CINE › FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA
Durante el fin de semana se vieron las películas más recientes de Kim Ki-duk, Bruno Dumont, Philippe Garrel, Chantal Akerman y Sono Sion, además de varias de Berlanga, Alex Cox y Raymundo Gleyzer. La Competencia Internacional arrancó con ¡Vivan las antípodas!, del ruso Victor Kossakovsky, y Graba, del argentino Sergio Mazza.
› Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Tras los discursos oficiales y el gracioso número del Chino Amado sobre el escenario del Auditorium ("se suspendió la conferencia de prensa en la que Juan José Campanella iba a explicar por enésima vez cómo filmó el plano secuencia de El secreto de sus ojos", advirtió), la 26ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata inició su marcha, que dada la cantidad de funciones diarias es a todo vapor. Basta con mencionar que durante el fin de semana se vieron las películas más recientes de Kim Ki-duk, Bruno Dumont, Philippe Garrel, Chantal Akerman y Sono Sion, además de varias de Berlanga, Alex Cox y Raymundo Gleyzer, para comprender que esa marcha forzada es de nivel. Al mismo tiempo se iniciaban las tres competencias oficiales del festival. La Competencia Internacional lo hizo con ¡Vivan las antípodas!, del ruso Victor Kossakovsky, y Graba, del argentino Sergio Mazza, mientras que Diablo y Nosotras sin mamá inauguraron la Competencia Argentina. La Competencia Latinoamericana lo hizo, por su parte, con la colombiana Porfirio y la mexicana El velador.
Victor Kossakovsky tuvo la idea de filmar una película sobre los antípodas terrestres diez años atrás, cuando estuvo en la Argentina como invitado del Bafici. Fuera de la ciudad por unos días, el hombre fue a parar a Entre Ríos, donde al ver a alguien pescando se preguntó hasta dónde llegaría la caña si en lugar de un par de metros midiera miles y miles de kilómetros. Globo terrestre mediante, comprobó que llegaría hasta Shanghai. Entre Ríos y Shanghai son dos de los sitios donde Kossakovsky filmó finalmente ¡Vivan las antípodas!, cuyo carácter atípico queda claro ante la cita de Lewis Carroll que le sirve de acápite. Coproducida por el Incaa y con la argentina Gema Juárez Allen como productora ejecutiva, el de Kossakovsky es un film de gran cuidado visual y enorme belleza fotográfica. Lo cual lo pone, en ocasiones, al borde del decorativismo. Eso se ve agudizado por el hecho de que no siempre Kossakovsky logra transmitir interés dramático por aquello que filma. En varias localizaciones (la Patagonia chilena, el lago Baikal, Botswana o la zona de Miraflores, en España) todo el interés de ¡Vivan las antípodas! parecería de orden fotográfico. La excepción más notoria es el episodio entrerriano, el único donde aparecen verdaderos personajes dramáticos. Y qué personajes: se trata de dos gauchos que viven del cobro de peaje de un cochambroso puentecito perdido. Pero su principal actividad es contemplar la lontananza e intercambiar, entre mate y mate, las reflexiones más raras, mordaces y divertidas que se hayan oído en mucho tiempo. Hasta el punto dew que uno se pregunta si no hubiera tenido más jugo filmar a estos gauchos dadaístas que las ocho antípodas terrestres que Kossakovsky eligió como tema.
Tercera película de Sergio Mazza, Graba no se parece mucho a El amarillo y Gallero, sus dos películas anteriores. Mientras que aquéllas eran de ambiente rural, esta transcurre enteramente en París, donde una Belén Blanco de reflejos rubios hace el papel de una inmigrante argentina. Floja de papeles, mientras gestiona un permiso de permanencia trabaja temporariamente en una hilandería y alquila una piecita en una casa de familia. El dueño de casa es un fotógrafo recién separado, para quien, cuando no esté en condiciones de seguir pagando el alquiler, María posará desnuda. En lo que la película de Mazza sí se parece a las anteriores es en su minimalismo estético y dramático. A partir de un guión limitado a las líneas básicas del relato, todo se juega aquí en la puesta en escena, y toda la puesta en escena gira alrededor de la protagonista. Callada, solitaria y con algún profundo dolor que, en algún momento se verá, no es sólo de inmigrante pobre sino de un orden mucho más íntimo, a María la rodea una frialdad que es tanto la de una ciudad poco hospitalaria como de sus habitantes. En particular su anfitrión, que ni en plena actividad fornicatoria se permitirá el más mínimo gesto de cariño. Planteada en largos planos secuencia, Graba (título de sentido indiscernible) descansa necesariamente sobre la omnipresencia de Belén Blanco, que entrega aquí la que es seguramente su más notable actuación hasta la fecha.
Difícil imaginar una película más opuesta a Graba que Diablo, ópera prima de Nicanor Loreti, que es crítico de cine y ex director de la revista La Cosa. Respondiendo a sus antecedentes, Diablo es una comedia deliberadamente pulp, con Juan Palomino como ex boxeador que carga en su conciencia con la muerte de un rival en el ring. Pero si hay alguna tortura en la película de Loreti no es la de la conciencia de Marcos Waisberg, a quien en sus buenos tiempos apodaban "El Inca del Sinaí", sino las de dos largas escenas de tormento físico, herederas tal vez de aquel corte de oreja, entre mórbido y divertido, de Perros de la calle. Película de trasnoche para ver en patota y festejar entre chorros de sangre, guiños cómplices y una buena dosis de absurdo, la muy buena resolución técnica de Diablo no disimula el hecho de tratarse de una nueva adición a un género --el de la "comedia tarantiniana"-- que ya lleva dos décadas reciclándose. Palomino tiene presencia, Sergio Boris y Luis Ziembrowski aprovechan sus papeles --el primero como cabeza-hueca parafinado y súbitamente anarco, el segundo como policía judío--, los efectos especiales lucen adecuados y la película sólo de a ratos parece liberarse de un carácter sucedáneo que por momentos da la impresión de pesarle demasiado.
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