CINE › PRIMER ENCUENTRO DE CINE ARABE EN LA ARGENTINA
El encuentro, que se desarrolla en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont con entrada gratuita, ayuda a conocer la compleja problemática del mundo árabe a través de cinco largometrajes e igual cantidad de cortos de Egipto, Túnez, Marruecos y Líbano.
› Por Oscar Ranzani
En un momento en que la vida política del mundo árabe ocupa centenares de páginas de diarios de todo el mundo y mantiene en vilo a la comunidad internacional por el futuro inmediato, el cine puede transformarse en una poderosa herramienta para dar cuenta de los cambios. Poco es lo que se conoce del Séptimo Arte de aquellas lejanas geografías y menos aún lo que están reflejando los realizadores de Medio Oriente en una época de transformaciones tan históricas como necesarias. Por eso, el Primer Encuentro de Cine Arabe en la Argentina, que se está desarrollando en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635), es una buena oportunidad para conocer cinco largometrajes e igual cantidad de cortos de Egipto, Túnez, Marruecos y Líbano, entre otros países. Organizada por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y el Doha Films Institute de Qatar, la muestra traza un panorama sintético de las producciones de estos países, algunos de los cuales están viviendo períodos de transición hacia la democracia. El ciclo comenzó el jueves pasado y se desarrollará hasta el miércoles próximo, con entrada gratuita. Página/12 reunió a tres directores y un productor para que comenten el material que están ofreciendo al público argentino, pero también para conocer sus opiniones sobre la coyuntura de la región árabe en boca de quienes la viven de forma directa.
Mourad Ben Cheikh es un director tunecino que, luego de la Revolución de los Jazmines que logró voltear al gobierno de Ben Alí tras 23 años en el poder, decidió realizar el documental No más miedo, que integró la Selección Oficial de la última edición del Festival de Cannes. A través del testimonio de algunos tunecinos, el film permite conocer el proceso de cambio sociopolítico que está viviendo este país árabe. Al comienzo de la entrevista, Ben Cheikh aclara que el término “Revolución de los Jazmines” no les gusta a los ciudadanos de su país. “Los franceses le pusieron ese nombre. Y los tunecinos dicen que, en realidad, fue la Revolución de la Nobleza. Lo más importante son la nobleza y la dignidad de la gente. Cualquier pueblo consideraría lógico lo que pedían los tunecinos cuando se produjeron las manifestaciones en mi país: dignidad, trabajo y libertad”, comenta en la entrevista con Página/12. El cineasta agrega que este documental “discrepa con todas mis otras películas”. Se refiere al modo de encararlo, ya que generalmente se toma unos meses para pensar una idea posible para una película. Y no fue éste el caso. “Cuando el dictador Ben Alí huyó de Túnez, en un tiempo que insumió cuatro meses, yo sentí mi nacionalidad y me comprometí a poner en una película la realidad de mi país. Empecé sin ninguna idea, pero al ver la realidad tuve una visión muy clara y pensé en la idea de cómo solucionar el tema del miedo y cómo terminar con él. A raíz de lo que pasó en Túnez fue posible extraer el temor del corazón”, asegura Ben Cheikh.
El director confiesa que el pueblo tunecino tenía miedo “porque estaba el sistema dictatorial que presionaba mucho y el arma mayor que tiene la dictadura es la capacidad de generar miedo en la gente”. Y a través de una frase simbólica, es capaz de señalar la esencia de la rebelión en Túnez: “Mucho temor mata al temor. Y entonces eso produjo una rebelión a la dictadura. La presión que ejerció la dictadura sobre la gente llegó a tal punto que tanto temor y tanta perturbación la llevaron a que estallara y produjera la revolución. Fue un resultado de eso”. ¿Por qué tardó tanto tiempo el pueblo tunecino en reaccionar? Ben Cheikh sostiene: “Si hacemos una comparación entre el pueblo tunecino y el libio, el egipcio o el marroquí, puede decirse que Túnez tenía un buen pasar. Había posibilidades de estudiar, de tener un buen sistema de salud, y los ciudadanos podían, poco a poco, seguir avanzando, progresando. Cuando llegó un momento en que esto fue imposible, los tunecinos dijeron que no, que no podía ser”, subraya el cineasta. Por otro lado, “llegamos a un límite. Por ejemplo, la familia del presidente dominaba toda la economía y el dinero de Túnez. Entonces, Túnez dijo que no. Cuando todos los tunecinos se vieron perjudicados (desde el más pobre hasta el más rico), se hizo imposible que ese gobierno siguiera en el poder”. Y este director cree que Ben Alí no tenía nivel popular. “El nivel del pueblo era más alto que el de él, no sólo el cultural sino también el humano. El pueblo sintió amor por su país. El no tenía esas cualidades.”
