CINE › “LA PRUEBA”, CON GWYNETH PALTROW Y ANTHONY HOPKINS
› Por Horacio Bernades
¿Qué es La prueba? ¿Una épica del genio, tal vez, o una reflexión (no muy original) sobre lo tristemente juntas que suelen presentarse la genialidad y la locura? ¿Una ratificación de lo fuertes que son las leyes de la herencia, con el padre legándole a la hija la inspiración y, tal vez, el dislate mental? ¿Una variante de la vieja fábula sobre el gusanito que deviene mariposa, con Gwyneth Paltrow en ambos papeles? ¿Una simple historia de amor, con la rubia descubriéndolo a través de Jake Gyllenhaal, el cowboy indeciso de Secreto en la montaña? ¿Un melodrama familiar logarítmico, una de suspenso sobre quién fue en realidad el descubridor de la fórmula que revolucionará las matemáticas modernas?
En primera instancia, La prueba fue una obra teatral pergeñada por David Auburn, ganadora de una buena cantidad de premios (entre ellos el Tony), rodeada de un aura de prestigio y representada en Argentina, con mucho éxito, por Gabriela Toscano y Osvaldo Santoro. A la hora de pasarla al cine, Auburn se reunió con Rebecca Miller (hija de Arthur Miller y directora de películas como Intimidades y La balada de Jack y Rose) y juntos escribieron un guión que terminaría dirigiendo el británico John Madden, el de Shakespeare apasionado. Como las preguntas del párrafo anterior permiten inferir, el guión de La prueba maneja sus temas como un cocinero sus recetas, combinando aditamentos variados en busca de un efecto. O varios efectos, que ese es uno de los grandes problemas aquí.
Verdadera Coldplay girl, Paltrow es Catherine, hija de Robert (Anthony Hopkins). Genio matemático, Robert acaba de morir, tras una larga y devastadora enfermedad mental. “Soy tu padre y morí ayer”, le dice a la hija, vivito y coleando, en la escena de presentación de la película. Allí se lleva al espectador de las narices detrás de una falsa certidumbre, sin otra razón que lo justifique que no sea la manipulación por la manipulación misma. En ese comienzo, Catherine pasa su cumpleaños número 27 (¿27, Paltrow?) en la más perfecta reclusión. Pero ya allí asoma Hal (Gyllenhaal), discípulo y albacea de su padre que –adivinarlo cuesta mucho menos que el valor de la entrada– terminará arrancando a la chica de la neurosis y devolviéndola al mundo de los seres humanos, tras atravesar el infierno de la locura familiar.
Multiplicando temas y motivos, no pasa mucho tiempo antes de que La prueba confirme lo que la escena introductoria permite olfatear: que no se trata aquí de desarrollar una fórmula, como lo hace Robert (¿o es Catherine la autora de esa tesis de vanguardia?) sino muchas al mismo tiempo, como si una película o una obra de teatro fueran equiparables a un teorema. O demasiados teoremas.
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