Lun 23.01.2012
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CINE › THE AMBASSADOR, UNA DE LAS GRANDES RAREZAS DE SUNDANCE

Corromperse para denunciar

Producida por la compañía del cineasta danés Lars Von Trier, la película dirigida por Mads Brugger se mete en el turbio mundo de los contrabandistas de diamantes en Africa... gastando miles de dólares en sobornos y documentos falsos.

› Por Geoffrey Macnab *

No es muy común que una compañía cinematográfica preparando una película necesite armar un presupuesto que contemple apartar cientos de dólares para sobornos y para comprar diamantes manchados de sangre. Pero eso es lo que le ocurrió a Zentropa, la productora del danés Lars von Trier, en su nuevo documental The Ambassador (“El Embajador”), que se estrena en estos días en el festival de Sundance. La película, filmada en su mayor parte en Liberia y Africa Central, sigue los vacilantes intentos de su director, el periodista satírico Mads Brugger, para meterse en el vil mundo del contrabando de diamantes en Africa. Los planes de Brugger eran “operar libremente más allá de las fronteras morales sin dejar de ser un respetado miembro de la sociedad... De lo que hablo, obviamente, es de la vida como diplomático africano”.

Las apuestas eran muy altas. Tal como le dice un proveedor de pasaportes al comienzo del film, las credenciales diplomáticas falsas que necesita pueden llegar a costar un millón de euros. Si su aventura se pone fea, le advierten, es muy probable que termine “muerto en una zanja”. De todos modos, si tiene los papeles mágicos, será capaz de andar por ahí con 10 millones de dólares en su maletín, y nadie lo detendrá. Para facilitar el camino hacia su nuevo rol en la República de Africa Central, Brugger necesita muchos de los que llama “sobres de la felicidad”: paquetes llenos de dinero que sus asistentes pueden pasarles discretamente a políticos y “hombres del medio” que prometen acercarlo a los diamantes.

“Si el Congo es el corazón de las tinieblas, la República de Africa Central es su apéndice”, sugiere Brugger. “Por supuesto, un país como éste funciona como un imán para hombres blancos con agendas secretas.” Peter Engel, productor de Brugger, fue uno de los que recibiieron la tarea de llevar el dinero para el falso pasaporte del director y los sobornos. “El problema con el presupuesto no era el pasaporte. Compramos el pasaporte y recibimos una factura”, recuerda Engel. “El problema era el ‘sobre de la felicidad’, como cuando tuvimos que pagarle 30 mil dólares a un abogado en Liberia para tener acceso al presidente.” Ahora Engel está en la nada envidiable posición de tener que explicarle a uno de sus principales financistas, el estatal Instituto Danés del Cine, cómo el equipo de producción de la película se las arregló para gastar miles de dólares sin conseguir ni un recibo. “No podemos mostrarles facturas por este dinero, pero cuando ves la película es como una factura en sí misma”, dice el productor. Usando cámaras ocultas, los realizadores se filmaron a sí mismos entregando los sobornos. Al menos hay evidencia de que no se quedaron con el dinero ellos mismos.

La paradoja es que Brugger y su equipo se vieron obligados a actuar de manera corrupta para poder hacer una película sobre la corrupción. Así, ver The Ambassador es a la vez cómico e incómodo. Brugger parece una sórdida versión danesa de Tintín pero sin perro, o uno de esos oscuros personajes haciendo de las suyas en Africa que aparecen en las novelas de Graham Greene. El toma el rol del colonialista blanco, vestido con trajes de safari y botas hasta las rodillas, fumando en pipa o cigarrillos con boquilla. Es tan indignante en pantalla como su jefe Von Trier lo es fuera de ella. La fachada de Brugger es que es un hombre de negocios además de diplomático, y que planea abrir una fábrica de fósforos. Con esto en mente, recluta a un pequeño ejército de trabajadores pigmeos. La más extraña, políticamente incorrecta escena de la película, lo muestra bailando con sus asociados, que se las han arreglado para ponerse bien borrachos a expensas del dipomático. Casi igualmente bizarra es la filmación que lo muestra viajando río abajo en una canoa conducida por pigmeos: parece el amo y señor de todo lo que lo rodea, impresión reforzada por una banda de sonido en la que suena “This is my world”, de Woody Guthrie.

Los realizadores de The Ambassador tienen un ojo especial para la comedia macabra. Brugger hace discursos diplomáticos absurdos. Cuando finalmente llega a un acuerdo con el dueño de la mina de diamantes, Monsieur Gilbert, brindan con champagne: la misma marca, según explica, que Adolf Hitler bebió antes de suicidarse. Para el momento en el que Brugger finalmente pone sus manos sobre algunos diamantes, enseguida los deja caer al suelo y se ve obligado a andar sobre manos y rodillas para recuperarlos, incluso bajo un sofá. Al mismo tiempo, los peligros que enfrentan los realizadores son bien evidentes: como supuesto diplomático, Brugger filma todos sus encuentros en secreto.

Un hombre que resulta especialmente impactante en cámara es un francés ex soldado de la Legión Extranjera, Guy-Jean Le Foll Yamande, jefe de seguridad de la República de Africa Central. El sabe dónde están enterrados todos los cuerpos, lo que quizá explica por qué es asesinado poco después de su encuentro con Brugger. Para Engel, uno de los mayores desafíos de hacer The Ambassador fue asegurarse de que los realizadores regresaran a Dinamarca sanos y salvos. “La República de Africa Central es un país muy loco. Podés comprar un asesinato por unos cincuenta dólares”, reflexiona. Y a pesar de todo el dinero que gastó, Brugger no consiguió los papeles correctos: existía el peligro constante de quedar expuesto o ser arrrestado. Engel también produjo el anterior documental de Brugger, The Red Chapel, en el que el director viajó a Corea del Norte. “Entendí que cuando a Mads se le ocurre esta clase de ideas, no hay manera de detenerlo”, dice el productor. Por eso se le puso tanta atención a la seguridad como a lo cinematográfico. “Trabajamos con servicios de seguridad de Africa Central”, explica.

Los realizadores suponen que es probable que sean demandados por uno u otro de los “corredores de pasaportes” que aparecen en la película. Los distribuidores internacionales están alarmados por el humor mordaz y la exhibición caricaturesca de los pigmeos. The Ambassador está provocando el mismo nivel de controversia que Zentropa experimenta regularmente cuando se trata de hacer películas de Von Trier. “Encuentro todas las escenas con los pigmeos aterradoras pero también, de un modo irónico, graciosas”, dice Engel.

Tras mostrar la venalidad y falta de escrúpulos de políticos, diplomáticos y contrabandistas de diamantes en Africa Central, Brugger y Engel ahora están poniendo el ojo en el mundo igualmente turbio de Bruselas y la política europea. Su próximo documental es sobre un miembro italiano del Parlamento de la Unión Europea que cayó de su ventana en circunstancias sospechosas en 1983. Este político, que estaba a cargo de los subsidios al tabaco de Estados Unidos, enfrentaba cargos de fraude y corrupción. Engel planea una serie dramática televisiva de alto presupuesto llamada Babylon, que trata sobre la corrupción de Estados Unidos. Oliver Hirschbiegel, director del biopic de Hitler La caída, se haría cargo del proyecto. Mientras tanto, Brugger todavía tiene sus credenciales diplomáticas para Liberia. Si se aburre de hacer películas, otra carrera (posiblemente más lucrativa) puede estar abierta para él.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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