Un Oso rojo una actuación fuera de norma, partir del silencio y la espera. “Yo no diría que es más difícil, pero hay un riesgo: ese silencio tiene que estar repleto de contenido”, dice Chávez, para quien “una ópera prima siempre es una esperanza”.
› Por Oscar Ranzani
Adolfo Aristarain, Carlos Sorín, Lita Stantic, Santiago Loza... Reconocido por su exigencia a la hora de elegir proyectos, Julio Chávez –que estuvo en el debut de cada uno de estos directores– dice que no tiene, necesariamente, una predilección por las óperas primas. “Pero en general, cuando te topás con un director del que no conocés su producción, porque no la hizo, se produce una especie de esperanza. Y si te interesa lo que tiene para contar y en el encuentro percibís que ese director tiene una impronta, esa ópera prima siempre es una esperanza, porque tal vez estoy frente a una posible buena película.”
Con El custodio, esa intuición, una vez más, no le falló. La ópera prima en solitario de Rodrigo Moreno (que había participado de las experiencias colectivas de Mala época y El descanso) llegó, en febrero pasado, a la competencia oficial de la Berlinale y volvió con el premio Alfred Bauer, el mismo que en su momento ganó La ciénaga, de Lucrecia Martel, y que distingue a la película más innovadora de la muestra.
El custodio narra la historia de Rubén, un custodio muy particular que debe cuidar a un ministro de Planeamiento de la Nación, que no es blanco de ningún posible ataque en particular, por lo que su rutina es la de un hombre que está solo y espera.
–¿Cómo estudió el personaje?
–Cuando armás un rol, establecés una suerte de estrategia en función de lo que hay que contar, del elenco con el que vas a trabajar, de lo que te dice el director, de tu propia mirada y de tu experiencia. Si yo tomo este elemento y ése y aquél, me da la impresión de que con esa masa que voy a armar voy a poder contar lo que pide el libro. En el caso de El custodio hay algunas cosas que no se pueden dudar y que están en el material. O sea, interiorizarte de qué es un custodio. Después, elegir el modelo de custodio que te venga bien. Porque hay millones de custodios y, de hecho, la película no habla del custodio en general, sino de un custodio, Rubén, que tiene sus rasgos y particularidades. Porque cuando vas armando un rol en función de lo que la vestuarista elige y de lo que el director aprueba, vas teniendo mayor acercamiento sobre lo que el director quiere. Por eso, más que armar hay que escuchar también cómo son las otras áreas. Cuando un director te presenta una locación, te está dando también un acercamiento de un mundo determinado. Cuando elige el coche en el que el custodio va a ir, en función de eso te va acercando a cuál es la mirada que él tiene. Eso va armando tu mirada también. Y uno dice: “Si él quiere esto, entonces conviene esto”. Cuando elige el único traje que va a tener el custodio y desecha otro, la elección marca una mirada. Uno como actor debe estar atento primero porque existe la posibilidad de que le digas “mirá, yo tenía otra impresión”. Puede encontrarse un espacio de diálogo con relación a esas diferencias. O no. O advertís que el director te está marcando huellas. Y una huella te ilumina acerca de un determinado rol o personaje. De manera que todos esos elementos van construyendo tu mirada, más tu propio punto de vista, lo que percibís o creés. Y todo eso lo tenés que juntar a lo que uno ya tiene como color impuesto.
–Es el aporte propio.
–Es eso de lo cual no podés prescindir porque está, es una realidad. Lo que podés hacer es decidir cuáles son los aspectos que vas a dejar que comuniquen más y cuáles son aquellos aspectos que vas a intentar que no se filtren en la construcción del rol. Pero nadie logra una división tan perfecta, porque sería como que uno desaparezca. Es como preparar una comida: elegís los elementos que, en principio, creés que van a ser útiles y en otros decís: “Nada que ver con la comida ésta”.
–Teniendo en cuenta que una de las características de Rubén es que prácticamente no habla, ¿es más difícil componer un personaje a partir de ciertas posturas y actitudes antes que desde la oralidad?
–Yo no diría que es más difícil. Hay un riesgo, ese silencio tiene que estar repleto de contenido. En el caso de Rubén, había que construir un tipo de silencio particular. No es cualquier silencio. Así como había que construir una cierta espera. Rubén es una persona que durante casi toda la película espera. Ahora, la elección de esa espera, cómo espera, es muy importante, porque construye inmediatamente un signo. Y es un signo que tiene, obviamente, contenido. Entonces fue muy cuidadosa la elección de cómo esperaba, cuál es el ritmo de su espera, qué pensamiento tiene para mí cuando espera. Antes que el pensamiento que tiene para mí, es de qué me debía ocupar yo para que el espectador entre en un viaje acerca de una determinada naturaleza. Eso es complicado y era un riesgo importante en la película, porque podría quedar neutro. Y la idea es que Rubén no es una persona neutra, sino llena de contenido. De un contenido bastante misterioso. A veces, vos podés tener 99 mil palabras y no estar comunicando nada. La palabra hay que habitarla, así como hay que habitar el silencio. Ambas cosas tienen su dificultad.
