Viernes, 21 de abril de 2006 | Hoy
CINE
Veinticinco años le insumió al documentalista alemán Philip Gröning el permiso para traspasar las impenetrables paredes del Monasterio de la Grande Chartreuse, ubicado en los Alpes franceses. Permiso concedido, Gröning compartió durante cuatro meses la cotidianidad espartana de los cartujos, con largas horas de rezo y breves interrupciones dedicadas a la lectura, la higiene y las comidas. La película resultante no podía llamarse de otro modo que no fuera Into Great Silence, Hacia el gran silencio. A lo largo de 160 minutos, el espectador es introducido en un mundo que parecería en estado de suspensión. En él reinan la mudez, la introspección y la meditación. No se sale de la sala con la toga puesta, pero sí en un estado próximo al trance, generado por las hipnóticas imágenes de Gröning. (Hoy a las 18.45 en el Atlas Recoleta.)
En Culloden (1964), el director inglés Peter Watkins puso de pies a cabeza la noción de film histórico. Suerte de deconstrucción de la batalla de 1745 en la que el ejército británico literalmente exterminó los clanes escoceses, matando a hombres, mujeres y niños, Culloden –que culmina con la frase “los ingleses destruyeron una raza y crearon un desierto al que llamaron paz”– fue leída en su momento como el comentario más agudo sobre la guerra imperialista de entonces en Vietnam. Y vista hoy, remite directamente a la invasión aliada en Irak. La clave de su perenne modernidad está en el distanciamiento brechtiano del film, que incorpora técnicas de noticiero al minucioso registro histórico de la batalla, incluso con entrevista a cámara con algunos de sus protagonistas (todos actores no profesionales) que –como en La commune– van describiendo sus impresiones y sentimientos, lo que le da a la película un increíble grado de actualidad. (Hoy a las 20 horas en la Sala Lugones.)
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