CINE › BEHIND THE WALL, DOCUMENTAL DE SONIA ANDERSON
› Por Cristian Vitale
Dirección: Sonia Anderson
Estreno: Cine Cosmos UBA, de jueves a domingo a las 20.
Suena lindo anticipar Behind the Wall, documental de Sonia Anderson filmado en el Reino Unido, como “la biografía no autorizada de Pink Floyd”. Más, atento a taquilla, si el estreno es poco antes –lo justo y necesario– del arribo por nueve de Roger Waters a River. Tienta. Sirve para dar o refrescar data. Seduce en potencia a los (semi)floydianos, que tal vez orillen el 70 por ciento de las butacas vendidas, a sumar background para no llegar a cualquiera de los “días D” invictos de saberes. El documental es, estratégicamente, vendible y exactamente ubicado en tiempo y espacio. Pero, a la vera de la realidad, lo único que tiene de no autorizada esta (semi)biografía fílmica de 80 minutos –cabe más pensarla así– es sencillamente la música. No vale, casi que destierra la tentación, que el documental no pueda reproducir, más y mejor, gemas sonoras del primer, segundo o tercer Pink Floyd. Pocos temas en vivo, por cuestiones de derechos. Apenas fragmentos de cuando los finos, drogados y psicodélicos hippies londinenses bailaban “Astronomy domine” en el Club UFO, con Syd Barrett tocando de espaldas al público y la banda de los arquitectos frustrados de Cambridge daba esos míticos shows en 1967. O minisecuencias de la oscura y experimental “Set the controls for the heart of the sun”, o “Run like hell”, en épocas de gloria. Poco. Tanto como el material de archivo en imágenes: las fotos (Barrett con los ojitos en LSD o Waters, hipnótico, pegándole al gong en la era Ummagumma) que acompañan los relatos son de recurrente aparición para el imaginario floydiano y los videos agregan poco a lo ya visto por un fan más o menos empapado.
Behind the Wall, entonces, resume su escasa novedad en los testimonios (todos los Floyd menos Barrett, más Joe Boyd, Tony Palmer y Gerald Scarfe, entre otros) que van hilando un guión entrecortado, irregular, temporalmente elíptico. Encerrados entre los orígenes blanquinegros, bien precisados, investigados y testimoniados (esto sí) y The Wall más sus estelas, ningunean nada menos que el mejor período de la banda. O sea, entre Atom Heart Mother y Animals, todo lo que está en el medio. Suma: documental aleatorio, casi omitible para el floydiano tipo y apenas una introducción generosa para quien caiga en River como un paracaidista que supo de este gigante psicodélico, sublime e inigualable, cuando alguien le habló del muro de Berlín.
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