–Si bien el custodio no debe ejercer la violencia física, ya que su político no es de alta exposición y no corre riesgo de muerte, parece acumular violencia psicológica en su interior. El tema de la violencia está muy presente en la historia y en estado latente.
–Yo creo que la violencia no es algo que esté en el interior de Rubén sino que la violencia es lo que se produce por este paisaje en el que Rubén está involucrado. Hay tanta violencia alrededor de él con relación a su naturaleza. Porque éste es un ser que se lo violenta. Y porque tiene una cierta estructura y ciertos entendimientos de lo que es su rol en el mundo, y él siente que el mundo no está respetando. Es como si vieses un portero que limpia afanosamente la botonera de los porteros eléctricos y descaradamente ves que alguien con las manos sucias empieza a tocar. El que toca tal vez ni se da cuenta de lo que está haciendo, pero él advierte que hay algo que está haciendo y que no se lo respeta. Y que tiene que ver con su rol, con su prestación de servicio, con su creencia de que en la sociedad estamos prestando un servicio. Y que si ese servicio se presta bien, uno va a ser recompensado. La violencia es la no respuesta que Rubén espera acerca de su servicio bien prestado. De manera que la violencia no es de los otros, ni tampoco es de él. La violencia es algo que se produce entre los otros y él.
–Es decir, en el encuentro.
–Y también hay que tener en cuenta, o por lo menos es mi mirada acerca de esto, que Rubén es una persona que tiene un estructura psíquica endeble.
–¿La gran dependencia de un hombre respecto de otro habla de la pérdida de identidad de un individuo?
–Primero habría que chequear si construimos nuestra identidad fuera de una dependencia. Hay algo que también cuenta El custodio: todos creemos y dependemos de un cierto rol que tiene que ver inevitablemente con lo social. Aun la dependencia que tiene una persona que se considera libre necesita para esa libertad que haya esclavos porque, si no, no se caracteriza como un rol. Entonces, creo que El custodio habla, entre otras cosas, de una suerte de imposibilidad, de que finalmente cada uno de nosotros cumple con un rol y que lo que esperamos es que al final del camino, si cumpliste bien con el rol, por lo menos se te aplauda. El cuento que Rodrigo Moreno cuenta es el de un hombre que ha cumplido con su rol, o que él cree que ha cumplido con su rol. Creo que Rodrigo hace una película existencialista. Habla de una condición de la existencia.
–Rubén parece no poder despojarse de su traje de custodio aun cuando la situación no lo amerita, como si no distinguiera su esfera privada de la esfera pública.
–El no tiene casi esfera privada. Su esfera privada es casi un tiempo de espera hasta volver a ponerse el traje. Para él, el traje es el rol.
–¿Hasta qué punto el rol laboral incide en la personalidad de un individuo?
–Lo que pasa es que ese rol laboral está desarrollado por un individuo que tiene una psiquis determinada, sus características y su coyuntura. Se trata de una estructura muy particular. La película no está diciendo: “Che, esto es el hombre”. Es un tipo de hombre que tiene una característica particular, pero podemos reflexionar acerca de lo humano también a través de un caso específico. Porque está planteado como un caso específico. No está planteado como “éstos son los custodios”, sino como “éste es un custodio particular”. Además de vocación, ama su trabajo de custodio y encuentra en este trabajo un refugio, como dice la famosa frase: “Un motivo por el cual está vivo”, o un espacio en el cual entiende que tiene justificación su existencia. Porque, de hecho, cuando le preguntan fuera de su rol de custodio, se incomoda y no sabe qué contestar. Porque está fuera del rol.
–Esa postura imperturbable de Rubén, ¿es una especie de máscara de su mundo interno convulsionado?
–Es una manera de no mover las aguas. Porque su mundo interno, más que convulsionado, está anestesiado. Cuando hice Un Oso rojo, el Oso no estaba anestesiado o frenado. Se veía lo que este tipo sabía que podía llegar a hacer y elegía no hacerlo. Rubén no sabe lo que puede llegar a hacer. Rubén es una persona que podríamos decir que está en un espacio casi de autismo, como si no estableciese opinión. Pero vos advertís que está muy presente. ¿Cómo puede una persona estar muy presente y, al mismo tiempo, no dejarse involucrar? El escucha infinidad de charlas en el coche e intenta hacer el trabajo de no escuchar, escuchando. Intenta hacer el trabajo de esperar sin molestar. Intenta el trabajo de estar presente y mirar sin que se lo mire. Esas son características que tiene Rubén que van conformando su personaje. Es como decir: “Existir y al mismo tiempo no existir”.
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