CINE › ENTREVISTA A SERGIO TEUBAL, DIRECTOR DE EL DEDO, QUE SE ESTRENARá MAñANA
En tono de comedia, el film sigue los destinos de un pueblito que por primera vez votará un intendente y en el que uno de los candidatos aparece muerto. “Nadie es un santo en la película, todo el pueblo es cómplice de esa elección”, dice el cineasta.
› Por Oscar Ranzani
¿Puede un dedo manejar los destinos de un pueblo? La pregunta parece disparatada pero queda formulada en el argumento de la ópera prima de Sergio Teubal, que se titula precisamente El dedo. Teubal se inspiró en la novela El dedo de Baldomero, del escritor Alberto Assardourian, para construir un largometraje ambientado en un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba a fines de 1983. Al igual que en el resto del país, El Cerro palpita la inminencia de las elecciones con un condimento local: como ha pasado la barrera de los quinientos habitantes, según la ley se transformará en comuna, lo que implica que los ciudadanos podrán elegir intendente por primera vez. Es así como desean presentarse Baldomero (Martín Seefeld) y el corrupto del lugar, Don Hidalgo (Gabriel Goity). Pero a los pocos días a Baldomero lo encuentran muerto y su hermano Florencio (Fabián Vena) jura venganza. Para concretarla no tiene mejor idea que cortar un dedo al cadáver de Baldomero “para metérselo en el culo al asesino” de su hermano, según vocifera. Desde ese momento, el dedo funcionará como guía de un pueblo que debe decidir su destino. Mezcla de realismo mágico y de sátira política, El dedo es una comedia negra que plantea cómo se modifica un pueblo que estaba viviendo su primavera democrática con la incorporación del elemento fantástico que le otorga una cuota de humor negro. El film fue premiado como Mejor Opera Prima en la última edición del Festival de Cine de Guadalajara y se estrenará mañana.
Resulta curioso cómo llegó Teubal a conocer la novela de Assardourian. Mientras viajaba con su mujer hacia Villa General Belgrano, vio en medio de la ruta un cartel que señalaba: “Artesano en cobre a 200 metros a la izquierda”. Teubal no podía imaginar quién podía estar en el medio del desierto cordobés vendiendo artesanías. Entonces frenó su automóvil y se encontró “con un tipo que tenía más ganas de conversar que de mostrarnos sus artesanías”, según comenta en diálogo con Página/12. En medio de la charla, el artesano le contó que hacía un tiempo que había pasado por allí un escritor y que estaba leyendo su novela. Y le narró la historia de El dedo de Baldomero, excepto el final. Como a Teubal la novela le pareció tan absurda como divertida, le preguntó el título y el nombre del autor para comprarla. Teubal y su mujer continuaron con su viaje y cuando llegaron a Villa General Belgrano decidieron ir a un bar donde prepararan comida alemana. Y en ese lugar les entregaron un diploma por consumir la cerveza autóctona. El cineasta quedó impactado porque el diploma estaba firmado por un tal Assardourian. “¿No es el escritor de la novela?”, le preguntó a su mujer. Y ella asintió. Entonces, le consultaron al mozo quién era efectivamente el hombre que había estampado la firma y resultó ser el cajero, hermano del escritor. “Le pregunté dónde estaba su familiar, porque quería conocerlo y me anoté el teléfono. Así fue como di por primera vez con la lectura de la novela”, recuerda Teubal.
–¿Y qué vio de cinematográfico en la novela?
–Es tremendamente cinematográfica porque pinta un pueblo en un pequeño mundo muy singular, donde hay un estereotipo de cada uno de nosotros, pero tiene una cosa universal. Aparte, de la novela surgían paisajes muy bonitos, muy lindos. Y por cómo está escrita, aparecen como pequeñas escenas. Entonces, se leía casi como un guión.
–¿Qué tan fiel es la película a la novela?
–Es una adaptación bastante libre porque la novela transcurre en un montón de tiempo, pasan muchos años. Yo preferí concentrarme en el hecho más mágico que tenía que ver con el dedo, con esta cosa de “creer para ver”, en vez de “ver para creer” y con el período de elecciones del pueblo. Me parecía que era algo sumamente atractivo para armar una historia de las muchas que cuenta la novela.
–¿La vida política de este pueblo es una metáfora a escala de la conducta ciudadana a nivel nacional?
–Sí. Lo que quería el autor de la novela era eso, porque los poderes están bien marcados. Está el tipo que tiene más guita, está el dueño del almacén, está la falta de acatamiento de leyes que tenemos los argentinos en general. La verdad es que somos un pueblo indisciplinado en cuanto al acatamiento de leyes. Y ellos también, tuercen un poquito todo y arreglan las cositas entre ellos. Nadie es un santo en la película. Ni Baldomero. Todo el pueblo es cómplice de esa elección.
–¿El personaje de Goity refleja el lado más oscuro de la política argentina?
–No, es liviano. Hay tipos muchísimo más oscuros en nuestra política. Yo no entiendo nada de política, pero hay tipos que proyectan mucha más oscuridad que el personaje de Goity. El es villano de la historia pero es un villano de poca monta.
–¿Buscó también establecer una mirada crítica sobre el caudillismo político?
–No, no busqué que fuera una crítica. Muestro las cosas como son y cada cual se sentirá identificado o no, le gustará o no, votará o no al dedo (risas). Es una sátira más que una crítica.
–¿Cómo trabajó el humor negro para que no resulte chocante?
–Hay una jerga en nuestro medio que señala que toda comedia es un drama exacerbado. En la medida en que uno pueda exacerbar más los dramas, más a la risa lo llevan. Y entonces uno puede decir un montón de cosas a través de la comedia. El humor negro se labura de esa manera: exacerbando una situación al punto de que provoque risa y no asco, tristeza o desgracia.
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