Vie 23.09.2011
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CINE › EL CINE ARGENTINO SE MUESTRA EN DONOSTIA

Con más calidad que cantidad

Los Marziano, de Ana Katz, se vio como parte de la Competencia Oficial y en la conferencia de prensa hubo quien comparó a Guillermo Francella con Woody Allen. Las acacias, de Pablo Giorgelli, que viene de llevarse la Palma de Oro en Cannes, se exhibió en Horizontes Latinos.

› Por Horacio Bernades

Desde San Sebastián

Hubo risas y aplausos durante la proyección de Los Marziano en San Sebastián.

Casi en tiempo de descuento, el cine argentino se muestra en Donostia. Como ya se comentó en un envío previo, este año el Festival de San Sebastián corrió hacia los últimos días el grueso de películas argentinas que se presentan en sus distintas secciones. Mañana termina esta 59ª edición y recién acaba de presentarse Los Marziano, única aspirante a la Concha de Oro por nuestro país. Al mismo tiempo, en la paralela Horizontes Latinos se sumaba la segunda de las películas argentinas programadas en esa sección competitiva, enteramente dedicada al cine latinoamericano. Después de Abrir puertas y ventanas, excelente ópera prima de Milagros Mumenthaler, que viene de ganar tres premios en Locarno, fue el turno de otra que porta su propia cocarda: Las acacias, de Pablo Giorgelli, Palma de Oro en Cannes. Los galardones previos hablan muy bien de ambas películas, aunque no tanto de sus perspectivas de sumar alguno más aquí: la tendencia festivalera va más por el lado de los descubrimientos que por el de las corroboraciones.

El director del Zinemaldia, José Luis Rebordinos, confió en un aparte: “Los Marziano es una película que nos gusta mucho; en cuanto la vimos la pedimos”. Risas durante la proyección de prensa y el aplauso del final hacen pensar que el público local coincide con el gusto de sus autoridades. Pero sólo en parte: las risas y aplausos no fueron tan sonoros como los que coronaron la proyección de Le Skylab, de Julie Delpy, por poner un ejemplo de otra comedia vista en competencia. Es que la de Delpy es una comedia directa, que a más de uno le recordó a cierto cine italiano y a este enviado a Esperando la carroza, aunque la de Ana Katz es más... marziana. Y el público de San Sebastián tiende a preferir las naves terrestres a los ovnis. ¿Que pasará con el jurado oficial? Ah, eso es siempre un misterio y habrá que esperar hasta mañana para enterarse.

De hecho, en la conferencia de prensa posterior a la proyección, Katz se vio obligada a aclarar, ante una pregunta que más parecía una acusación: “No creo que la película no tenga ritmo; en tal caso tiene su propio ritmo”. Ese fue el único momento más o menos incómodo que la realizadora de Los Marziano debió afrontar en la sala de conferencias del Kursaal, donde estuvo flanqueada por Guillermo Francella, Arturo Puig, Mercedes Morán y el productor Matías Mosteirin. Pero no fue el único más o menos surrealista: hubo quien vio en Francella a un discípulo de Woody Allen. Y a la propia película también, de paso, basado en que los títulos finales, en sobrias letras blancas sobre fondo negro, le hacían recordar a los de Woody. En un clima amable y comedido, el resto fue de rigor: la pregunta a Francella sobre si le gustaría filmar en España, a los actores y la directora sobre cómo construyeron los personajes, a Katz sobre cómo se le ocurrió la idea de la película, y así. Menciones a Wes Anderson no hubo.

Junto con Los Marziano, en Competencia Oficial se presentaron la portuguesa Sangue do meu sangue y la estadounidense Rampart. Sangue... es el séptimo film de ficción del nativo de Porto João Canijo, de quien en el Bafici del año pasado pudo verse el documental Fantasía lusitana. Con dos horas veinte de duración, se centra en una familia lisboeta de clase media baja, que de modo pausado pero inexorable se desliza del drama realista a la tragedia lisa y llana. En su primera parte, la película de Canijo reelabora, con la mayor depuración de puesta en escena, lo que podría llamarse “costumbrismo social-familiar”. A partir del momento en que se devela un incesto consumado, se zambulle decididamente en la tragedia griega, incluyendo muertes, sacrificios y una completa transfiguración familiar, por vía del dolor. Aunque en conferencia de prensa el realizador y sus intérpretes dijeron haberla construido de modo colectivo, Sangue... es una de esas películas en las que no hay rincón del plano, movimiento de cámara, plano secuencia o corte de montaje que no respondan a un dispositivo de puesta en escena del más alto y sofisticado control. Esa sofisticación produce tanta fascinación como distanciamiento: se trata de una puesta demasiado refinada para reflejar un ambiente y unos personajes que tienen poco de ello.

Segundo policial de la competencia, Rampart cuenta con coguionista de lujo: James Ellroy, el nombre más alto de la novela negrísima contemporánea. El problema es que aquí Ellroy no hace mucho más que regurgitar tramas anteriores, con un maldito policía de Los Angeles (la película es prácticamente una remake wasp de la película de Abel Ferrara), en un descenso a los infiernos que lo lleva del abuso, la brutalidad, el machismo y el gatillo fácil hasta la degradación y el autoaniquilamiento. La ambigüedad del punto de vista (los políticos y autoridades resultan más condenables que el monstruo protagónico), la acumulación de subtramas y la obsesión con el crimen de Rodney King son Ellroy puro. Pero en forma de borrador o repaso apurado. Con Woody Harrelson sometido a una extenuante maratón de excesos y un elenco en el que se cuentan desde Sigourney Weaver hasta Ned Beatty, pasando por Steve Buscemi, Robin Wright y Anne Heche, Rampart parece demasiado poco para tanto nombre. Demasiado poco para un festival clase A, también.

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