CINE › EL PREMIO, DE PAULA MARKOVITCH, EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
Criada en San Clemente del Tuyú y radicada en México, la directora recurrió a sus memorias de infancia, en tiempos de la dictadura militar, para escribir la historia de esta película que acaba de debutar en la Competencia Internacional.
› Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
“Estoy muy emocionada de presentar la película aquí, porque lo que cuento en ella transcurre acá nomás, a 200 km”, dijo Paula Markovitch en el escenario del cine Ambassador y no pudo seguir hablando. Criada en San Clemente del Tuyú y radicada en México, Markovitch recurrió a sus memorias de infancia, en tiempos de dictadura militar, para escribir la historia de El premio, que en febrero pasado se presentó en la Berlinale (donde ganó dos premios a la contribución artística) y ahora acaba de debutar en la Competencia Internacional de Mar del Plata, con una versión que incluye un final distinto. Lo raro es que habiéndola filmado en San Clemente, con elenco íntegramente argentino, Markovitch no haya conseguido coproductor local para su película: El premio es una coproducción entre México, Francia, Polonia y Alemania. Es de esperar, sí, que al menos consiga distribuidor. Como quedó demostrado en las proyecciones de ayer en Mar del Plata, la suya es una de esas películas que pegan en el plexo. El premio no es, por cierto (y por suerte), el único film latinoamericano valioso que se presenta por estos días en Mar del Plata: conviene prestarle atención también al poderoso documental El lugar más pequeño, de la salvadoreña Tatiana Huezo Sánchez.
En la charla posterior a la proyección, Markovitch aclaró que lo autobiográfico de El premio es lo que tiene que ver con los recuerdos de infancia, aunque no lo estrictamente relacionado con los padres de la protagonista. En la película, la pequeña Cecilia Edelstein (la debutante Paula Galinelli Hertzog, extraordinaria) llega a una ciudad de la costa argentina junto con su madre, en tiempos de dictadura. Consiguen un alojamiento muy precario sobre la playa, Cecilia comienza a ir a una escuela de la zona y allá por mediados de año se presenta a un concurso de redacción que las fuerzas armadas organizan para el Día de la Bandera, en el que palabras como “heroísmo”, “libertad” y “ejército” son clave. Algo pasó con el papá de Cecilia en Buenos Aires y su madre no está dispuesta a dejarla participar de ese concurso. Más allá de la fabulosa actuación de Paula Galinelli Hertzog (candidata número 1, hasta aquí, al Astor a Mejor Actriz), así como la de la chica que hace de su mejor amiga, lo que logra Markovitch en El premio es darle a un tema súper transitado un ángulo propio y personal. Claramente dividida en dos mitades, en la primera la realizadora (autora, en México, de los guiones de Temporada de patos y Lake Tahoe) se concentra tanto en el mundo infantil como en las adversas condiciones de vida de Cecilia y su mamá. A partir del momento en que un sargento se aparece en la escuela surgen el suspenso, la paranoia y un enfrentamiento madre/hija que se corona en una gran escena de pelea. “Lo peor de las dictaduras es que hacen que la gente se traicione a sí misma”, dijo la realizadora sobre el escenario del Ambassador.
Como Markovitch, la salvadoreña Tatiana Huezo Sánchez también estuvo radicada en México, regresando a su país para filmar su ópera prima, El lugar más pequeño. Alumna de la carrera de Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, la sofisticación que caracteriza a esa escuela se hace ver en El lugar más pequeño. Huezo Sánchez reconstruye la represión desatada por las fuerzas armadas salvadoreñas sobre los miembros del Frente Farabundo Martí a fines de los ’70/comienzos de los ’80. Represión que dejó como saldo no sólo 80 mil muertos, sino el arrasamiento de pueblos enteros, que terminaron desapareciendo. Uno de esos pueblos es Cinquera, en medio de la selva, y allí es donde la realizadora se instala con su cámara, conviviendo con quienes sobrevivieron, emigraron y volvieron, volviendo a levantarlo en su antiguo emplazamiento. Huezo Sánchez reconstruye la guerra a través de los recuerdos de quienes participaron en ella, armas en mano, o sufrieron la pérdida de familiares, amigos y vecinos. No lo hace con declaraciones a cámara sino con sus voces en off. Es una gran decisión, no sólo porque le permite evitar un cliché de los documentales, sino aprovechar la notable capacidad de los vecinos de Cinquera para la narración oral y la música de las palabras. Sobre esa polifonía del off, Huezo Sánchez registra, con gran sensibilidad visual, los espacios del pueblo y la selva, incluyendo una notable escena en unas grutas que treinta años atrás sirvieron de refugio a los fugitivos. Ganadora del festival Visions du Réel de Nyon –uno de los más prestigiosos del campo documental–, El lugar más pequeño es una de las películas más destacadas, de las presentadas hasta el momento en la Competencia Latinoamericana de Mar del Plata.
En Competencia Internacional se presenta L’exercise de l’état, dirigida por el francés Pierre Schoeller y producida por los hermanos Dardenne. Con Olivier Gourmet, actor fetiche de estos últimos, en el papel de ministro de Transportes (tan extraordinario como siempre, o quizá más que nunca), L’exercise de l’état estudia lo que su título indica: el ejercicio del poder más alto, en una nación con mucho poder. Concentrada en unos pocos días, pero sumamente abarcativa y hasta dispersiva en términos dramáticos, la película de Schoeller es la política desde su propio riñón, al compás de los acontecimientos. Los acontecimientos se suceden de forma tan vertiginosa y tensa como en un thriller, aunque la película no lo sea. Un grave accidente en una ruta pone en riesgo la cabeza del ministro, que de allí en más intentará surfear presiones, jugadas e intrigas... con un arsenal de presiones, jugadas e intrigas de su parte. Todo ello, en el marco de la batalla entre privatizadores y estatistas dentro del centroderecha francés, con los indignados en las calles y las imágenes del default griego en la televisión. Seca, despiadada y con un par de grandes escenas “de acción”, L’exercise de l’état es una suerte de máquina visual y narrativa sin resquicios, que confirma en el espectador la sospecha de que hay un mundo paralelo, herméticamente clausurado, donde gente con todo el poder del mundo decide su destino sin consultarlo. El destino propio y el de los ciudadanos, claro.
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