CINE › ROBERTO ANGEL GOMEZ, DIRECTOR DE ALFREDO LI GOTTI, UNA PASION CINEFILA
El documental que se estrena hoy en el Malba narra la historia de vida de un coleccionista muy particular, ya que al contrario de la mayoría, este cinéfilo disfruta de compartir su material con los demás, al punto de que hizo una sala en su propia casa.
› Por Oscar Ranzani
Una vida dedicada al cine: ése podría ser el slogan de Alfredo Li Gotti, un veterano coleccionista que rompió los moldes de su pasión cuando decidió crear una sala en su propia casa para exhibir el material que iba adquiriendo. Con 85 años cumplidos, Li Gotti es un nombre ineludible en el coleccionismo de esta geografía. Todo comenzó cuando tenía tan solo 11 años y su tío le regaló un proyector. Así tuvo su primer acercamiento al séptimo arte, que luego cimentó yendo al cine los lunes, con su familia, a ver tres películas por día. Hasta que leyó en una revista que Enrique Bouchard vendía cine clásico. Y como Li Gotti siempre fue un
enamorado del cine francés e italiano, se tentó y así encaró sus primeras experiencias como coleccionista. Su anhelo de formar una colección importante lo llevó, incluso, a vender las alhajas familiares que tenía de recuerdo. Y finalmente, en 1988, Li Gotti logró abrir su propia sala, porque para este porteño “lo más importante es compartir las películas con la gente”, ya que cree que el cine “tiene que tener calor de público”. Este pensamiento en voz alta queda expresado en Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila, documental de Roberto Angel Gómez que se estrenará hoy en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) y el jueves de la semana próxima en el Cosmos-UBA (Corrientes 2046).
Gómez no conocía a Li Gotti antes de realizar su documental. Es más: lo conoció casi por casualidad. En una reunión de amigos, al cineasta le presentaron a la hija de Li Gotti, que le comentó lo que hacía su padre tanto como coleccionista como en su labor de divulgador cinematográfico. En ese momento, a Gómez le picó el bichito de hacer un corto. “Sin conocerlo a Alfredo, me pareció interesante como para hacer la película”, cuenta Gómez a Página/12. Pero cuando fue a su casa, vio la sala y asistió a una función totalmente alejada de la exhibición clásica, Goméz sintió “un impacto muy fuerte”. Después le realizó una entrevista en profundidad y Li Gotti le narró aspectos de su vida. “Empecé a ver que era un personaje muy rico, con una historia de vida muy interesante para contar, e inmediatamente vi que era inabarcable para un corto y me entusiasmé con la idea de hacer un largometraje”, confiesa el director.
Gómez también comenta la principal característica de Li Gotti: “Es alguien que tiene una colección que rompe con la lógica de la mayoría de los coleccionistas que son celosos de sus materiales, que no los exponen abiertamente. El tiene la actitud de querer compartir las funciones de cine, con una obsesión por la divulgación cinematográfica”.
–¿Para Li Gotti el cine no sólo debe entretener sino también educar?
–El difunde, a su entender, un cine que vale la pena desde el punto de vista artístico, con calidad. No tiene una visión de entretenimiento del cine sino más cultural y de formación.
–¿Su idea fue tomar la historia de Li Gotti para ampliarla hacia el mundo del coleccionismo?
–Claro. Cuando empecé a trabajar con el guión, partí de la idea de que no quería hacer una película muy cerrada al mundo de los fanáticos del cine, de los cinéfilos o de la gente muy entendida en la materia. Obviamente, esos elementos tenían que estar, no quería defraudar a un cinéfilo que fuera a ver la película porque se trata del mundo del cine y del coleccionismo. Pero al mismo tiempo, mi idea fue que se abriera a un segmento de público más amplio. Por eso es que traté de incorporar temas o subtemas que hacen a la vida personal de Alfredo y que son universales o generales: ciertos tópicos que él tiene de un porteño clásico, como ese culto de la amistad y el tango, cierto sentido del humor, su relación familiar, etcétera. En parte, me resultaba interesante mostrar a su familia y ver que ésta, de una u otra manera, siempre ha estado acompañando la locura que él tiene por el cine y que pudo generar eso dentro de su propio entorno.
–¿Qué sintió cuando entró a la sala donde Li Gotti proyecta las películas? ¿Qué diferencias encontró con una sala convencional?
–Por empezar, el espacio del afuera y del adentro, que es muy contrastante. Uno va por una calle de casas bajas y un barrio de lo más inesperado como Parque Patricios, en el límite con San Cristóbal. De pronto, uno va por un pasillo y entra en una dimensión absolutamente distinta, casi mágica. La sala es enorme, está llena de posters de películas, proyectores... Tiene una ambientación muy linda y un bar en la entrada. Está todo muy bien instalado. Las puertas son vaivén como en un cine. Tiene una cabina de proyección que le permite pasar tanto con cañón de video como en 16 milímetros. No esperaba encontrarme con un espacio tan grande y ambientado con ese clima. Y después, otra diferencia es la forma en que se dan las funciones porque la gente va muy distendida. Hay toda una relación de mucha camaradería. Y cuando termina la función no es que hay un debate intelectual sobre la película, se habla del film pero desde una manera más coloquial, tomando un café, en pequeños grupos.
–¿Y cómo observa la profesión del coleccionista con la incorporación de las nuevas tecnologías? ¿Contribuyen a mejorar el trabajo?
–En eso hay muchas contradicciones. Ellos mismos también tienen una postura ambigua en relación con eso. Por un lado, siguen enamorados del fílmico, esa cosa de tener el material, de poder tocarlo y olerlo. Es una cosa muy llamativa la atracción que tienen por eso. Y lo mismo con la ceremonia del proyector, el ruido y ese tipo de cosas. Y en general, tienen cierta aversión a esta cosa tan poco tangible de lo digital que es como más frío, el material no huele, casi no se lo puede tocar. Pero es contradictorio porque, por un lado, los nuevos formatos permitieron encontrarse con material que muchos de ellos jamás pensaban que iban a poder hallar. Al mismo tiempo, siguen prefiriendo el fílmico porque tiene una mayor profundidad de campo y una serie de características visuales que son superiores todavía a los formatos de video. Siempre hay una relación ambigua porque, a la vez, todos tienen DVD. Alfredo mismo proyecta películas con el cañón de DVD. Y también está muy contento de encontrar cosas en DVD que de otra manera serían inhallables.
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