CINE › BICICLETA, CUCHARA, MANZANA, EL DOCUMENTAL DE CARLES BOSCH QUE SE PRESENTA EN EL DERHUMALC
El director siguió al ex alcalde de Barcelona Pasqual Maragall luego de que le diagnosticaran mal de Alzheimer. “Dentro de lo jodido, lo que tiene mi película de positivo es la actitud de Maragall, el mensaje de que con el diagnóstico no se acaba la vida.”
› Por Oscar Ranzani
El político catalán Pasqual Maragall es un hombre reconocido en toda España por haber sido alcalde de Barcelona entre 1982 y 1997. Y, además, fue presidente de la Generalitat de Cataluña entre 2003 y 2006. Así como durante toda su vida batalló para lograr conquistas para su comunidad, hace cuatro años le tocó emprender una lucha más personal que, sin embargo, gracias a su personalidad, la transformó en colectiva y hacia los demás. En el otoño de 2007, Maragall anunció públicamente que le habían diagnosticado mal de Alzheimer. Lo hizo ante las cámaras a las que siempre enfrentó cada vez que debía informar una medida política en sus tiempos de alcalde. Y no fue una lucha silenciosa sino colectiva porque junto a su familia creó una fundación dedicada a estudiar esta enfermedad. El periodista y documentalista catalán Carles Bosch conoció a Maragall cuando la Televisión Pública de Cataluña le encargó realizar un documental que reflejara el problema a partir del caso del político. Así fue como siguió a Maragall durante los dos primeros años de su enfermedad y realizó el documental Bicicleta, cuchara, manzana, que podrá verse hoy a las 20 en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635), como parte de la programación del 13º Festival Internacional de Derechos Humanos DerHumALC (repite el domingo a las 20 en el Cosmos-UBA, Corrientes 2046). El film ganó el Goya al Mejor Documental en la última edición de los Oscar españoles.
“Bicicleta, cuchara, manzana”, le dice una médica a Maragall que memorice y repita al cabo de un tiempo. Pero no lo logra. Es el comienzo del documental y el anuncio de que no será fácil de digerir. Pero gracias al enfoque humano que Bosch buscó imprimirle al relato, con el correr de la cinta, el documental se transforma en la narración de la historia de un hombre que en cada acto cotidiano demuestra que ama la vida. Sin caer en golpes bajos, la cámara de Bosch sigue a Maragall como una sombra para entender los efectos de esta enfermedad que afecta a 24 millones de personas en el mundo. Lejos de lo que puede suponerse, el film muestra que, al menos en los dos primeros años posteriores al diagnóstico, el paciente puede hacer una vida más o menos normal. Bicicleta... cuenta no sólo con los testimonios de Maragall sino también con los de su esposa y su entorno más cercano. A la vez, ofrece la perspectiva científica con opiniones de diversos especialistas que se complementan con los testimonios de la familia Maragall que brinda los aspectos más humanos y emocionales posteriores al diagnóstico.
“Es una enfermedad que no permite, como ejercicio periodístico, utilizar tres, cuatro o diez ejemplos y poner uno al lado del otro para dar una idea global”, explica Bosch en diálogo telefónico con Página/12, sobre el porqué de la elección del caso Maragall. “Esto es así porque cada caso es totalmente insustituible”, agrega el director. Y entonces, le propuso a Maragall: “Pasqual, te voy a seguir con una cámara. ¿Estás de acuerdo?”. Y él dijo: “Pues adelante”.
–¿Y cómo se puede hacer una película esperanzadora sobre un proceso irreversible?
–Es muy difícil. Yo pienso que se pudo hacer porque tuve una persona como Pasqual Maragall dispuesto a explicar la evolución de la enfermedad desde el kilómetro cero, por decirlo así. El film de más éxito que se ha visto en los países de habla hispana (incluso diría en el mundo) es El hijo de la novia, una gran película. Pero en esa ficción la enferma ya está con un grado de la enfermedad muy avanzado. Y eso es lo que normalmente conocemos del Alzheimer. Entonces, ¿qué demuestra esta película? Que con el diagnóstico no se acaba la vida, que hay todo un pedazo de años antes del estado avanzado de la enfermedad. Digamos que en eso, hay un primer mensaje: dentro de lo jodido, dentro del mazazo que te da la vida cuando te diagnostican la enfermedad, lo que tiene mi película de positivo es la actitud de Maragall y el mensaje de que con el diagnóstico no se acaba la vida.
