CINE › BAFICI: ENTREVISTA AL REALIZADOR CHECO JAN SVANKMAJER
“Mi tema es la manera en que se manipula a los seres humanos”, dice el director, uno de los nombres a seguir con atención.
En un momento de la entrevista jugará con un papelito que hay sobre la mesa. Eso, que parece una frase corriente, tiene otro tamiz si se aplica a quien espera en la habitación desolada. En su mundo, decir que alguien va a “jugar” con algo es anticipar que va a interpretarlo, hacerlo vivir, indagar en su secreto. Se llama Jan Svankmajer, y si bien la noticia de que algunas de sus películas iban a presentarse en el Festival Internacional de Cine Independiente ya era un adelanto promisorio, este diario descubrió que el checo no es solamente director, animador, artista gráfico, escultor, diseñador, poeta y embajador internacional del surrealismo: también merece ser incluido dentro del selecto grupo de los últimos hechiceros.
Nacido en Praga en 1934, el tipito con pinta de enano de jardín y apellido de conjuro tiene una tranquilidad insólita para alguien convencido de que todas las cosas tienen vida. De hecho, en los cuatro largometrajes que trajo a Buenos Aires cada plano es un momento en el que el universo se expresó y alguien estuvo ahí para interpretarlo con alegría. Esa actitud ha sido la constante a lo largo de más de cuatro décadas de trabajo alrededor de una obra inclasificable, que incluye producciones en varios formatos y una enciclopedia bizarra cuya infinita trama invoca al Borges de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Una mirada retrospectiva de su obra invita a pensar que tanta creación quizá justifique cierta parquedad.
La sospecha desaparece cuando su voz entra con el apuro escabroso de la lengua checa: “Tal vez por haber sido siempre rebelde, conservo una presencia infantil en mi interior”, confiesa el entrevistado casi antes de las preguntas, dejando claro que quiere presentarse antes de empezar cualquier intercambio de ideas. “Eso –agrega– es bastante excepcional, ya que en general la sociedad logra neutralizar a los chicos.” Las primeras palabras lo pintan en su personalidad compleja: “Mi niño interno, en cambio, dialoga conmigo a diario, y mis charlas con él son para mí una de las premisas de la libertad”.
Svankmajer niño nació cuando la Segunda Guerra era una realidad de pavor y ruinas, y aún vive con Svankmajer viejo en las calles de Praga, esa ciudad que André Breton calificó como “La Ciudad de la Magia”. “Yo creo que si uno quiere luchar contra las cosas que lo disgustan debe hacerlo desde el lugar donde vive”, opinan el infante y el viejo, al mismo tiempo y por la misma boca.
–¿Contra qué lucha su cine en este momento?
–Pienso que la humanidad se encuentra en una crisis muy profunda que no va a cambiar con simples lavadas de cara, como la que se dio en mi país tras la caída del comunismo. Por eso, trato de no distraerme con problemas superficiales, y procuro ir directamente a las complicaciones de fondo. El siglo veinte demostró que tenemos que pensar en la libertad y el respeto humanos de manera urgente, y eso es lo que trato de hacer en los rodajes.
Svankmajer no acepta ser llamado artista. Para él hay simplemente obras que alguien hace y que otros interpretan desde su experiencia de vida. “Yo me dedico a las películas imaginativas”, comienza cuando se le pregunta de qué forma se relaciona su cine con el contexto social. “En verdad eso es hasta cierto punto una redundancia, porque ninguna película puede ser realista desde el momento en que selecciona ciertos hechos del mundo. Las historias de fantasía en las que decidí concentrarme aceptan eso, y trabajan con analogías y metáforas, tratando de ir más allá de lo inmediato”, continúa. Desde su punto de vista –que coincide con las inquietudes del grupo de surrealistas checos al que el realizador pertenece–, el realismo y la fantasía se diferenciarían en la profundidad con la que ahondan en la experiencia humana. “Lo que usualmente se llama realismo percibe las capas más superficiales de lo que pasa, y sus productos caducan con el tiempo.” Trabajar con imaginación y con otros sustratos profundos de la humanidad –como el erotismo y los sueños, que se mueven lentamente en el fondo de la esencia humana– garantiza, en cambio, cierta permanencia.
–Usted ha reconocido que encuentra en el cine un camino hacia la magia. ¿Cómo funciona esta búsqueda?
–La animación hace vivir objetos inertes. A nuestros antepasados les bastaba la magia para lograrlo. Yo trato de utilizar algunos dispositivos de nuestro tiempo con imaginación, para establecer esas relaciones con las cosas. En ese proceso, a veces hago películas que funcionan como armas para poner en duda los presupuestos del espectador y mostrarle a él (¡y a mí!) que el mundo puede ser distinto de lo que se piensa. Para eso, a veces necesito usar objetos que digan cosas. Por eso elijo elementos que tengan una historia, que hayan sido utilizados por personas, que me sugieran algo. Algo que la animación digital no permite, claro.
Cuando no está en la capital de su país, Svankmajer viaja a una enorme casa del siglo XVI que, ubicada en una zona montañosa de Bohemia, funciona como un centro de “cosas extrañas”, que no excluye al ocultismo ni la hechicería. Los que conocen ese lugar saben lo corto que le queda al checo el mote de cineasta. Ahí guarda máquinas, textos, esculturas. “Es un lugar de libertad. Aunque ahora que mi esposa ha muerto estoy un poco despistado con todas esas habitaciones”, reconoce. Basta un segundo de tristeza para que –ahora sí– el papelito se ponga a jugar entre sus dedos y dé envión a unas pocas últimas palabras que pueden traducirse como la síntesis de todo un proyecto existencial. “El problema de la libertad atraviesa mi trabajo, porque lo que más me asusta del presente es la manera en que se manipula a los seres humanos. Ese es mi tema central.”
Informe: Facundo García.
* El Bafici ofrece tres películas de Svankmajer. Conspirators of Pleasure irá el sábado 22 a las 17.15; Faust, el sábado a las 14.30 y el domingo a las 17.30; Lunacy, el domingo a las 21. Todas en el Hoyts Abasto.
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