Resulta fácil enumerar algunas de las necesidades políticas más inmediatas en la región árabe, como la recuperación de las libertades civiles, el combate a la corrupción, la necesidad de una Justicia independiente y la búsqueda de la libertad de expresión. A la hora de establecer prioridades, Ben Cheikh comenta: “Cada uno de estos aspectos va junto con los demás porque la libertad de expresión no puede darse si el ciudadano no es libre. Si el ciudadano no tiene la posibilidad de negarse o de hacer algo, no hay libertad de expresión. Al mismo tiempo, la libertad de los medios periodísticos tiene una importancia relevante. Salimos de cincuenta años en los que no hubo libertad de expresión. Si el periodismo es libre y puede dedicarse a las cosas importantes puede ser un defensor de las libertades de otras personas o puede empujar a que los demás busquen sus libertades”.
Así es considerado El Cairo. Y el productor egipcio Hossam Alwan tiene su fundamentación al respecto: “La capital de Egipto fue uno de los primeros lugares que tuvo estudios de filmación en la región y, en consecuencia, brindó muchas posibilidades de hacer películas. Otro motivo es que el dialecto egipcio es el más común y reconocido en todos los países árabes. Cuando se hace una película en Egipto todos los países árabes la ven y la entienden. Por eso se considera que es el Hollywood de Medio Oriente”, explica Alwan, productor de Hawi, film dirigido por el también egipcio Ibrahim El Batout, quien construyó una historia de ficción que transcurre en Alejandría. “La película gira alrededor de José, un personaje que estuvo prisionero en la cárcel por motivos políticos. El salió de la celda antes de la revolución. De ahí en más, empezó a entrevistarse con distintas personalidades que estuvieron también en prisión por motivos políticos. Nosotros vamos mostrando esas personalidades”, explica Alwan.
Inevitable es la pregunta acerca de la rebelión en Egipto que terminó derrocando al gobierno de Hosni Mubarak, después de casi treinta años en el poder. Alwan, sin embargo, no se enfervoriza. “Lamentablemente, hasta este momento, seguimos todavía bajo aspectos del régimen de Mubarak. El fundamentó una organización de corrupción. Y estos corruptos todavía siguen teniendo un lugar dentro de la sociedad egipcia. Pero tenemos la esperanza de alcanzar el resultado que quiere esta revolución”, se ilusiona el productor. A la hora de definir el gobierno de Mubarak, Alwan no duda en calificarlo como “un sistema corrupto y dictatorial”. Y lo fundamenta de la siguiente manera: “El sembró no solo el terror sino también la corrupción. El ciudadano común sabía que Mubarak protagonizaba estos hechos de corrupción para poder continuar en el poder. Se rodeó de gente de su confianza y no de gente que fuera idónea para solucionar los problemas de Estado. Poco a poco, los ciudadanos fueron perdiendo sus derechos y el sistema de Mubarak se apropió de todas las riquezas del país”. El productor explica que la caída del gobierno de Mubarak no marca de por sí el fin del régimen en Egipto sino que hay otras necesidades para construir un verdadero sistema democrático. “Queremos tener instituciones formales. Tenemos que pensar más seriamente sobre las funciones de estas instituciones, confiar más en la gente que tiene el talento y la capacidad para llevar el país adelante. Si empezamos ahora a formar las instituciones, vamos a llegar pronto a la democracia. Tal vez en unos años la tengamos”, confía Alwan.
