CINE › EL COMIENZO DE LA 59ª EDICIóN DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE SAN SEBASTIáN
Intruders, la película del español Juan Carlos Fresnadillo sobre terrores infantiles, fue la apertura oficial. Pero todos se quedaron hablando de George Harrison: Living in a Material World, impecable documental de Martin Scorsese, festín de tres horas y media.
› Por Horacio Bernades
Desde San Sebastián
Inaugurar un festival español de proyección global con una coproducción internacional dirigida por un nativo, hablada a medias en inglés y castellano, parece caer como anillo al dedo. El anillo es Intruders, es una coproducción de la Universal con compañías británicas y españolas, la dirige el canario Juan Carlos Fresnadillo y la protagoniza un seleccionado que encabezan el inglés Clive Owen, la madrileña Pilar López de Ayala, el alemán Daniel Brühl y, faltaba más, Héctor Alterio, en una única escena. Parece también bastante lógico que en su primer año como director general de San Sebastián, José Luis Rebordinos haga arrancar la 59ª edición del festival con un thriller de suspenso y terror psicológico. Es que hasta antes de asumir su flamante cargo, Rebordinos dirigió, durante años, el Festival de Cine Fantástico y de Terror que se celebra en esta ciudad.
“La idea es alternar proyectos más personales con otros más industriales”, señaló Fresnadillo en la conferencia de prensa posterior a la primera proyección de Intruders. Como sus compatriotas Rodrigo Cortés (director de Enterrado), Gonzalo López-Gallego (Apollo 18) y Juan Antonio Bayona (realizador de El orfanato, que en meses más estrena una con Ewan McGregor y Naomi Watts), Fresnadillo se desenvuelve con fluidez en la lingua franca cinematográfica. Diez años atrás dirigió a Max Von Sydow, Eusebio Poncela y Leonardo Sbaraglia en Intacto, intrincado juego narrativo que en Argentina se conoció en DVD. Más cerca en el tiempo, cambió el castellano por el inglés, en 28 semanas después, segunda parte de la saga de zombies virales Exterminio. Ahora da un paso más con Intruders, a la que por muy industrial que parezca Fresnadillo considera, paradójicamente, entre esos proyectos a los que define como “personales”.
Lo personal de Intruders habrá que buscarlo en el origen. El guión, del que Fresnadillo no participó, gira alrededor de los terrores y pesadillas infantiles, transmitidos de generación en generación. En la conferencia de prensa, el realizador confió que él mismo los experimentó, gracias a secretos familiares pesados que su mamá tuvo a bien contarle. Narrada en dos tiempos cuya interrelación queda clara recién al final, las pesadillas de los pequeños protagonistas (un chico español, una chica inglesa) tienen que ver con una versión del Cuco que aquí tiene el nombre de Carahueca. Entre fantástica y real, la encapuchada figura de Carahueca busca el rostro que le falta, y sus favoritos para la donación son los pequeños. Si se categoriza al film como de terror psicológico es porque asocia al monstruo con la figura paterna, aunque a la larga los progenitores no salen tan mal parados. El papel de Alterio es el de una suerte de antipadre Karras, el de El exorcista: llamado por un cura más joven para resolver un caso de posesión, el veterano sacerdote prefiere pensar que no hay demonio de por medio, sino que la madre y el niño están de atar.
Un acontecimiento infinitamente mayor que Intruders representa la película que se exhibió a continuación, parte de Especiales Zabaltegui. Se trata de George Harrison: Living in a Material World, documental de tres horas y media en el que Martin Scorsese cuenta –como con la carrera de Bob Dylan en No Direction Home– la historia (casi) completa del Beatle silencioso. En los títulos de apertura no se lee “una película de Martin Scorsese” y es un gran acierto, porque que sea o no de Scorsese no importa. Lo que importa es que es una película sobre Harrison. Como en No Direction..., da la sensación de que Scorsese levantó hasta el último adoquín de Piccadilly Circus en busca de fotos, testimonios, filmaciones y grabaciones que permitieran reconstruir, más que la vida, la música y, con perdón por la palabra, el alma del hombre que, según dice George Martin, servía de puente entre las dos fuerzas motoras de Los Beatles. Aquel cuya bonhomía y disposición equilibraban la ira creativa de Lennon con la cultura del trabajo de McCartney.
Producida por la viuda de George, Olivia Harrison –que llega a Donostia mañana–, y con entrevistas a Eric Clapton, Martin, Phil Spector, Klaus Voorman, Yoko y –of course– Paul y Ringo, Living... documenta el paso por este mundo del autor de “Something” a partir del momento en que un compañero llamado McCartney lo invita a tocar en un grupo que todavía no era The Beatles, hasta ese otro momento en que una puta metástasis se llevó a George Harold Harrison, a los 58 años. Desde ya que está todo en esta trepidante cabalgata de medio siglo (que no montó Thelma Schoonmaker, mano derecha de Scorsese, sino David Tedeschi, que había hecho lo propio en No Direction Home y Shine a Light, documental sobre los Stones), desde las primeras fotos familiares hasta el momento exacto en que George firma en vivo, ante abogados, la separación de los Fabulosos Cuatro, desde el Maharishi Mahesh Yogi hasta los Travelling Willburys, desde sus incursiones en la Fórmula 1 hasta las de la producción cinematográfica.
Está la generosidad de Paul, que no tiene problema en reconocer que “And I Love Her” la habrá escrito él, pero el riff que la identifica lo inventó George. El testimonio de Yoko, cuando recuerda que fue George el que la instó a componer “Revolution Nº 9” con John y con él, por más que no fuera miembro del grupo. El buen humor de Ringo, que cuenta lo que de aquí en más deberá conocerse como el gag genial de “los amigos son los otros tres”. La alusión de Clapton al triángulo en carne viva que en los ’60 armaron con George y Pattie Boyd. El recuerdo de Terry Gilliam, que rodó con producción de Harrison La vida de Brian. El fabuloso álbum de fotos en blanco y negro de Astrid Kirchherr durante la estadía de los cuatro (que entonces eran cinco) en Hamburgo. George riéndose de sí mismo frente a una vieja toma de la tele. Y todo, pero todo lo que puede caber en 208 minutos de película. Algo emerge incólume y es la figura de un tipo que –a pesar de que se lo haya identificado con la melancolía– da toda la sensación de haber tenido una vida plena, sincera y feliz, en una granja del interior de Inglaterra, en una pista de Fórmula 1 o en un ashram de la India.
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