CINE › ENTREVISTA A ALIX DELAPORTE, DIRECTORA DE EL AMOR DE TONY
La realizadora francesa, formada en el riguroso campo del documental, afirma que se propuso filmar una historia romántica, “pero que tuviera un marco bien realista, en un ambiente rústico, con gente a la que el amor no le resulta fácil”.
› Por Horacio Bernades
Es la hora de la siesta y el sol pega fuerte en el patio de entrada que el señorial edificio que UniFrance, oficina de apoyo al cine francés, tiene en la zona de Montparnasse. De una moto de alta cilindrada baja una señora, que tras sacarse el casco y hacer un comentario sobre el sol y el calor saluda uno por uno a los periodistas presentes. Parisina de nacimiento, Alix Delaporte filmó su primer largo en Normandía, zona que conoce bien por haber pasado todas las vacaciones de su infancia a orillas del Mar del Norte. Allí nacieron su madre y su abuela, y allí transcurre Angèle et Tony, historia de amor entre un pescador cuarentón y una joven madre recién salida de prisión. Seleccionada para la prestigiosa Semana de la Crítica del Festival de Venecia 2010 y estrenada en su país a comienzos de 2011, Angèle et Tony llegará a las salas porteñas este jueves, con el título El amor de Tony.
“¿De Argentina?”, pregunta Delaporte, a quien algún viajero amigo le habló muy bien de la Patagonia. De la costa chubutense, sobre todo. “¿Allí es donde las ballenas llegan casi hasta la orilla, no?”, se interesa esta mujer de cabellos rojizos, cuyos ojos parecen iluminarse más con cada pregunta. “No sé si pronto, pero seguro que algún día voy a ir a ver eso”, asegura Delaporte, que comenzó como camarógrafa en la agencia Capa y el Canal Plus. Allí realizó, en 1998, una serie de retratos fílmicos de futbolistas, participantes de la Copa del Mundo. Eso la puso en contacto con el gran Zinedine Zidane, sobre cuya carrera hasta ese momento terminó filmando un documental, lanzado en DVD a fines de ese año. Luego vinieron un par de cortometrajes y, finalmente, El amor de Tony, que la bella Clotilde Hesmé (vista recientemente en Canciones de amor, pero antes en Los amantes particulares, de Philippe Garrel, y Misterios de Lisboa, de Raúl Ruiz) protagoniza junto a Grégory Gadebois, miembro de la Comédie Française. En algún momento ambos se sumaron a la charla.
–Quería contar una historia de amor. Pero no una novelita rosa sino una que tuviera un marco bien realista. Fue allí que vinieron mis recuerdos de Port-en-Bessin, pueblito de pescadores que conozco bien. Al pueblito y a los pescadores: desde pequeña compartí muchos momentos con ellos y aprendí a amarlos. Los pescadores siempre me parecieron la clase de gente a la que suele definirse como “más grandes que la vida”. Gente que parece salida de una novela. Tipos parcos, de emociones primarias, dueños de un estoicismo que no abunda. Siempre los vi como a cowboys del mar. Así que cuando tuve la idea de filmar una historia de amor, enseguida pensé en ubicarla en ese ambiente.
–Eso también lo viví de cerca. Por más que por el tipo de vida que llevan parezcan aislados del mundo, cuando encaran algún reclamo los pescadores pueden ser temibles. De hecho fueron de los primeros en ir a la huelga contra las políticas del gobierno de Sarkozy. Hay una escena en la película en la que, en una manifestación, un pescador le pega a un policía con un pescado fresco. Esa escena no es inventada, yo la vi...
–No, claro, yo quería que fueran gente a la que el amor no le resulta fácil. Tony es un tipo solitario, un cuarentón que desde que falleció su padre quedó al cuidado de la mamá. Angèle es un ser semisalvaje, que en el pasado estuvo implicada en un hecho de violencia. Tras salir de prisión necesita rehacer su vida, entre otras cosas para recuperar la tenencia del hijo, que quedó a cargo de los abuelos paternos. Abuelos que no miran precisamente con simpatía a su madre... Es como si no estuvieran hechos para el amor. Y sin embargo...
–Teniendo en cuenta que transcurre en un ambiente bastante rústico, y que sus protagonistas son gente áspera, llegué a la conclusión de que era necesario eludir toda floritura de estilo, todo regodeo. El amor de Tony tenía que ser una película primaria, si se quiere, marcada por la simplicidad y la parquedad. Una película física.
–Clotilde había protagonizado uno de mis cortos, Cómo frenar en una pendiente. Nos encantó trabajar juntas y tuve claro que el próximo papel femenino en una de mis películas lo haría ella. Sin embargo, cuando pensé en Angèle dudé de que Clotilde fuera la actriz indicada, por una razón si se quiere paradójica: es demasiado bella, y se suponía que esta chica tenía que parecer una como cualquier otra. Así que durante tres meses probé a un montón de actrices. Pero ninguna me daba cierta cosa infantil, primaria, que yo quería para el personaje, y que Clotilde sí transmite. Como además yo sabía que se le puede exigir mucho, y siempre responde, finalmente terminé convenciéndome de que mi primera opción era la correcta.
Clotilde Hesmé: –Hablamos mucho con Alix sobre cómo era Angèle, qué le había sucedido en el pasado. La construimos un poco entre las dos. Angèle es una tipa dura. No sonríe, no tiene un pelo de amabilidad, es una especie de “niña salvaje”. En términos amorosos y sexuales, su conducta es agresiva. De hecho, lo que cuenta la historia es su aprendizaje de que a veces es necesario conducirse con un poco más de paciencia para lograr lo que se quiere.
–A Grégory lo había visto en una obra de la Comédie Française, en la que justamente actuaba junto a Clotilde y, además de que me encantó cómo actuaba, me pareció que daba perfectamente el tipo que yo necesitaba para Tony: un tipo que es como una roca (como si Angèle fuera la ola que va a chocar contra él), pero capaz de ablandarse, llegado el punto.
Grégory Gadebois: –Tony ofrecía una ventaja para mí: yo también crecí en Normandía, y conocí a muchos personajes como él. Esto me permitió entenderlo rápidamente. Con Clotilde nos conocíamos de hace rato y habíamos trabajado juntos, lo cual era otra ventaja. Además, Tony anda en moto... ¡y yo fui motoquero toda la vida! (risas). En cuanto a la construcción del personaje, soy la clase de actor que prefiere guiarse por el instinto antes que por el Método. Como mi experiencia previa era sobre todo teatral, traté de tener siempre presente que esta vez no debía dirigirme a un espectador que está como a media cuadra sino a uno que me está viendo muy de cerca. En otras palabras: ni muchos gritos, ni muchos gestos.
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