Mahmoud Kaabour es libanés pero estudió cine en Canadá. Vino a la Argentina a presentar su film Abuela, mil veces, donde, a través del relato de las vivencias de su abuela, puede entenderse, en parte, cómo es la vida en Beirut. “Es una película que ha estado conmigo desde hace al menos diez años”, admite Kaabour. Y relata que antes de irse a estudiar a Canadá, “robó” un casete de la habitación de su abuela, que tenía grabaciones musicales de su abuelo que era violinista y que murió en 1989. “La película muestra cuando este año yo fui de nuevo a la casa de mi abuela, le mostré el casete que había robado y la puse a escuchar la música de su marido que hacía más de 25 años que ella no escuchaba”, explica el cineasta libanés. Y agrega que su film muestra aspectos muy tradicionales de Beirut “que ahora se están perdiendo, como por ejemplo una mujer que se la pasa de la mañana a la noche hablando en el balcón con sus vecinos sin necesidad de usar un teléfono. Mientras tanto, Beirut se convirtió en una ciudad muy cosmopolita y, de esta manera, la ciudad avanzó, mucha gente falleció y ella se encuentra sola en una ciudad que ha cambiado”.
Kaabour asegura que Líbano es el país más interesante en cuanto a cine que tiene Medio Oriente. “Todas nuestras películas se han exhibido en festivales internacionales, tienen muchísima audiencia. Sin embargo, no tenemos una producción industrializada. El resultado de todas estas películas es producto del esfuerzo de muchos talentosos que se juntan en una especie de cooperación mutua. Túnez y Egipto tienen industrias cinematográficas bastante grandes, pero las películas libanesas van a Tribeca, Cannes, incluso a los Oscar.” Pero reconoce que no hay estímulo por parte del Estado para las nuevas generaciones de cineastas.
En cuanto al momento histórico que está viviendo el mundo árabe, Kaabour señala que “algunos lo ven como un problema y otros como una solución. Por muchos años, la sociedad ha sido muy estática porque nada se movía. Los dictadores hacían eso para mantener el statu quo. Pero hoy en día, la mayoría de la población árabe tiene entre 17 y 30 años. Entonces, lo que está pasando ahora es una revolución con protagonismo de los jóvenes. Es como un estómago que está enfermo y que está dejando salir todo, pero no sabemos qué va a pasar después. Uno de los mayores problemas es la ausencia de líderes que prometan sacar esto adelante”. En relación con los aspectos positivos y negativos de lo que está sucediendo en el mundo árabe, el cineasta libanés comenta que “lo positivo es que la gente ha revivido con todo esto, y que colectivamente han dejado sus cuestiones personales a un lado para darse cuenta de que esto viene de un problema de liderazgo desde arriba. Y eso es un signo de vida. Con estos cambios podemos hacer muchas producciones vibrantes que demuestren todos estos sentimientos. En cuanto a lo negativo, si miramos países de millones de personas como Túnez o Egipto, puedo decir que estamos muy preocupados por quién va a poner control y asegurar la supervivencia para tantas personas con tantos años de turbulencias”.
¿Qué perspectivas de futuro imagina para la región después de las rebeliones? “Esto no es una pelea de religión ni de ideologías y todo el mundo puede verlo –considera Kaabour–. Esta es una pelea por las necesidades básicas de los seres humanos que en el resto del mundo están reflejadas a través de los derechos humanos que garantizan libertad de opinión, una economía suficiente y valoran al ser humano más que como un simple número.” Su colega marroquí Nassim Abassi (que presentó el film Majid sobre un niño pobre que es despreciado por la sociedad marroquí), discrepa con la formulación de la pregunta: “No podemos hablar de los países árabes como una entidad. Hay mucha diversidad en cuanto a cultura y situaciones. Yo puedo hablar en especial de Marruecos, mi país: tuvimos durante doscientos años la misma familia en el reinado. Lo que pasa actualmente en Marruecos es diferente a lo que está sucediendo en los demás países árabes. Nosotros no tenemos soldados en las calles disparándole a la gente. La gente sale a la calle y pide por cambios, que termine la corrupción. No están pidiendo que cambie el rey o el sistema político sino que se termine la corrupción”, explica Abbasi.
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