CINE › COMIENZA LA 52ª EDICIóN DEL THESSALONIKI INTERNATIONAL FILM FESTIVAL
Este año, el encuentro cinematográfico griego se desarrolla con la influencia de una crisis terminal que trae recuerdos argentinos. “El arte nos permite reflexionar sobre valores más duraderos que la mera coyuntura política”, dice su director.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica
“¿Qué se puede hacer salvo ver películas?”, cantaría Charly García. El fin de semana el gobierno socialista de Giorgios Papandreu terminó de desmoronarse, en estas horas el Parlamento griego está buscando la fórmula de un precario gobierno de unidad nacional y la sombra del default y la desordenada salida del euro sigue amenazando al país con la ominosidad de un Golem. Pero en el Thessaloniki International Film Festival, el cine, por ahora, sigue su curso imperturbable, como esos buques de carga que apenas se distinguen detrás de la densa niebla que cubre casi eternamente la bahía de la ciudad, bañada por el melancólico Mar Egeo.
“No hay huelgas ni manifestaciones en el horizonte, pero nunca se sabe”, arriesga un taxista, dejando un amplio margen para la duda. Segunda ciudad griega después de Atenas, Tesalónica, ubicada al extremo norte del país, tiene una identidad más balcánica que mediterránea. Y el centro de las decisiones políticas que sacuden al país parece incluso más lejos que los 500 kilómetros que la separan de la capital. Mucho más distante aún parece Bruselas, donde se juega el destino económico y social de los casi 350 mil tesalónicos, una ciudad con una importante población universitaria que sigue colmando las salas del festival, como si pudiera llegar a ser el último.
Aunque ya hay algunas vidrieras con los primeros adornos navideños, el consumo parece haberse polarizado: hay locales –de ropa, de comida– que el año pasado estaban abiertos y ahora tienen las persianas bajas. Y los que permanecen en actividad ofrecen mercadería en oferta, bien recibida por los consumidores. En una conducta muy argentina, los griegos parecen decir: mejor comprar hoy lo que ya no voy a poder comprar mañana. La tensión se respira en la calle. Pintadas contra los bancos y la clase política, sobre la avenida Tsimiski, una de las principales de la ciudad, dan cuenta del descontento. “Lo del referéndum fue un bluff de Papandreu, que le salió mal”, analiza Yorgos, uno de los choferes del festival, estudiante universitario sin empleo fijo. “Nos quiso llevar al borde del precipicio para conseguir un voto de confianza, pero Sarkozy y Merkel le dijeron que se deje de jueguitos y así estamos.” Según estima el gobierno, la desocupación ronda el 15 por ciento, pero la gente de a pie, que busca trabajo todos los días, supone que trepa en verdad al 25 por ciento. “El empleo está precarizado, ya no hay un sueldo mínimo, te pueden ofrecer una cifra mucho más baja, porque somos muchos los que estamos detrás de los pocos puestos de trabajo”, se sincera Yorgos, para quien la oposición de derecha se está aprovechando cínicamente de la situación.
“Antes de Papandreu, el partido conservador Nueva Democracia estuvo cinco años en el gobierno y, por lo menos, son tan responsables como él de lo que está sucediendo. Pero ahora sólo buscan sacar ventaja para ganar en las elecciones anticipadas, dejando que el gobierno socialista cargue con todas las consecuencias de los cambios dramáticos que se vienen, con recortes y despidos en todas las áreas”, se lamenta Yorgos.
Mientras tanto, el Thessaloniki International Film Festival recuerda bastante a la edición del Bafici 2002, cuando la devaluación del peso, la inflación y la inestabilidad política pusieron al festival porteño contra las cuerdas, pero igualmente se terminó haciendo. “Estoy muy feliz, porque pudimos sobreponernos a numerosas dificultades, y conseguimos resultados que parecían impensados en esta circunstancia”, se enorgullece Dimitri Eipíades, el director del TIFF. La diferencia estriba, en todo caso, en que el Bafici se hizo cuatro meses después de la crisis terminal de diciembre 2001, mientras que ahora Thessaloniki –52 años después de su primera edición– está surfeando la ola en su momento más álgido. “Es ahora cuando el festival es más necesario que nunca”, enfatiza Eipíades, que conoció el Bafici justamente en su edición más crítica. “En circunstancias como ésta, de gran incertidumbre, el arte nos permite reflexionar sobre valores más duraderos que la mera coyuntura política.”
Hay algunos nervios en el staff, que delatan la preocupación de cualquier ciudadano ante la crisis (ayer la proyección de un programa dedicado al cine experimental se convirtió casi en un happening, debido a percances técnicos que fueron salvados de manera involuntariamente avant garde, con un proyector 16mm que terminó instalado en medio de la sala). Pero en líneas generales todo se de-sarrolla normalmente y el público responde con devoción, amor y paciencia.
Como sucede justamente desde que en aquel Bafici 2002 una delegación de Tesalónica (que incluía a Eipíades) se trajo para estas costas todo un programa de películas locales, creando algo que ya puede considerarse una tradición, el cine argentino sigue pisando fuerte en el festival griego. En Open Horizons, la sección oficial no competitiva, figuran tres de los grandes títulos del año del cine nacional, que han estado recorriendo el circuito de festivales y siguen recogiendo premios. En primer lugar, El estudiante, premiada tanto en el Bafici como en Locarno, viene a probar suerte ahora en una ciudad con mucho público universitario, donde seguramente el director Santiago Mitre va a encontrar amplio margen para el debate posterior a las proyecciones.
En Tesalónica también está Abrir puertas y ventanas, la ópera prima de Milagros Mumenthaler que en julio pasado se llevó el Leopardo de Oro de Locarno y ahora compite en el concurso oficial de Mar del Plata. Y el tercer hit argentino del año, Las acacias, participa asimismo del festival griego. Ganadora de la Cámara de Oro del Festival de Cannes (uno de los premios más importantes de la historia del cine argentino después de los Oscar), el debut como director del montajista Pablo Giorgelli llega a Tesalónica apenas unos días antes de su esperado estreno porteño, anunciado para el 24 de noviembre.
Finalmente, en competencia oficial, se presenta Porfirio, una coproducción entre Campo Cine (Argentina), Control Z Films (Uruguay), Carmelita (España) y Atopic (Francia), que tuvo su estreno oficial en mayo pasado en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y que acaba de presentarse el fin de semana pasado en Mar del Plata. Su director también es internacional: Alejandro Landes nació en San Pablo, Brasil, de padre ecuatoriano y madre colombiana, estudió cine en Miami y su primer largo, el documental Cocalero (2007), lo realizó en Bolivia, también con coproducción argentina. Aquí Landes no abandona del todo el registro documental, pero se cruza al campo de la ficción con la historia de Porfirio Ramírez, un hombre que quedó paralítico a causa de una bala perdida policial y que, en reclamo a una compensación que nunca llegó, intentó secuestrar un avión, en silla de ruedas y con pañales. De las retrospectivas, Thessaloniki ofrece mucho material afín al Bafici, como el foco dedicado a la directora indie estadounidense Sara Driver o el forum experimental, que este año tiene un subtítulo particularmente significativo: “El mito de la desaparición / La desaparición del mito”. Habrá que consultar al oráculo de Delfos sobre qué desaparecerá primero: si el mito o el euro.
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