CINE › ESTA NOCHE SE ENTREGAN LOS PREMIOS EN EL DONOSTIA ZINEMALDIA
El estreno más trascendente de ayer en la Competencia Oficial fue el de Las razones del corazón, del mexicano Arturo Ripstein, quien volvió a estar a la altura de su historia. También se vieron Americano, del francés Matthieu Demy, y Adikos kosmos, del griego Filippos Tsitos.
› Por Horacio Bernades
Desde San Sebastián
Las bolsas se derrumban en el mundo entero, Grecia no da signos de recuperación, acá en España la desocupación crece hasta el 22 por ciento y recortan beneficios a la educación y el seguro médico. Ayer en San Sebastián hubo paro de los empleados de hoteles y además a un tipo le cortaron una oreja, a otro se le patinó el dedo sobre el gatillo y mató a uno, una mujer toma pastillas y acaba con su vida. Aunque es verdad que, salvando lo del paro hotelero, todo esto último ocurrió sólo en el cine. Pero eso no lo vuelve menos preocupante. Lo de la oreja sucede en Americano, lo del gatillo en Adikos kosmos y lo de la señora suicida en Las razones del corazón, las tres últimas películas presentadas en Competencia Oficial. Si el de ayer fue un día negro, hoy es día de Conchas: en su gala nocturna, el Donostia Zinemaldia anunciará su premiación.
De las tres últimas películas a concurso, el respeto por las firmas impone empezar por la última mencionada, que es la más nueva de Arturo Ripstein. Desde hacía cinco años que el realizador mexicano no filmaba, y más tiempo desde que no filmaba algo que estuviera a la altura de su nombre. Versión libre de Madame Bovary, escrita como de costumbre por su pareja y brazo derecho Paz Alicia Garciadiego, Las razones del corazón es un “Ripstein auténtico”. Es altamente significativo que Ripstein y Garciadiego hayan elegido iniciar su versión de la novela de Flaubert –trasladada al DF contemporáneo, pero al que el blanco y negro hace parecer casi de los años ’50– en el momento en que su amante abandona a la protagonista. Al realizador y su guionista no les interesa tanto el momento del enamoramiento como el del desengaño, punto de partida de la inexorable barranca abajo, propia de todo film de Ripstein. Desde ya que el blanco y negro –empastado, borroso, digital– le sirve al realizador para acentuar el clima depresivo en el que esta Emma/Emilia aparece empantanada, desde incluso antes de que la película empiece.
Todas las marcas del autor de Profundo carmesí aparecen aquí: el fatalismo, el halo trágico, las relaciones de posesión, humillación y sometimiento, el encierro, los diálogos coloridos y lapidarios, no tanto esta vez los travellings de amplio recorrido. “Cuando mi amor se derrama, ahoga todo lo que tiene alrededor”, le dice Emilia a su amante, un vecino saxofonista al que interpreta Vladimir Cruz, coprotagonista de Fresa y chocolate. Como el de su antepasada francesa, el de Emilia es puro amour fou. El muchacho la echa de su departamento, le grita que no la soporta, le cierra la puerta en la cara, y mientras todo eso sucede Emilia lo besa, le repite cuánto lo ama, le regala un par de zapatos nuevos. “La vida es así, hay que soportarla”, intenta convencerla su marido que, como en la novela de Flaubert, es la representación misma del conformismo y la norma. Y Emilia no sabe qué hacer con todo el amor que se le derrama.
En los films canónicos de Ripstein (Mentiras piadosas, Principio y fin, La reina de la noche), los grandes movimientos de cámara proporcionaban una dinámica interna que iba en contra de la falta de movimiento dramático de unas historias que empezaban mal, seguían mal y terminaban mal. Una verdadera apoteosis del encierro (la protagonista no sale del edificio donde vive en toda la película) y con una actuación fabulosa de la hasta aquí desconocida Aracelia Ramírez, Las razones del corazón ya no muestra ese ímpetu, acentuándose la sensación de “pozo” que embarga las dos horas diez de metraje. De pozo y de teatro filmado: al diluirse aquella construcción de un espacio específicamente cinematográfico, los diálogos de Garciadiego, tan literarios como siempre, suenan ahora, por largos pasajes, leídos hasta la última coma. O recitados.
En un mundo derrumbado transcurre también el film griego Adikos kosmos, traducido aquí como Mundo injusto. El protagonista es un policía que, como el de la rumana Policía, adjetivo, se harta de hacer caer el peso de la (in)justicia sobre los más débiles de la sociedad. Presenta su dimisión, intenta ayudar a un acusado que termina traicionándolo, se mete en un embrollo de dinero, percibe en una gris mujer de la limpieza a un alma gemela, mata a un vigilante de seguridad porque “mi dedo apretó el gatillo”. Iluminada en clave baja, con planos fijos sobre actores que se quedan paralizados como liebres en la noche y un humor latente pero apenas ocasional, la película de Filippos Tsitos parece un Kaurismäki estirado (a dos horas), a la que le pasó un tren por encima. Un tren llamado euro, tal vez, teniendo en cuenta el origen.
Filmada casi enteramente entre Los Angeles y Tijuana, llena de referencias a los films de su padre, Americano, de Matthieu Demy, tal vez haya sido incluida en Competencia Internacional como nota al pie de la retrospectiva Jacques Demy, que tuvo lugar durante esta edición de San Sebastián. Mejor actor que director y guionista, el hijo de Jacques se pasa la película como aturdido, debiendo hacerse cargo del cadáver de la mamá y cayendo como un chorlito ante la stripper Salma Hayek, que con su peluca color granadina tal vez sea el único elemento llamativo de este malentendido cinematográfico. Y ahora, a por las Conchas.
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