CINE › ROMPECORAZONES, CON ROMAN DURIS Y VANESSA PARADIS
› Por Horacio Bernades
ROMPECORAZONES
L’arnacoeur,Dirección: Pascal Chaumeil.
Guión: Laurent Zeitoun, Jeremy Doner, Yoann Gromb.
Intérpretes: Romain Duris, Vanessa Paradis, Julie Ferrier, François Damiens y Anthony Lincoln.
A la hora de reproducir modelos, cierto cine francés se esfuerza tanto en hacer “una de género”, a la americana, que lo que más se nota es el esfuerzo, la contracción a una tarea, la aplicación de unas herramientas. Cuando se trata de una comedia, el choque entre el espíritu de género y la puesta en funcionamiento de su mecánica se hace más pronunciado, más tenso, más contracturado. Es el caso de Rompecorazones, todo un éxito en su país el año pasado. La premisa no está mal (aunque Damián Szifron podría hacer juicio por plagio, por razones que se explican más abajo), la película avanza a buen ritmo, hay diálogos y situaciones graciosas. Pero se le nota el andamiaje, todo el tiempo. La velocidad sin pausa para no aburrir, el chiste o el gag demasiado pensados, la trama demasiado armada. En suma, un trabajo de mecánica, cuando lo que pide el género es relax, distensión, aire entre las escenas y dentro de ellas.
La única diferencia entre Alex, su hermana Mélanie y su cuñado Marc con Los simuladores reside en la especialización. No se trata para ellos de ayudar a toda clase de gente desventajada, como Máximo Cossetti y los suyos, sino sólo a damas que están por cometer el error de su vida, casándose con cualquier chanta, vago o mal entretenido. Siempre contratados por algún pariente o amigo de la chica, Alex (Romain Duris, una de las estrellas más hot del cine francés) es el que va al frente, haciéndose pasar por médico sin fronteras, pintor de altura, cocinero japonés o lo que fuere (un montaje muy divertido lo muestra, al comienzo, en acción en cuatro de sus “salvatajes”), con Mélanie como apoyo y Marc (François Damiens, cruce de torpe y bestia) en la técnica. Como para “entrarles” a las chicas primero necesita seducirlas, el simulador original al que más se parece Alex es al personaje de Diego Peretti. Hasta que le toca proteger a una Juliette que le mueve el piso (aquí es el guionista de El guardaespaldas el que debería hacer juicio) y la cosa se complica. Más todavía teniendo en cuenta que el prometido (Anthony Lincoln, protagonista de la serie The Walking Dead) no da la impresión de ser el peor candidato posible, sino más bien todo lo contrario.
Hay un momento precioso en Rompecorazones. En la radio del convertible, mientras corren por una autopista de la Costa Azul, Alex pone “Wake Me Up Before You Go-Go”, de Wham, porque sabe que la chica es fan de ese grupo (sí, investigan los gustos de sus “blancos”, igual que Los simuladores). Como el tipo le cae cruzado, Juliette se muerde para no mostrar que se derrite. Pero el pop es más fuerte y ella no puede evitar tararear el tema, desviando el rostro para que el otro no la vea. La cámara, que está a su lado, sí la ve. En ese instante brevísimo, Vanessa Paradis se convierte en un ser refulgente (algo que no puede decirse que suceda en el resto de la película), haciendo unos encantadores mohínes de fan, reprimidos a medias. Allí, durante unos segundos, Rompecorazones entra como en estado de gracia. Pero enseguida la mecánica narrativa recupera el terreno perdido, y cuando eso sucede no hay gracia que valga.
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