–¿Su objetivo es que Bicicleta, cuchara, manzana tenga una función social, en el sentido de concientizar sobre las posibilidades de dar batalla a la enfermedad?
–Claro. Y eso es lo que pretende Maragall con su Fundación. No es que entienda que el cine documental siempre deba tener una función pública. Se puede hacer cine documental meramente descriptivo, por puro placer visual, etcétera. Como periodista llevo muchos años trabajando en la televisión pública. Y ésta es un elemento importante en Cataluña. Invierte un montón de dinero. Está bien que divierta, que distraiga, pero también tiene que tener una función pública. Entonces, yo entendí que se estaba invirtiendo un pedazo de tiempo y de dinero, y sobre todo, la vida privada de alguien como Pasqual Maragall y su familia. Si eso no servía para algo, yo no tenía ningún derecho a hacerlo.
–El documental también muestra el trabajo científico de investigación sobre la enfermedad. ¿Tiene también un espíritu pedagógico?
–Sí. Aunque no hubiera científicos testimoniando, pienso que la película también hubiera sido divulgativa. Pero creo que es fundamental explicarle al espectador en qué momento estamos. Es decir, explicar el ABC de la enfermedad, el ABC de dónde se ha llegado hoy con la investigación. Para que se entienda: una Fundación como la de Maragall y otras que afortunadamente existen son absolutamente necesarias porque estamos hablando de algo que los propios científicos dicen que es una epidemia en cuanto a los millones de personas que sufren la enfermedad y lo poco preparados que estamos para una enfermedad de tan reciente descubrimiento.
–Contrariamente a lo que la mayoría suele pensar, Maragall dice algo revelador: que las familias deberían darles más libertad a los enfermos y no tanta protección. ¿Cómo analiza este comentario de alguien autorizado para decirlo en base a su propia experiencia?
–Recuerdo perfectamente el día que él me lo dijo. Ahora somos amigos, pero yo con mis protagonistas no soy amigo sino conocido. Pero situados en el momento en que él dijo esa frase yo todavía no era su amigo. A lo mejor, un amigo podría haberle hablado con más fuerza que como yo lo hice. Estaba simplemente filmando, pero recuerdo que fue un día en que yo me atreví a ir más allá. Pero no fue algo que le dije para que saliera en la película. Hubo un momento en que le comenté: “Mira, Pasqual, yo no puedo estar de acuerdo con lo que tú dices”. Y él me dijo: “A mí no me importa nada lo que tú pienses”. Yo entendía lo que él decía porque un enfermo de Alzheimer –y sobre todo en las primeras fases– no implica que sea una persona incapacitada. Yo pienso que Pasqual tenía todo el derecho del mundo a decir eso y va mucho con su personalidad en exigir más libertad. Yo lo entiendo, pero no me puedo poner al ciento por ciento de su parte.
–¿Qué aprendió sobre la enfermedad que desconocía antes de dirigir el documental?
–He aprendido todo, porque antes la desconocía. No soy un periodista dedicado a cosas científicas ni médicas, si es que se puede decir que esta película es médica y científica. Mi encargo era hacer un documental que aunque tocara y enseñara mucho de lo científico y de lo médico, no fuera una película solamente para un espectador interesado en cosas médicas y científicas. Tenía que ser una película que llegara a todos nosotros que afortunadamente no tenemos contacto con la enfermedad. Tenía que ser divulgativa. Yo sabía que es una enfermedad que ocasiona una gran pérdida de memoria. Pero no sabía el tema de la desinhibición, que es muy importante. Tampoco sabía que hay un período de años en los que puedes seguir disfrutando perfectamente de tu familiar enfermo. Y he aprendido que tienes que aprender a disfrutar a una persona que sigue siendo la misma pero que de repente te está ofreciendo unos matices totalmente distintos.
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