CINE › LA 14ª EDICIóN DEL THESSALONIKI DOCUMENTARY FESTIVAL, CASI UN MILAGRO
Realizado casi al borde del milagro, el encuentro resulta especialmente interesante por la multitud de voces que retratan el momento de quebranto que vive Grecia. En ese contexto, algunos ejercicios fílmicos son reveladores en forma y contenido.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica
Como si la crisis no fuera suficiente, el fin del invierno también se ha vuelto cruel en Grecia, con vientos helados y temperaturas casi bajo cero. Al menos en esta ciudad-puerto recostada sobre el mar Egeo, al norte del país, sede del Thessaloniki Documentary Festival, que casi milagrosamente está llevando a cabo en estos días su 14ª edición, a pesar de las serias restricciones presupuestarias a las que debió someterse. “Es que este festival siempre fue muy austero y frugal, sin alfombras rojas ni estrellas, y todos nuestros recursos están puestos en las películas”, se enorgullece Dimitri Eipiades, fundador y director de la muestra, que con la ayuda de la Comunidad Europea logró armar un programa de 185 títulos provenientes de 40 países, entre ellos 75 flamantes producciones locales. “En todo caso, la crisis nos ha forzado a ser más imaginativos, a buscar nuevos métodos y soluciones creativas a los desafíos que comporta siempre un festival.”
Para Eipiades, además, el festival es hoy más necesario que nunca. “El papel que juega el cine documental en tiempos de crisis es más que importante: es vital. El documental es un cine dinámico, capaz de abrir nuestros ojos y de hacernos tomar conciencia, no sólo en lo que respecta a Grecia, sino también en relación con lo que sucede en el mundo.” No es casual que el encuentro haya tenido como film de apertura un título particularmente significativo, Indignados, una realización del francés Tony Gatliff, que cruza ficción y documental para dar cuenta de los alcances y repercusiones del movimiento espontáneo de rebelión que sacudió a Europa el verano pasado, en contra de su establishment político y económico.
Y que sigue sacudiendo a Grecia, como lo prueba Docville: Syntagma Square, Athens, una película de Katerina Patroni dedicada a la “Plaza de la Constitución”, frente al Parlamento helénico, en Atenas, donde diariamente se siguen concentrando manifestantes para hacer escuchar su indignación frente a la defección de la clase política del país, rendida ante la troika que conforman el Fondo Monetario Internacional y los bancos acreedores. “Eso si nos dejan: la policía reprime cada vez más”, cuenta Elías, un estudiante universitario de Tesalónica, que como tantos de sus compañeros encuentra en el festival una fuente de contrainformación. “El discurso de los medios también se está concentrando y, al menos en la televisión, se escucha una sola voz: la del poder”, afirma.
Plaza Syntagma, sin embargo, forma parte de una serie denominada Docville, producida por la cadena EPT y de la que varios episodios integran este año la programación del Thessaloniki Documentary Festival. La propuesta de la serie es simple pero eficaz: a la manera del Cinéma Vérité fundado por Jean Rouch o de su versión anglosajona, el Direct Cinema, cada documental hace un recorte de la realidad pero sin interferir con ella, dando cuenta de una situación y de un espacio en particular. Lo interesante del caso es que –a diferencia de otros documentales griegos también presentes en el TDF14, tan obvios como sus títulos (Krisis, Toxic Crisis)– la serie Docville permite acercarse al fenómeno desde una perspectiva menos ambiciosa, casi microscópica, pero mucho más reveladora.
Es el caso de Docville: 280 Constantinople St., Thessaloniki, un film de Yannis Missouridis filmado íntegramente en Zygos, un cabaret de mala muerte de las afueras de la ciudad. Como casi todos en el país, la pequeña comunidad del Zygos –mozos, músicos, bailarinas– también sufre los efectos de la crisis, y quizás aún más. La gente ya no tiene el dinero ni la cabeza para estar de fiesta, y menos aún la escasa y empobrecida clientela del lugar. Pero la cámara de Missouridis se interna por una hora en las vidas de esa gente y encuentra una fauna riquísima, tan pintoresca como entrañable. Hay desde “buenos muchachos” a la manera de Scorsese hasta bailarinas especializadas en la danza del vientre, y todos luchan –día a día, cada uno a su manera y sin dramatizar– para mantener la cabeza por arriba del agua, con el espíritu alto y sin perder el buen humor.
La comunidad que presenta Docville: 100 (173 Alexandras Ave. Athens) está en los antípodas de esa marginalidad. Tanto como que esa locación es nada menos que el cuartel central de la policía de Atenas. El logro del film de Gerasimos Rigas –por lejos el mejor de la serie– es el de ofrecer un profundo retrato de la crisis del país sin salir ni un solo instante del call center de la policía, apenas escuchando la infinita variedad de llamados que recibe y registrando las respuestas de los uniformados que están detrás de las líneas telefónicas. Hay un poderoso efecto de “fuera de campo” en el film, capaz de ofrecer un amplio y crítico fresco social a partir de una locación mínima.
Según ha publicado en estos días el periódico local Ekhatimerini, durante 2011 (el cuarto año consecutivo de recesión en Grecia) los robos y asaltos crecieron en un diez por ciento en el país, particularmente en Atenas. No se trata de grandes atracos ni crímenes, sino de simples robos y arrebatos “por necesidad”, como los denomina el diario. Y de éstos son muchos los reportes que recibe el número 100 (el equivalente al 911 de aquí) de la policía ateniense. Pero además de estas denuncias, llegan todo tipo de casos que van pintando un cuadro de lo que es hoy Atenas: está la mujer que pide auxilio después de haber sido golpeada por su marido, el padre que reclama la detención del hombre que molestó sexualmente a su hija, o la madre que pregunta qué calles tomar para poder llevar a su hijo al colegio, en una ciudad que se caracteriza por sus manifestaciones cotidianas y sus monumentales embotellamientos de tránsito (como los que padece el comisario Jaritos en las novelas de Petros Márkaris).
En ese vórtice de voces, algunas también dan cuenta de situaciones más graves, como el de una mujer que se queja de que la compañía de electricidad le cortó la luz por falta de pago (“Ya no tengo dinero”, llora detrás de la línea) y que por lo tanto no puede dializar a su hijo, que sufre insuficiencia renal. O el de un hombre que denuncia a unos motociclistas enmascarados con sus cascos que atacan con bombas molotov a un prostíbulo con pupilas presumiblemente albanesas, en uno de los casos de bandas neofascistas y xenófobas que están proliferando en la capital griega. Y si alguien se queja de vendedores ilegales o intrusos durmiendo en una camioneta, la primera pregunta de los operadores policiales es: “¿son griegos o extranjeros?”, como si el origen o el color de la piel determinaran su respuesta. El racismo, la pobreza y la violencia social de toda una ciudad se reflejan en una oficina de no más de cien metros cuadrados.
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