CINE › SELKIRK, EL VERDADERO ROBINSON CRUSOE, DEL ANIMADOR URUGUAYO WALTER TOURNIER
› Por Ezequiel Boetti
Más o menos unos trescientos años antes que Tom Hanks, hubo un ser humano que sobrevivió a las inclemencias de una solitaria e inhóspita isla del Pacífico durante cuatro años y medio: el marinero escocés Alexander Selkirk. Abandonado en el archipiélago chileno de Juan Fernández luego de una pelea con su capitán en 1703, regresó al Reino Unido en 1709 y relató su aventura ante decenas de escritores y periodistas. Entre ellos estaba Daniel Defoe, quien una década después publicaría la novela Robinson Crusoe, autobiografía apócrifa de un náufrago inglés que pasó veintiocho años varado en una isla tropical. Algún desprevenido dirá, entonces, que la coproducción argentino-chileno-uruguaya Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe viene rotulada con la temible inscripción de “basada en hechos reales”. Pero no. O casi. Porque si bien toma como protagonista a un marinero británico, el equipo técnico y artístico, encabezado por el experimentado animador uruguayo Walter Tournier, imagina su génesis: el periplo marítimo, las causas del abandono, la vida durante su involuntario castigo y el rescate a manos de su otrora compañera de viaje. Todo narrado en clave infantil, de una edad no superior al dígito.
El prólogo del film ubica en tiempo y espacio al (pequeño) espectador. Esto es, 1690 en las embravecidas aguas del Cabo de Hornos. El paso austral es obligatorio para aquellas embarcaciones dispuestas a apropiarse del oro de Manila, que las leyendas y rumores prometen por demás cuantioso. Selkirk porta un mapa preciso de las irregularidades oceánicas de los mares del sur, ganándose el visto bueno del malvado Capitán “La Peste” Bullock para integrar su tripulación. Pero lo que tiene de intrépido y verborrágico también lo tiene de timbero, y arrastra a sus compañeros al juego y las apuestas. La envidia en el barco es generalizada: el capitán anhela los mapas, y el resto, su suerte. Dos razones más que suficientes para deshacerse de él durante un reaprovisionamiento en una solitaria isla del Pacífico.
Hasta ese momento, el film se desenvuelve con frescura, haciendo gala de un ritmo ágil y un tono simple y felizmente naif. Y, lo más importante, evadiendo ese mal casi endémico del cine infantil local que es la puerilidad didáctica. Pero el protagonista naufraga, y con él, la película entera. Lo más visible es la burtoniana animación Stop Motion, depurada y prolija en las escenas de interiores, pero herida de muerte por la cuesta arriba que significa la finura visual requerida para la profundidad de campo isleña –cómo animar el agua es, junto con la expresividad de los ojos, uno de los grandes dilemas del cine de animación digital–.
Lo segundo es el viraje de una narración fluida a otra episódica y articulada como una suerte de sucesión de viñetas, tendencia graficada en el uso constante de fundidos a negro como separadores. Y lo tercero, y más importante, es el tufillo a redención que sobrevuela el desenlace. Selkirk tuvo que pasar varios años con un gato y un loro como única compañía para percatarse de que “lo importante es uno”, tal como afirma, y no la riqueza material.
5-SELKIRK, EL VERDADERO ROBINSON CRUSOE
Argentina-Uruguay-Chile, 2011
Dirección y guión: Walter Tournier.
Fotografía: Santiago Epstein y Diego Velazco.
Dirección artística: Lala Severi.
Dirección de animación stop motion: Juan Andrés Fontán.
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